Los ultras ya influyen hasta en el juego, ¿hasta cuándo?
Las competiciones europeas en Anoeta están dejando de ser un disfrute para la afición txuri urdin para convertirse en una extraña aventura de evitar incidentes jugando a la ruleta rusa. Desde los ultras del Zenit en 2017, hasta los radicales belgas del Anderlecht ahora, pasando por los impresentables del Benfica. Eso dentro del estadio, a lo que hay que sumar lo de la Roma, PSG o las que pudo pasar algo pero no pasó. Los aficionados, esta vez, se arriesgaron a ser agredidos con asientos rotos o trozos de la propia cristalera de metacrilato destrozada por los salvajes belgas desde una altura considerable. Si llega a caer algo en la cabeza de un niño o anciano, estaríamos hablando de una desgracia. Y ni siquiera había habido una pelea previa entre descerebrados de ambos bandos que encendiera la llama. De la nada, peligro. No es fútbol, pero el fútbol lo permite, por desgracia. Es una vergüenza que los que nos dirigen permitan semejante salvajada. Es que ya hasta influye en el juego, lo cual es delirante. Ayudados por un árbitro rumano que cuajó una actuación lamentable al no detener el encuentro cuando debía y comerse una falta evidente a Sadiq en el 1-1, el Anderlecht le dio la vuelta al encuentro en los 15 minutos de los lanzamientos de objetos, a un encuentro en el que no había demostrado tener ninguna opción por nivel de juego, mientras la grada pitaba sin mirar al partido y los realistas, preocupados, se descentraron. La Real no supo ganar luego, pero es evidente que esos dos goles no se hubieran encajado de ninguna manera sin lo sucedido en la grada. Seguimos para bingo en Europa, y faltan por venir ucranianos, griegos y neerlandeses en esta fase. ¿Hasta cuándo?