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Октябрь
2024

Rasgos totalitarios

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Para el filósofo francés Claude Lefort (1924-2010), la democracia moderna es una forma de sociedad en la que el poder se manifiesta como un lugar simbólicamente vacío, en el que existen tres vértices que actúan recíprocamente: la ley, el saber y el derecho, y, a su vez, exterminan el fenómeno totalitario. En su análisis, un aspecto fundamental del modelo totalitario es la supresión de la división social por dos causas.

En primer lugar, sostiene que el Estado y la sociedad civil concurren en una sola entidad, hasta disolver la independencia del aparato burocrático del Estado y las funciones propias del poder político. En lugar de situar el poder como un espacio libre, la lógica totalitaria se dirige a concentrar las fuerzas sociales en un solo organismo o, en su defecto, en un individuo.

En segundo lugar, el régimen totalitario procura la estandarización de la sociedad mediante la desaparición de la división social interna, es decir, la eliminación de clases y grupos sociales con intereses opuestos o costumbres y creencias disímiles, como postulado de un proyecto de control y normalización.

La tesis de Lefort se fundamenta en la idea de que la dominación totalitaria apunta contra la división social interna, como experiencia inaugural de lo político, y que tiende a conseguir la sumisión voluntaria de una gran parte de los individuos, en tanto los involucra en acciones que, en apariencia, tienen como fin un bien común.

Lo anterior se logra debido a la capacidad de los líderes totalitarios para convertir sus discursos en una superficie de inscripción de toda una organización de afectos, que se unifican en la hostilidad hacia aquello que se supone en el lugar del rival.

Este tipo de líderes, es decir, los populistas, no necesitan recurrir a argumentaciones complejas, pues su fuerza reside en la retórica de los mazazos. Se trata de alguien que se define a partir de la nominación de un antagonismo común, al que responsabiliza por todas las frustraciones de las diferentes demandas. Dicho de otra manera, el líder populista sostiene su liderazgo con la ruptura permanente.

Tomando la lectura que Slavoj ZiZek hace del fantasma lacaniano, es decir, de la creación de fantasías como estructuradoras de la realidad para sostener la nada de nuestra subjetividad, podemos decir que la fantasía impulsada por la articulación identitaria que delinean los discursos totalitarios tiene que ver con la externalización de todo lo negativo en un objeto, según la cual, eliminándolo, el orden moralmente auténtico podría reconstituirse.

Cabe resaltar que los discursos totalitarios expresan contenidos ideológicos bruscamente delimitados y más o menos precisos, pero su eficacia radica en la nominación de un obstáculo común. Dicho de otra manera, dan respuesta al malestar moderno de la desigualdad, con la eficaz jugada simplificadora de que “la responsabilidad es del otro”.

Frente a la vacuidad de este tipo de discursos ideológicos, la narrativa épica, es decir, el discurso populista de “todos frente a un gran obstáculo común”, es el fetiche ofrecido para compensar la falta de lo concreto y lo ecuánime, y que además siembra una semilla en la plaza más íntima de la subjetividad, avivando la nueva intersubjetividad global de “unos contra otros”.

cgolcher@gmail.com

La autora es psicóloga y psicoanalista.

Las 10 características comunes de los populistas