Reflexiones sobre muerte de Lencho Salazar
Para tan grande legado, ¡qué parcas las honras de las instituciones culturales para Lencho Salazar! Jamás viví en una casa de adobe ni anduve en carreta de bueyes. En mi casa no había fogón ni mi padre era agricultor; no me crie en zona rural, y jamás vi una saca de guaro. No obstante, las canciones de Lencho Salazar reconstruyen todos esos elementos y nos transportan al entorno de la Costa Rica de antaño.
Su ingeniosa producción musical forma parte de nuestro acervo cultural. Su obra revela los valores que nos formaron como sociedad, la filosofía de vida que identifica nuestra tradición pacifista y democrática, e incluso nuestros tabúes y limitaciones.
Algo similar ocurre al observar las pinturas de Fausto Pacheco, Teodorico Quirós, Margarita Bertheau, Francisco Zúñiga, Jorge Gallardo o Francisco Amighetti. No menos se puede decir de la creación literaria de Fabián Dobles, Joaquín Gutiérrez, Carlos Salazar Herrera, Magón, Aquileo Echeverría y otros que, al no citarlos, cometo el pecado de omitir. Describen imágenes que nos conectan con generaciones anteriores, incluso hasta nuestros antepasados indígenas.
En sus diferentes manifestaciones, el arte tiene la capacidad de enlazar generaciones, forjar identidad, cohesionar valores y moldear la nacionalidad, con sus virtudes y defectos.
Llamo parcos los tributos tras el deceso de Lencho, el 28 de agosto a los 92 años, porque también lo fueron por la muerte de Walter Ferguson, el Padre del Calipso, el año pasado, a los 103 años.
Nunca se ha dimensionado la importancia de su trabajo al documentar con su música la memoria histórica de nuestro Caribe, desde los tiempos en que se gestaba el crisol de culturas que le da consistencia. Por su casa en Cahuita desfilaban investigadores y musicólogos de diversos países, buscando desentrañar los motivos de sus obras, su pensamiento y las formas de su construcción musical.
A lo largo del tiempo, la Asamblea Legislativa ha ido engrosando la lista de emblemas patrios y otorgado benemeritazgos a algunos de los artistas citados, lo cual es encomiable. No obstante, si las instituciones culturales y los medios de comunicación, públicos y privados, no son transmisores de su obra, flaca contribución se hace a la formación y conservación de nuestra identidad. Todo queda en discursos en las paredes del Congreso.
En décadas anteriores, tanto el Sinart como medios privados (escritos, radiofónicos y televisivos) transmitían programas sobre literatura y arte costarricenses, así como sobre costumbrismo. “Áncora” de La Nación y “Compartiendo la palabra” de Radio UCR son de los pocos que sobreviven. ¿Cuándo y por qué se perdió el rumbo?
De mis años escolares, la clase de música es el recuerdo de un maestro al piano, con quien recorrimos los himnos y canciones del libro Lo que se canta en Costa Rica, de Daniel Zúñiga. Fueron, al mismo tiempo, las mejores lecciones de cívica, elemento clave en la transmisión de la identidad nacional.
Por eso, cuando veo la obra Domingueando, pintada por Tomás Povedano en 1910, me imagino a mí mismo como uno más entre sus personajes, aunque cuando se pintó ni siquiera mi padre había nacido. Mantener viva en nuestra retina y en la de nuestros niños y jóvenes la producción artística de nuestros clásicos, de nuestra época de oro, no significa minusvalorar el arte de vanguardia y su retador dinamismo. No son excluyentes; amplían y enriquecen la visión y formación de criterio.
Cuando las políticas educativas y culturales son omisas o fracasan en la divulgación del patrimonio cultural inmaterial de nuestros artistas, las nuevas generaciones se quedan sin derroteros, se debilitan los valores que antes nos enorgullecían, sucumbe la identidad, expuesta al vaivén del entorno banal de la sociedad líquida que nos acecha.
Por eso, sentí decepción por la esmirriada reacción tras el fallecimiento de Lencho Salazar. Me hizo recordar el poema “Mi libro”, publicado en 1961, del poeta ramonense Carlomagno Araya: “¿Nacer pintor, o músico, escultor o poeta? No. Desventura. Ya el arte no vale una peseta. Y aquí, tan solo triunfan, política y futbol”.
El autor es economista.