La fiesta terminó
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Pronto se ha retratado Alvise Pérez ante sus propios seguidores como un oportunista de la política, el típico producto ocasional de los comicios europeos, en los que los electores se dan el gusto, a veces, de votar candidatos grotescos. Lo cierto es que Pérez siempre dijo que quería la inviolabilidad y la inmunidad que le proporcionaría el escaño en Estrasburgo para blindarse frente a futuras querellas. Pérez se victimizaba de forma preventiva porque anunció archivos y audios que demostrarían la corrupción de jueces, empresarios y políticos. Ya tiene el escaño y de estas pruebas de corrupción no se sabe nada. Sí se sabe de este fustigador del sistema que recibió cien mil euros en metálico y sin declarar a Hacienda de un empresario de criptomonedas que es investigado por la Audiencia Nacional y que, avisado él de quién era su interlocutor, grabó conversaciones demoledoras con Alvise. Portavoz del hartazgo de muchos ciudadanos y hábil manipulador en redes sociales, el dirigente de Se Acabó la Fiesta (SALF) ofreció a este empresario cambios legislativos sobre criptomonedas, porque se veía a sí mismo como la pieza clave de una mayoría de cambio con PP y Vox. Peores han sido sus explicaciones, con las que justifica no haber pagado a Hacienda, porque es un autónomo acosado a impuestos, e invita a sus seguidores a hacerlo, como si el ciudadano medio, sujeto a nómina, pudiera o quisiera comportarse con la falta de ética de este estrafalario sujeto. La Fiscalía del Tribunal Supremo, órgano al que está aforado Alvise Pérez por ser eurodiputado, está investigando el pago de cien mil euros como un delito electoral. El propio Pérez reconoce en sus conversaciones que quería dinero para su campaña electoral. Sea o no delito, y sea más o menos grave la infracción tributaria cometida por él, lo importante es que este episodio sirva a la opinión pública para no dejarse seducir por personajes sin más discurso que unas soflamas inverosímiles, que alimentan la impotencia visceral de ciudadanos frustrados y con ganas de dar una patada al tablero democrático. Ahí están las consecuencias de su elección: un trilero que, además, animaba el plan del PSOE de mantener dividido el voto de la derecha o, al menos, el voto del cambio político. El canal de Pérez en Telegram se llenó de mensajes de decepción, acusando al líder de SALF de ser uno más del mismo sistema con el que pretendía acabar, un precoz campeón de las peores prácticas de engaño al electorado. El caso Alvise es paradigmático del resultado que produce el choque entre hastío político y redes sociales, en las manifestaciones más corrosivas de uno y otras. Sin programa político, sustituido por un cúmulo de exabruptos, y con una indisimulada ambición personalista, antes o después tenía que verse la verdadera cara de Pérez, aunque, realmente, todo ha sucedido con una extraordinaria velocidad. Mejor así y que tomen nota tanto sus engañados electores como los que aún esperan un mesías populista, de esos que dicen que lo resuelven todo con mano dura y más cárceles. Pero Alvise Pérez no es el único al que se le ha caído la máscara de líder salvador que lucha contra «el sistema» y que iba a «tomar el cielo al asalto» en nombre de «la gente», para terminar convertido en casta con moqueta y coche oficial. Lo del líder de SALF ha sido tan burdo que se le ha acabado la fiesta al poco de empezarla.