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Сентябрь
2024

El error de celebrar el ajuste

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En septiembre de 2016, a nueve meses de iniciado el mandato de Mauricio Macri, visitó la Argentina Jack Lew, el secretario del Tesoro de Barack Obama. En esa visita, Lew dejó una sentencia que debería ser considerada un principio de legislación universal: la mejor política económica es aquella que es políticamente viable.

El recuerdo de aquella máxima se vuelve atendible porque el gobierno de Javier Milei enfrenta un desafío bastante parecido al de Macri: había que encarar un proceso de corrección de desequilibrios en la economía, que incluían la siempre dolorosa corrección del desequilibrio fiscal. Y para tener éxito en la tarea, la corrección y su eventual reparación debían lograrse antes que el apoyo social sucumbiese como consecuencia de los padecimientos del ajuste.

Para encarar esa corrección y lograr que haya tolerancia social, Milei intentó dotar a la acción de sentido y legitimidad, instalando en la opinión pública dos nociones básicas sobre el desafío: 1) convencer a la gente que el déficit fiscal es la fuente de todos nuestros males, por lo tanto hay que lograr el equilibrio fiscal; 2) prometer que esta vez el ajuste lo va a pagar "la casta" y no la gente.

Ordenar la economía antes de que se desordene la política

Lo primero parece haberse logrado con bastante éxito. El trabajo hecho durante la campaña electoral de concientizar sobre la necesidad de tener una administración responsable de los recursos públicos sirvió. Pero la tarea que efectuó el propio Milei luego de asumir, también, y la sociedad parece haber entendido el valor del equilibrio en las cuentas públicas.

En nuestro estudio nacional de opinión pública de este mes, un 52% de los consultados consideró que es total o bastante importante que el Gobierno logre equilibrio fiscal. Y si sumamos a los que se sostuvieron que es medianamente importante llegamos a casi dos de cada tres. Sólo 31% consideró que es poco o nada importante. Convencer de manera extendida a la sociedad de las bondades del equilibrio fiscal, ayuda a que el ajuste sea más tolerable socialmente.

Pero donde el Gobierno perdió la batalla es en convencer al público que esta vez el ajuste está recayendo sobre la casta y no sobre la gente. En ese mismo estudio antes mencionado, un 70% de los consultados consideró que el ajuste está recayendo más sobre las espaldas de la gente que sobre las espaldas de la casta.

Una derrota, en este segundo caso, que parecía naturalmente inevitable. Uno podía entender el sentido electoral de la muletilla de que "el ajuste esta vez lo va a pagar la casta". Pero se sabía que iba a ser muy difícil convalidar semejante exageración, si se advertía que no había suficiente gasto de casta que pudiera cubrir el ajuste que había que efectuar.

Se vuelve relevante tener presente esta percepción social de que es la gente la que está haciendo el mayor esfuerzo, cuando se empieza a advertir un deterioro en los indicadores del apoyo social a la acción de Gobierno (cae la imagen del Gobierno y de Milei) y al programa económico (caen las expectativas sobre el futuro económico del país y personal).

¿Es raro que este deterioro ocurra? No, era previsible sabiendo que el impacto del ajuste se iba a sentir en el bolsillo de los ciudadanos ya sea por pérdida de ingreso directo, por caída de la actividad económica o por falta de una recuperación rápida de ella. ¿Puede hacer algo el Gobierno para evitar que ello atente contra la probabilidad de éxito del proceso? Si, puede tratar de lograr que el programa económico sea todo lo políticamente viable posible, siguiendo la recomendación de Lew. Entonces, la pregunta sería ¿y está haciendo el Gobierno todo lo posible para que el ajuste se políticamente viable? A veces da la sensación que no.

¿De la ilusión a la ansiedad?

La viabilidad política del ajuste depende de la magnitud del ajuste, y eso no lo define el Gobierno sino la herencia recibida. Lo que sí puede hacer el Gobierno es mitigar el impacto social del ajuste o tener una estrategia inteligente para hacer el ajuste lo más política y socialmente viable. Y es aquí donde uno advierte algunos errores de estrategia política del Gobierno.

Para mitigar el impacto social del ajuste, es crítico no equivocar el pronóstico sobre cuánto dolor se va a provocar, cuánto tiempo de dolor va a tener que tolerar el cuerpo social y cuánto de ese dolor puede tolerar ese cuerpo social. El cálculo determinará el tipo de ajuste a realizar, sobre todo la profundidad del mismo y la velocidad de recuperación esperable.

Ahora, uno puede errar un cálculo, lo que no se puede permitir es tener una estrategia poco inteligente para hacer el ajuste. Si uno es consciente que va a producirle dolor a la gente, es poco inteligente celebrar el ajuste. Si uno pretende mitigar el dolor, conviene ofrecer acompañamiento frente a ese dolor y empatía con quien padece el tratamiento doloroso. No es recomendable ni inteligente afirmar en modo celebratorio que se está realizando el "ajuste más grande de la historia".

La brecha entre lo que Milei quiere y lo que puede

Es cierto que Milei puede estar siendo traicionado por la aversión personal que ha desarrollado -por defecto profesional- hacia el gasto púbico, pero los ajustes no se celebran ni se festejan, sino que se justifican con empatía y sensibilidad. Algo de esto puede haber llevado al Gobierno a competer el imprudente error de creer que había margen para celebrar con un asado el veto a la ley de movilidad jubilatoria, que no era otra cosa que un aumento a jubilados. Ese tipo de acciones están lejos de constituir una estrategia inteligente para hacer el ajuste lo más política y socialmente viable.

Por ello, resulta oportuno rescatar aquella recomendación de Lew de que el mejor programa económico es el que es políticamente viable. Y quizá ayudar a entender que para que el programa económico de Milei tenga éxito, es menos necesario un presidente economista, y muy necesario un político inteligente. Porque un economista puede pensar que convocar un asado para celebrar el ajuste pueda ser una buena idea, pero a un político inteligente nunca se le ocurriría semejante cosa.