Los católicos maronitas rezan por la paz en el corazón del Líbano
“¿Qué significa la Cruz para ti y cómo la vives en tu día a día?” A los pies de una sencilla cruz de madera iluminada el padre George Yarak ha colocado en una modesta pizarra la pregunta, que los jóvenes colaboradores del Centro Patriarcal para el Desarrollo y el Empoderamiento Humano, un centro para el encuentro de familias cristianas con sede en el convento maronita de San Sergio y San Baco, responden en letras de colores. Estamos en la localidad de Rayfún, distrito de Kesrouane, a una treintena de kilómetros de distancia de Beirut, en el corazón del país cristiano, la provincia de Monte Líbano. A pesar del calor pegajoso de Beirut, aquí, a mil metros de altura sobre el nivel del mar, hay que echar mano de la chaqueta. La guerra está nuevamente, esta vez entre Israel y Hizbulá, a punto de estallar en el pequeño y malhadado país de los cedros.
Un grupo de fieles formado por unas setenta personas, muchas de ellas jóvenes, se reúnen en la noche del sábado 14 de septiembre para celebrar con una Eucaristía al aire libre la Exaltación de la Santa Cruz, fiesta que recuerda la fecha de la consagración de la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén en el año 335 de nuestra era tras haber sido descubierta la Cruz por Santa Elena. La fiesta tiene más predicamento en los cristianos orientales que en otras iglesias, como es el caso de la iglesia siríaca maronita de Antioquía, más conocida a secas como maronita -en honor de su fundador, San Marón, un monje anacoreta y sacerdote sirio del siglo IV--, una de las veinticuatro iglesias sui iuris que conforman la Iglesia católica. Además de los maronitas, en el Líbano hay griegos ortodoxos y católicos, armenios ortodoxos y católicos, entre representantes de muchas otras iglesias.
Los maronitas, antaño comunidad mayoritaria del Líbano -que se convirtió, gracias a los auspicios de Francia, en Estado independiente en 1943-, viven un lento declive demográfico desde entonces que los sitúa por debajo de la mitad de la población de un país que se resiste a hacer un censo oficial. Con todo, el sistema político implantado hace más de un siglo, el confesionalismo, sigue reservando a un miembro de la comunidad maronita la presidencia de la República y la jefatura del Ejército, reflejo evidente de la voluntad de las autoridades francesas de garantizar la primacía de estos cristianos sobre el resto de sectas.
La Eucaristía se celebra esta noche alternando el árabe clásico y el siríaco, que es la lengua oficial de la liturgia de la Iglesia maronita. En esta última lengua se hace la Consagración. La homilía del padre George gira en torno a la necesidad de la reflexionar individualmente sobre la presencia de Cruz en nuestras vidas. En la ceremonia intervienen varios jóvenes y un novicio que está a punto de ingresar en el monasterio para leer peticiones y reflexionar en público sobre su relación con la Cruz. En primera fila, la animada hermana Micheline está siempre al quite para que no falle ninguno de los detalles de la ceremonia. El padre George no elude en su homilía la tensión regional y pide la paz entre las partes consciente, como todos los congregados, de las consecuencias devastadoras que puede volver a tener una guerra para este castigado país.
“Para nosotros los cristianos de Oriente Medio la Cruz tiene una gran importancia. Estamos convencidos de que la guerra o las crisis económicas son Cruces, pero todas ellas nos conducen finalmente a la Resurrección”, explica a LA RAZÓN Katie Nassar, doctora en Estudios Islamocristianos por la Universidad de San José (Beirut) y colaboradora del Centro Patriarcal radicado en el monasterio de San Sergio y San Baco.
Después de la misa llega el momento de la relajación. Como es habitual en el Líbano, todo pasa necesariamente por una mesa de platillos -el mezze, quizás uno de los elementos más ecuménicos del país-- con los clásicos de la gastronomía local: el hummus, el kebbe, el tabuleh, el arroz con carne de pollo o las hojas de parra rellenas o yabrak que la comunidad ha dispuesto en unas mesas en la esplanada contigua al monasterio y junto al lugar donde se ha celebrado la Eucaristía. “Los cristianos son la sal de Oriente Medio”, afirma siempre el periodista español -afincado en Beirut desde hace décadas- Tomás Alcoverro.
El padre George disfruta al fin de un poco de ensalada y una soda, premio merecido después de una hora presidiendo la ceremonia con el micro en mano. El picoteo se interrumpe con el encendido de una hoguera y el ruido de fondo de los cohetes de otras de las muchas iglesias y parroquias que salpican estas bellas montañas costeras. El fin de fiesta lo protagoniza el dabke, una danza típica del Levante que se baila con las manos entrelazadas y a la que lanzan varias jóvenes antes de que suenen otros ritmos latinos por el altavoz. El Líbano no es solo un país, sino un mensaje, escribió en una Exaltación Apostólica de 1997 el papa Juan Pablo II. Un mensaje que no puede entenderse sin la Cruz que los maronitas celebran esta noche triste y festiva de septiembre.