Pedro Sánchez o la perversión del diálogo

Más que una coincidencia, la simultaneidad con que el pasado viernes se celebró en La Moncloa la primera ronda de entrevistas de Pedro Sánchez con los presidentes regionales y, fuera de foco, la cumbre protagonizada en Suiza por el número tres del PSOE y el prófugo Carles Puigdemont representa una señal inequívoca de la idea de 'diálogo' que define al Gobierno. Frente a la escenografía oficial, opacidad absoluta; de la sede del Ejecutivo a los sofás de un país extracomunitario; tras la negativa de abordar con los presidentes autonómicos una cuestión tan capital como la solidaridad fiscal –que Sánchez pretendía sustraer del debate interterritorial–, negociación a la carta con un golpista; y contra el interés general de la nación, atención prioritaria a las demandas de quienes pretenden desmembrarla. No hay rastro de diálogo, el verdadero, el que necesita España, en una acción política construida sobre la simulación.