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Retorno al caciquismo

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Después de por fin medio siglo de democracia, con el reloj acompasado al resto de Europa, tendemos a pensar que, antes de la Transición, todo había sido políticamente un error en nuestro país. Olvidamos que, previamente a las dictaduras y en siglos anteriores, los intentos de democracia tuvieron aquí su historia. Las circunstancias que los empujaron a tristes finales han sido ya bien analizadas por los historiadores. Uno de los factores más perjudiciales fue el caciquismo.

Nuestra península siempre estuvo poblada por variadas tribus. De ahí que consideremos a los portugueses más primos nuestros, por ejemplo, que los franceses. El tribalismo marcó nuestra historia en forma de reinos, tribus y territorios acotados. Terreno sagrado. La versión del tribalismo que apareció con la industrialización fue el caciquismo. Los esclavos romanos se habían convertido primero en siervos medievales y ahora se convertían en otra cosa: aparceros, obreros, proletarios, temporeros. Tras la conversión de los siervos en trabajadores, la fidelidad del dominado se la aseguraba el señor territorial por la otorgación o no del trabajo, del medio de supervivencia.

La herramienta del señor feudal para asegurarse la recaudación regular de sus tributos había sido la espada y la caballería acorazada. En el mundo moderno, tras la industrialización, el dominio de unos hombres sobre otros empezó a realizarse a través de la gestión y administración del mercado del trabajo. Si le llevabas la contraria al cacique, si ponías objeciones a sus políticas, el cacique no te daba trabajo. La manera de desarticular el disenso era que los disidentes tuvieran que irse a otros territorios para encontrar ese trabajo que les permitiera la supervivencia. Las obras literarias realistas de los últimos doscientos años andan llenas de ejemplos testimoniales y episodios de ese tipo recreados de la realidad.

A mí, con franqueza, no me apetece nada volver a vivir en la Edad Media, con sus princesas leprosas, sus deficientes sistemas de calefacción de interiores, su matonismo vociferante, sus efusiones de sangre y sus exageraciones gore. El jipismo y el modernismo fabricaron una versión del medioevo de escenografía de cuento, sin aristas, de damas angelicales y elfos de caramelo. Un medioevo de chocolate suizo, diríamos. Pero los datos que tenemos sobre aquella realidad son bien diferentes y mucho más siniestros. La Ilustración y la modernidad política abolió todo ese mundo tétrico, basándose en la idea de que los hombres son libres e iguales. Se promovió la libertad de movimientos por todos los territorios para poder buscar cada uno su igualdad de oportunidades. Esa libertad resultaba productiva y muy atractiva para intentar buscar la realización personal. A partir de ese momento, los seres humanos empezamos a tributar (verbo que viene de «tribu») por individuos y no por territorios.

Resulta entonces inquietante la convergencia de varias medidas que vemos a nuestro alrededor y que recuerdan de nuevo demasiado a la ruta caciquista. Por un lado, se nos anuncia la creación de una lista de medios de comunicación que otorgará más tratos comerciales a unos o a otros de esos medios en función de la designación que se les otorgue. Algo fácilmente degenerable en un panorama en el que solo tiene ventajas para trabajar quien no contradiga al poder. En cierto modo, de una manera encubierta, eso ya está sucediendo en el campo público en algunas autonomías, sobre todo identitarias. Si esa distribución interesada de las oportunidades de trabajo la cruzamos con el hecho de volver a recaudar y repartir los tributos según los territorios (vulnerando la igualdad fiscal basada en el individuo) estaremos delimitando claramente el terreno de juego de un neocaciquismo que nos llevará a la escasa movilidad social, a sistemas de dominio mineralmente solidificados, al inmovilismo, la injusticia, la desigualdad y la parálisis. Degeneración y no regeneración.

El gran avance sociopolítico de la modernidad fue llegar a la conclusión de que la igualdad de oportunidades debe garantizarse desde las instituciones. El neocaciquismo viaja totalmente en sentido contrario. Si las oportunidades las decide el cacique, cuando no estés de acuerdo, más te valdrá irte a trabajar a otro lado. Un sistema que provocará enormes agitaciones y trastornos al ser, social y filosóficamente, inviable en la época del viaje barato y el trabajo a distancia telemático.