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«Una mala conducta puede ser consecuencia de una alimentación inadecuada»

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Abc.es 
La idea de escribir 'Dime qué come y te diré cómo se porta' (Planeta) surgió de la práctica diaria en la consulta de la psicóloga Mª Luisa Ferrerós. «Había observado cambios de comportamiento y malas conductas en momentos muy concretos: casi siempre antes de comer, instantes previos a la merienda, cuando se acerca la hora de cenar o por las mañanas antes de desayunar. La doctora Victoria Revilla y yo comprobamos que al modificar la alimentación de nuestros pacientes, empezaba a cambiar el comportamiento». El libro, escrito entre ambas expertas, es una obra fundamental con la que entender cómo afecta la alimentación al comportamiento de los más pequeños, cuáles son los macronutrientes saludables para el desarrollo de su cerebro y cómo afecta el dulce a su conducta. Pero lo más interesante es que no se queda en la teoría. En sus páginas se incluyen infinidad de trucos para bregar con problemas específicos y nos ofrecen menús concretos para niños de distintas personalidades; obstinados, difíciles, desobedientes, activos o inapetentes. Usted apunta que la conducta es consecuencia de su alimentación y que cambiando ciertos aspectos de esta podemos ayudar a niños con ciertos trastornos.   En efecto. Una mala conducta puede ser consecuencia de una alimentación inadecuada. Se ha comprobado que los cambios bruscos de comportamiento suelen coincidir con bajadas repentinas de energía (glucosa), justo después de desayunos o meriendas demasiado dulces (cereales azucarados con leche, galletas, bollos...), provocando enfados y pataletas sin justificación y también dificultades de concentración. Esto se puede controlar añadiendo alimentos que generan liberación lenta de glucosa como la fruta, la verdura o los cereales integrales y teniendo muy en cuenta los horarios de las ingestas. ¿Qué falsos mitos han observado que persisten en la actualidad? Es muy importante entender que los niños no pueden comer igual que los mayores. Para empezar, necesitan un aporte calórico muy superior. Y sus platos principales deben estar compuestos por estos tres bloques fundamentales, que no siempre cumplimos: carbohidratos complejos (pan, arroz, pasta, patatas) y los complejos (verduras, frutas, legumbres); proteínas (carne, pescado, huevos, lácteos) y también grasas saludables. De hecho estas últimas, según apunta usted en su libro, tienen muy mala fama.   Pero son el tercer grupo de alimentos que el cuerpo necesita, en especial, el de los niños. No toda la grasa es mala, ni mucho menos. En realidad la grasa buena es muy rica en calorías esenciales para mantener los niveles de energía y concentración de los niños a lo largo del día. Hay grasas saludables y son las que están presentes en el aceite de oliva, el aguacate, las semillas (como las de calabaza o girasol) y las aceitunas, además de la grasa del pescado y de carne de animales alimentados con pasto. Las grasas trans de alimentos procesados y de fritos con aceites que no son de oliva o reciclados, son las dañinas y las que debemos eliminar de la dieta. ¿Qué errores le llaman más la atención en consulta?   Veo a familias con desayunos y meriendas muy desacertadas. Se preocupan por las comidas y las cenas y se olvidan de estas dos tomas, donde les dan cereales azucarados o lo que sea. El otro día una niña, en pleno desarrollo, me confesó en consulta que por las mañanas tomaba solo tres galletas con un vaso de agua porque su madre le había dicho que la leche era mala, cuando es uno de esos alimentos que llamamos 'ladrillo'. Es verdad que existe una corriente en contra de la leche de vaca. La leche de origen animal tiene un valor nutricional altísimo para los niños mientras que las leches vegetales no tienen un perfil tan brillante como parece. Y, a no ser que el niño haya sido diagnosticado con intolerancia a la lactosa, no debemos eliminarlas de su dieta. Como tampoco debemos eliminar el trigo del menú infantil a no ser que nos lo recomiende el médico debido a una celiaquía o intolerancia al gluten. ¿Cuál sería la norma básica en cuanto a la composición de estas dos ingestas, desayuno y merienda?   Lo ideal sería introducir en ellas un 30 por ciento de proteína. Hemos de entender que en esta primera ingesta se rompe el ayuno de toda la noche. Es una comida muy importante y ellos van al colegio, donde no pueden ir sin haber comido algo que les proporcione la energía suficiente para estar atentos y sin problemas de concentración. Muchos niños se levantan sin hambre y de bastante mal humor... Habría que ver a qué hora y cuánto han cenado, probablemente tarde y copiosamente. En cambio, han salido medio muertos del colegio pero han comido alimentos sin macronutrientes. Sugiero cambiar esta dinámica de la siguiente forma: Hacer una buena merienda, consistente, también con proteína de calidad (bocadillo de tortilla, caballa, atún...) y cenar un poquito más pronto y de forma ligera. En el libro se habla del DHA o del Omega 3 que necesitan los niños con trastornos por déficit de atención... ¿Eres partidaria de la suplementación, o de intentar hacerlo vía alimentación únicamente? El problema está en que científicamente se ha demostrado que lo que se absorbes de una pastilla es un quince por ciento. Es mucho mejor tomarse unas espinacas con mejillones. Estos últimos son una bomba alimenticia: llevan zinc, fósforo, magnesio, DHA, todo maravilloso. Y eso es una cosa asequible y que la puedes cocinar de muchas maneras. Si no les gustan a la marinera pues se los enchufamos con espaguetis, o como paté... También advierte usted que hay que seguir cuidando al máximo la alimentación en la adolescencia.   En esta etapa vital las neuronas que hemos conectado en la adolescencia se mielinizan, se recubren de una sustancia que es la que fija esa conexión. En esto son muy importantes las grasas (Omega 3 y 6). con presencia en los pescados azules. No hace falta que sea salmón, aquí es mucho más importante que sea de proximidad: las sardinas, las anchoas, la caballa, el jurel, el atún...