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Alemania podría hacer descarrilar el tren europeo de la economía

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Siempre se ha dicho que cuando Alemania estornuda, el resto de Europa se resfría, incluso que algunos de los países de la UE, podrían sufrir una pulmonía. En los últimos años, Alemania ha enfrentado una serie de desafíos económicos y estructurales que están teniendo un impacto significativo no solo en su economía, sino también en toda Europa.

Alemania, tradicionalmente considerada el motor económico de la Unión Europea, está mostrando señales de debilitamiento en varios frentes, lo que genera preocupación sobre su capacidad para seguir liderando el crecimiento económico del bloque.

No sólo eso, sino que dicha situación tiene implicaciones estructurales y profundas para los ciudadanos y empresas de toda UE, poniendo en riesgo el papel futuro que Europa debería jugar en la geopolítica mundial frente a los dos grandes actores que se están posicionando como es EE UU y China. Si a eso añadimos las políticas y regulaciones de la UE, medio suicidas, que se están legislando en los últimos tiempos, el panorama para Alemania no es alentador.

Si echamos un vistazo a los datos macroeconómicos alemanes, destaca que su PIB muestra un crecimiento nulo en el primer semestre de 2024, con una caída trimestral del -0,1%. Desde 2021 que creció un 3,7%, la tendencia ha sido bajista hasta alcanzar una caída anual del -0,3% el año pasado, donde el déficit público alcanzó el -2,5%, en un país con una senda hacia el superávit hasta la llegada de la crisis por COVID-19. Y el paro, aunque ligeramente, también viene creciendo hasta situarse en el 3,4%, que puede parecer simbólico si lo comparamos con España, pero que muestra una tendencia.

Entre las principales causas de la situación de Alemania, que son numerosas y variadas, cabe destacar su gran dependencia del sector industrial, en particular, la automoción como pilar de su crecimiento económico, la maquinaria y la industria química.

En el caso del sector automotriz, la forzada y acelerada transición hacia el vehículo eléctrico le está dando numerosos quebraderos de cabeza lo que, unido a las crecientes regulaciones ambientales, les ha obligado a tener que abandonar sus planes con motores de combustión, fuente de ventaja comparativa, para tener que comenzar, casi en igualdad de condiciones, a competir con fabricantes tecnológicos como Tesla o los fuertemente subvencionados coches chinos.

A eso hay que añadir la crisis energética que sufre por su dependencia del gas ruso junto a la decisión de cerrar las centrales nucleares, lo que ha incrementado notablemente los costes energéticos. No están surgiendo efecto los grandes esfuerzos alemanes por diversificar sus fuentes de energía en la forzada transición hacia las renovables.

Esta situación ha incrementado notablemente los costes de las industrias, erosionando la competitividad de las empresas alemanas frente a sus competidores globales, además de impactar en el poder adquisitivo de los ciudadanos, lo que debilita el consumo que representa una parte importante del PIB.

Por otro lado, el rápido envejecimiento de su población conlleva un declive de la fuerza de trabajo, una buena parte muy cualificada, lo que genera escasez de mano de obra, además de un aumento del paro lo que, junto a un aumento en el gasto en pensiones, limita la inversión pública y el crecimiento.

Otro factor relevante es la gran dependencia que su economía tiene de las exportaciones y la caída de las mismas por la desaceleración de la demanda mundial, especialmente la de China, cada vez más autosuficiente. A ello, hay que añadir, la mayor fragmentación de las cadenas de suministro debido a diversos factores geopolíticos.

Y el impacto en Europa puede ser preocupante porque Alemania es el mayor contribuyente a los fondos de cohesión, lo que compromete el crecimiento de la zona euro, dificultando la ejecución de políticas comunes junto al riesgo de fragmentación por las mayores diferencias entre los países miembro.

Además, pone en riesgo la estabilidad financiera y el poder de la moneda única aumentando la volatilidad de los mercados, lo que podría forzar al BCE a realizar políticas monetarias expansivas que debilitarían al euro.

Alemania se enfrenta a una combinación de desafíos internos y externos, muchos derivados de las regulaciones y exigencias de la UE, que parecen querer matar a la gallina de los huevos de oro y que están socavando su posición como la locomotora económica de Europa, afectando a la estabilidad y el crecimiento de toda la región. Si no cambian las cosas, la economía europea en su conjunto podría enfrentar un periodo prolongado de debilidad económica y mayores incertidumbres.