Pronósticos
Según afirma la Real Academia de la Lengua Española, en su sentido más amplio, el término pronóstico refiere a aquel conocimiento anticipado de lo que sucederá en un futuro, mediante ciertos indicios, señales, síntomas, intuiciones, estudios e historia previa, que se suceden cumpliendo una función de anuncio.
Pronosticar es algo que está muy de moda, ya sea por especialistas, como por cualquiera que se siente capaz, y en su derecho, de lanzar vaticinios luego de realizar un análisis profundo o simplemente porque le sale de… la internet.
En todos los sucesos y rincones de la vida hay pronósticos: los más antiguos datan desde el origen mismo, cuando un australopiteco, con solo oler la brisa y mirar el vuelo de las aves anunciaba: «En un par de horas está lloviendo». Rara vez se equivocaba.
Millones de años después, y con el gran desarrollo científico que ha concebido la humanidad, y en particular la meteorología, a veces erramos más en los pronósticos que nuestros primates. A favor de los meteorólogos está que entonces, hace millones de años, no existían el fenómeno de El Niño y el cambio climático.
Tampoco podemos ser tan estrictos, vean, por ejemplo, cómo los astrónomos son capaces de anunciar el paso de cometas, estrellas, meteoritos y todos esos cuerpos celestes con tantos años de diferencia. La verdad es que pasa tanto tiempo entre un evento y otro que, o te fuiste del aire, o ya no te acuerdas de la fecha anticipada por los expertos para dar veracidad de tales pronósticos.
Más reciente, con impacto mundial, tenemos el deporte y su evento mayor: las olimpiadas. ¿Cuántos pronósticos se hicieron? ¿Cuántos se acercaron y cuántos ni siquiera imaginaron lo que en realidad sucedió? Es un asunto humano y subjetivo que como ya dije se basa en datos, marcas, logros obtenidos en esa temporada por deportistas y países. Algunos técnicos basan sus pronósticos en compromisos y voluntades ajenas. Me refiero a cuando eres amigo cercano o familiar de algún deportista y lo das de favorito. Aquí también juegan su papel los sentimientos y el corazón. Siempre queda la compensación de haber dado el máximo, y haber estado en una olimpiada. Da igual si eres deportista, el especialista que emites los pronósticos, o cualquiera que, sin mérito ni profesión alguna, también estuvo allí.
Tengo un amigo que le encanta hacer pronósticos. Ese si es un verdadero kamikaze de la subjetividad, las probabilidades y el azar. Él le mete a todo, lo mismo vaticina quién del barrio será el afortunado que se empatará con la vecina que se mudó la semana pasada, quién de la cuadra viajará a Nicaragua, o quién será el próximo en ser seleccionado por la Parca.
Para serles sincero, no sé si será un sexto sentido, una habilidad innata, o poder divino… nadie sabe, pero la verdad es que el tipo acierta con gran frecuencia y es despreciable el margen de error. Sin embargo, últimamente se ha encontrado con ciertos retos en que sus pronósticos no dan «pie con bola», a pesar de que ya existen datos, algunos estudios de campo y sobre todo, valoraciones en nuestros noticiarios.
Papito Vista Larga (así llamamos a nuestro bienaventurado amigo), no ha logrado ni una vez adivinar temas tales como: ¿Cuándo volverá el café? ¿De qué país es el arroz que entró en el puerto? ¿Cuándo bajarán los precios del mercado? ¿Cuántos días tendremos sin que venga el agua? ¿En qué mes toca recoger el basurero de la esquina? ¿Qué pasará con la Serie Nacional y la Liga Élite de nuestro béisbol?
Estos son algunos de los temas peliagudos que ponen en duda la, hasta ahora, reconocida y admirada habilidad de Papito. Como me da pena con él, y porque le tengo aprecio, trato de animarlo y le digo a modo de estrategia: «Mi hermano, no te arriesgues más dando pronósticos de días, semanas o meses… haz como los astrónomos: ¡tírale años!».