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Сентябрь
2024

El campo español se concentra cada vez en menos manos

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Abc.es 
¿De quién es España? La pregunta es abstrusa, es de todos y de nadie, pero ahí van unos datos: nuestro país lo forman 50 millones de hectáreas, de las que 23 millones son superficie agraria útil (SAU), tiene 914.871 explotaciones agrícolas y ganaderas , y 770.000 agricultores (datos del INE). Podría argüirse que los dueños de la tierra son estos últimos; bien, unos más que otros. El último Censo Agrario del INE, que fue elaborado en 2020, indica que el 9% de las explotaciones más grandes económicamente, las que están por encima de los 100.000 euros –el INE mide el valor monetario en términos de PET, que es como llaman al total de la producción bruta al precio de salida–, aglutina el 45,5% del total de la tierra cultivable. Y en términos de dinero la diferencia es mayor, pues juntas las 'grandes' suman el 72% del valor de la producción. 'Concentración de tierras', un término que en nuestro país tiene no poca carga política. Trae ecos del pasado, de una desigualdad heredada del Antiguo Régimen y que durante la Segunda República dio pie a una reforma drástica que fue más leña al fuego para la lucha fratricida. Cualquier comparación es forzada, por supuesto, pues entonces –años 30– la mitad de la población vivía de la tierra y hoy son menos del 4% ; cosas de la mecanización. Además, si nos comparamos con la media europea seguimos siendo un país de muchos agricultores; en la vecina Francia el tamaño medio de las parcelas es dos veces mayor (69 hectáreas en 2020) y apenas quedan 500.000 personas que trabajen el agro. Aun así, hay un acaparamiento evidente, léanse los últimos tres censos agrarios. En 2020 había 914.871 explotaciones , un 30% menos que en 1999, y eran un 26% más grandes (26,4 hectáreas de media). Bien es cierto que en estos treinta años la superficie agraria total ha disminuido en unos dos millones de hectáreas –el drama de la España vaciada–, pero esta variable no compensa los otros datos. Lenta pero inexorablemente, la tierra se está volviendo a aglutinar en pocas manos. Hablamos con Regino Coca, el fundador de la red Cocampo –el portal líder en el mercado agrícola en España–, que nos da un listado de las causas de este fenómeno, que se podrían resumir en que para los pequeños cada vez será más difícil sobrevivir. Cómo no, hay que empezar refiriéndose a los precios que percibe la gente del campo por la cosecha, con demasiada frecuencia, por debajo del costo de producción. Ya lo explicó ABC , la clave del arco de este desajuste está en la falta de integración y cooperativización de los productores, que negocian con una industria y una distribución que son mucho más grandes que ellos; otra vez, la pequeñez como problema. Sumémosle a esto el exceso de burocracia, las importaciones de fuera de la UE y la mecanización, que es de lo que empieza hablándonos Regino. Genial invento fue la cosechadora, pero cuando apareció, mediado el siglo pasado, acabó con el trabajo de las cuadrillas de segadores. La historia se repite , porque el avance tecnológico de los últimos años ha permitido la intensificación extrema de algunos cultivos, como el olivar, la vid o el fruto seco. El tractor ya se democratizó en su día, pero los costes de una cosechadora (no menos de 130.000 euros si es nueva), de la instalación de un sistema de riego por aspersión (alrededor de los 1.500 por hectárea) o de una vendimiadora (alrededor de 50.000 las de segunda mano) obligan a los agricultores a pensar en términos de 'economía de escala'. En algunos sectores, para competir hay que invertir en aperos que pueden costar 500.000 euros, «y eso deja fuera a cualquiera que no tenga al menos 500 hectáreas», zanja Regino. Esto nos lleva a la otra pata de este problema, el envejecimiento de los agricultores. Según datos del Ministerio de Agricultura, el 41% tiene más de 65 años y el 51% está entre los 40 y los 64 . El productor español no solo es pequeño, también es viejo, y por tanto está desprovisto del ímpetu y los conocimientos tecnológicos para adaptarse a la nueva realidad del sector. Esto contextualiza otra cifra clave de este asunto, el sensacional aumento de las fincas de una hectárea, un 59% en diez años (estas y las de más de 100 son las únicas que se han multiplicado en este tiempo). No es una noticia demasiado buena, pues son pedazos de tierra virtualmente inútiles, herencias de personas que mueren sin tener relevo generacional, de modo que sus parcelas, antaño productivas, son troceadas por los vástagos en el momento del reparto. Donde más se percibe este fenómeno es en Galicia –una de las comunidades más envejecidas–, cuyos cultivos tienen la media más pequeña del país. Fenómeno contrario es el que se observa entre los agricultores 'jóvenes', y lo ponemos entre comillas porque el Censo Agrario sitúa la juventud por debajo de los 40 años. Son los más emprendedores, pues el 50% dirigen fincas que superan los 25.000 euros de PET ( 8.000 es la media de los mayores ), la lástima es que solo representen el 8% del censo. Pero ni jóvenes ni abuelos, en la parte alta de la renta agraria están las personas jurídicas, que con solo el 7% de las explotaciones logran controlar el 23% de la tierra y el 40% del PET. Esto nos da para preguntarnos quiénes son los nuevos terratenientes, si es que el término vale (los expertos nos dicen que no). Los cultivos que se están convirtiendo en latifundios son aquellos que se pueden intensificar (frutos secos, olivar, vid, etc.), y sus patronos son empresas y, en menor medida, jóvenes autónomos. Luego están los fondos de inversión , que tanta polémica han levantado de un tiempo a esta parte porque se están aprovechando del envejecimiento para comprar hectáreas; Proa Capital, HSBC, Fremman Capital, Nuveen Natural Capital...; son solo algunos de los que últimamente han hecho inversiones milmillonarias en el agro español. Para ponerle cara a 'los inversores', hablamos con Carlos Saavedra, uno de los fundadores de Long Walk Farming , una sociedad dedicada a la inversión en activos agrícolas. Básicamente, lo que hace su empresa es adquirir grandes propiedades que luego arrienda para su explotación en intensivo. Su estrategia es comprar propiedades con alta disponibilidad de agua, que se puedan diversificar e intensificar. En Cádiz, por ejemplo, disponen de una finca de 374 hectáreas alquilada a Agreeculture, sociedad que gestiona 3.200 hectáreas en toda la Península. Carlos empezó en el sector inmobiliario, le preguntamos por qué se pasó al campo, y nos dice que es un negocio «seguro y en expansión, porque con el aumento de la población la tierra cada día valdrá más». Acabamos con un presagio , y es que más pronto que tarde ese 41% de agricultores sénior se van a jubilar. Para ver los resultados de esta tormenta perfecta, habrá que esperar al Censo Agrario de 2029.