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Сентябрь
2024

Incoherencia como argumento

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El gran tema de esta semana a escala nacional ha sido indudablemente la derrota parlamentaria del Gobierno sobre el asunto de Venezuela.

La oposición se ha apuntado un tanto defendiendo algo que era obvio. Supieron ver con claridad que las relaciones exteriores terminan siempre afectando, se quiera o no, a la política interior.

Quizá por eso resulta necesario que un gobierno tenga una estrategia de relaciones internacionales coherente.

Nuestro Ejecutivo actual no se ha distinguido precisamente por su habilidad en esas relaciones. Todo gobierno se puede equivocar y, de hecho, no existe gobierno, ni en el mundo ni en la historia, que no lo haya hecho repetidamente.

Pero, en las cuestiones diplomáticas, es lógico esperar al menos que esas equivocaciones sean el resultado de practicar siempre una misma línea de acción, discutible o no.

La coherencia es algo esperable en los trenes, porque no funcionan si la locomotora va por un lado y unos vagones no enganchados a ella van por otro.

Pero en el Gobierno de Pedro Sánchez su convoy de argumentos destaca siempre por el nulo hilvanado que hay entre ellos.

Un día se destruyen las relaciones con Argentina y nos quedamos sin embajador en un país por cuatro declaraciones chapuceras de tipo personal y unos cuantos días después se asegura que denunciar en sede parlamentaria el robo de unas elecciones por parte de una dictadura pone en peligro la balanza comercial de exportaciones.

¿Acaso no tenemos también comercio con Argentina? ¿Si algún tipo de comercio ha de peligrar no será mejor que sea aquel que perjudica más al contrario y que se haga por una causa realmente importante como es luchar contra una dictadura?

[[QUOTE:PULL|||Un gobierno se puede equivocar, pero al menos que sea por practicar siempre una misma línea de acción]]

La iconografía mítica de la izquierda más populista que reprocha la no intervención de las democracias contra la dictadura de Franco no opera, por lo visto, para ellos con la dictadura de Maduro.

Vamos, que uno echa de menos algún mínimo tuit del ministro Óscar Puente sobre la posible y fascinante dieta de estupefacientes que puede empujar al cerebro de Nicolás Maduro a cambiarle de sitio las Navidades a su pueblo y colocarlas a voleo en el lugar que más le plazca del calendario.

No me negarán que el tema tiene guasa. Tan hablador que es ese ministro para unas cosas y qué silencio más sepulcral guarda sobre las posibles ingestas de Maduro.

La misma incoherencia podemos rastrear en la vertiente del reconocimiento internacional. El presidente recomienda, como trato para el dictador venezolano, que sigamos fielmente las directrices de la comunidad europea para ir todos a una.

Pero cuando a Sánchez, hace poco, le dio por salir de viaje por el mundo, infatuado de que iba a convencer a todo el globo de reconocer al Estado palestino, le importó muy poco la directriz general.

Su apostura no sirvió esta vez para convencer a nadie, porque resulta que en el extranjero abundan los tipos más altos y más rubios que él.

Pero después de tal fracaso, antes que reconocerlo, prefirió ignorar las directrices internacionales que le proponían sus interlocutores y hacer el reconocimiento por su cuenta.

Argumentó para ello causas morales. ¿Acaso esas causas morales no rigen también para la legión de perseguidos, torturados y despojados de derechos que produce en masa la dictadura venezolana?

Se diría que el presidente quiere ser puntero en causas morales solo cuando le conviene. Cuando las causas morales pueden restarle votos entre la parte más ciegamente fanatizada de su electorado, entonces se esconde de la pelea.

Argentina, Venezuela, Gaza, etc. No hay un norte. Ni político, ni moral, ni comercial. La falta de brújula gubernamental en estos temas es preocupante. No garantiza un futuro de panorama estructurado.

Para tratar con los asuntos de política internacional –que siempre vienen impregnados de posiciones morales– se necesitan políticos y estadistas de una pieza.

Y, a ese respecto, lo único que podemos decir es que en nuestro Gobierno, lo máximo que tenemos es un ministro Bolaños que parece un niño hecho de madera.

No sé si con esos materiales podrá revertirse la incoherencia argumental del convoy de nuestra política internacional, pero cabe dudarlo. Queda, por lo menos, ese momento en que un montón de venezolanos dignos fueron reivindicados.