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Сентябрь
2024

El color del sonido de Manolo Franco

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Abc.es 
En la intimidad del Espacio Turina, la XXIII Bienal de Flamenco de Sevilla se abrió paso para recibir a uno de los grandes maestros de la guitarra flamenca: Manolo Franco. Bajo el evocador título 'El color de mi sonido', Franco desplegó un recital de sublime maestría, un viaje sensorial que reivindicó el esplendor de la escuela sevillana del toque. En este concierto, el público no solo fue testigo del virtuosismo técnico del guitarrista, sino también de su capacidad para contar historias a través de las cuerdas, brindando momentos de profundidad emocional, equilibrio y precisión rítmica. La espera fue amenizada con la rondeña Camarón de Paco de Lucía, sintonía de la bienal, y con el último compás el guitarrista se presentó sobre el escenario con tan solo su fiel compañera , pero no hacía falta más. El concierto se abrió por minera, este palo flamenco, tiene sus raíces en los cantes minero-levantinos, nacidos en el siglo XIX con las migraciones de andaluces, hacia esa región en busca de trabajo en las minas. Esto se percibe en la esencia de la minera, un estilo cargado de melancolía que el guitarrista con su característica sensibilidad, tejió un sonido oscuro y melancólico. Le siguió una soleá que exhibió con claridad los fundamentos de la escuela sevillana: el sentido del compás y la perfecta integración de lo melódico con lo rítmico. Las notas fluyeron como un río, pero siempre con ese punto de tensión que mantuvo al público en vilo, como si cada acorde estuviera a punto de desbordarse en algo más grande. Franco mostró aquí su control del fraseo melódico, jugando con la ambigüedad armónica que caracteriza su toque, con cambios sutiles de tonalidad. Fue entonces el momento de que llegara el acompañamiento sobre el escenario. La complicidad entre los músicos que le acompañaban también fue clave para la magia de la noche. Las voces de Mercedes Abenza, Isa Durán y Churumbaque, el baile de Rafael del Pino «Keko», junto con la percusión precisa y envolvente de Agustín Henke y el apoyo de Miguel Ángel Laguna a la guitarra contribuyeron a redondear un espectáculo donde cada pieza encajó en un todo armónico y perfectamente equilibrado. Uno de los momentos más emotivos llegó con 'Cristina y Manuel', una alegoría en forma de alegrías. El programa continuó con la guajira 'De coral', donde se vieron unas pinceladas de baile. Aquí, el maestro demostró su capacidad para transportar al público a través del tiempo y el espacio, alternando ritmos y escalas que evocaban otros horizontes sonoros sin perder la esencia flamenca. Manolo Franco demostró de nuevo en solitario toda su maestría en los fandangos de Alosno. El sevillano se mostró muy agradecido con el público, «estoy encantado de estar de nuevo en la bienal de Sevilla», declaró emocionado. La esperada farruca 'El color de mi sonido', que da nombre a su espectáculo, fue sin duda uno de los puntos álgidos de la velada. Franco, con una afinación distinta, desplegó toda la carga simbólica y estética de su toque, uniendo la tradición con una personalidad propia que resonó en cada rincón del Espacio Turina. El equilibrio entre el rigor técnico y la creatividad quedó plasmado en cada rasgueo, en cada ligadura, logrando una ejecución maestra. Para dar paso a los tangos, el acompañamiento volvió a las tablas y en tono de rondeñas dio pie a una ejecución memorable. El momento de la seguiriya 'Campo de los mártires' fue otro de los grandes hitos del concierto. En esta pieza, Franco mostró el lado más visceral y dramático del flamenco, aunque a medida que avanzaba el tema el ritmo iba tomando velocidad, donde Rafael del Pino demostró su dominio de dicho ritmo. La velada encaró la recta final con un popurrí titulado 'De verde y oro', que sintetizó la esencia del recorrido sonoro del maestro sevillano. Aunque el concierto no podía acabar sin un fin de fiesta al compás de bulería , que lo utiliza a modo de bis. Cada estilo, cada palo flamenco visitado durante la noche, encontró aquí un espacio para brillar de nuevo, recordando que la guitarra de Manolo Franco no solo es un instrumento, sino una prolongación de su personalidad, capaz de conjurar una paleta de colores que evocan lo más profundo de la esencia flamenca. Al concluir, los aplausos largos y sostenidos del público no dejaron lugar a dudas: Manolo Franco sigue siendo una de las grandes figuras de la guitarra flamenca, no sólo por su habilidad técnica y su virtuosismo, sino por su capacidad para crear un imaginario estético y emocional que toca las fibras más profundas del alma. Este concierto, además de significar su regreso a la Bienal, fue un testimonio de la evolución de un artista que, sin olvidar su tradición, sigue explorando nuevos caminos en el arte de la guitarra. Manolo Franco no solo revalida su lugar en la historia del flamenco, sino que sigue marcando el compás para las generaciones futuras.