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Trump: donde dije «digo», digo… ¡«digo»!

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Solo la tensa campaña en que está enrolado para llevarse otra vez la presidencia de Estados Unidos, podría explicar aseveraciones tan centradas y racionales como las que hizo hace unos días el exmandatario Donald Trump, opuestas a lo que fue su práctica desde la Casa Blanca. El emperador de las medidas punitivas unilaterales reconoció que las sanciones constituyen una amenaza para el uso y preponderancia del dólar en las relaciones comerciales globales.

La aseveración, amplia y reposada —de modo muy distinto a su agresivo estilo— fue formulada por el candidato republicano cuando respondía a preguntas de un panel de expertos en la ciudad de Nueva York, y uno de ellos le interrogó acerca de si eliminaría o modificaría los programas de sanciones comerciales impuestos por su país a naciones como Rusia.

Entonces Trump reconoció que sí, que usó las sanciones, pero diiiiiiiiiiice que «las levantó» (¿?) tan rápido como fue posible, porque «últimamente las sanciones están matando al dólar y todo lo que él representa…»

No es noticia. Tal verdad fue vociferada con preocupación hace meses por la muy creíble voz de la secretaria del Tesoro —por supuesto, demócrata— Janet Yellen pero, de parte de Trump, resulta una menuda confesión de culpas de un gobernante que se pasó cuatro años amenazando… y con el mazo dando.

Obviamente, la realidad, y la necesidad, obligan. Su eventual vuelta a la presidencia otros cuatro años después, ocurriría en un contexto marcado por la emergencia de poderes distintos a la hegemonía occidental, que le abren grietas. Y un aspirante a la presidencia de EE. UU. no puede persuadir al electorado de que vote por él, desconociendo la realidad. 

Entre los acontecimientos más relevantes ocurridos en este lapso destaca el uso de monedas alternativas al dólar en las transacciones comerciales de los países castigados, precisamente, por la prepotencia estadounidense; a tal grado que hace meses se habla de una paulatina aunque creciente desdolarización de las relaciones comerciales mundiales.

Entre esas denominaciones monetarias que descuellan hay que anotar al yuan. Según reportes de la recurrida consultora financiera Bloomberg hace seis días, esa moneda comenzó ya a desplazar al euro del segundo lugar que este ocupa en las transacciones globales después del dólar.

Según la publicación, tales «avances» de China tienen que ver con lo que llama sus «esfuerzos constantes para consolidar su economía y su moneda por fuera de sus vastas fronteras». Pero no es que las naciones en desarrollo, como dice, «elijan» realizar sus pagos comerciales en yuanes per se. El asunto es que la ley del embudo aplicada por EE. UU. y Occidente, las medidas de fuerza y las gigantescas cifras de impagable deuda externa, no le han dejado de otra a los países más pobres.

Tal necesidad ha contribuido también al protagonismo del grupo Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), extendido y fortalecido con la reciente entrada de Irán, Egipto, Etiopía, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, y al que seguro se sumarán otros miembros en la cumbre prevista para octubre en la ciudad rusa de Kazán.

Precisamente, las relaciones comerciales dentro del Brics han fortalecido al yuan. Y se espera que el mes próximo, el grupo pueda formalizar oficialmente un mecanismo de pago alterno al Swift occidental.  

He aquí cómo la beligerancia del conglomerado, y su capacidad para cambiar paulatinamente el desequilibrio económico, financiero y, por tanto, político en el mundo, pudo ser lo que sacara de sus casillas a Trump y conseguir que se le olvidara el libreto.

Apenas dos o tres días después de reconocer el daño que las sanciones causan al dólar, el magnate inmobiliario volvió a las andadas, al amenazar a los países que dejen de usar el billete verde con la imposición de aranceles del ciento por ciento a sus productos que quieran entrar al mercado estadounidense.

Sin embargo, la resistencia de los emergentes a las torceduras de brazo de Estados Unidos, tiene cada vez más asideros para hacerse fuerte.