Luces largas son urgentes
Pues resulta que el niño millón de Costa Rica nació un 24 de octubre de 1956. Entonces, hubo una gran celebración y el bebé fue muy regalado. No era para menos la algarabía: a Costa Rica le llevó casi siglo y medio de vida independiente llegar al millón de personas, una marca que entonces llenó de cierto optimismo al país. Ya no éramos tan ratones y, además, la población crecía como la espuma. Había chiquillos por todos lados, como hormiguitas bajo las piedras, la economía crecía rápidamente y mejoraba el bienestar.
Hoy, casi siete décadas después, somos más de cinco millones de personas, pero nuestro pronóstico demográfico es muy distinto. Ya estamos cerca del pico máximo de población, que será menor de seis millones en un par de décadas; eso sí, suponiendo que nadie tire una bomba atómica, no haya una terrible pandemia o la crisis climática global no nos golpee muy fuerte y podamos seguir produciendo y viviendo aquí. Antes de terminar el siglo, nuestra población habrá caído a poco menos de cuatro millones y medio de personas, según el demógrafo Luis Rosero. La magnitud de esa caída dependerá de dos factores: primero, si no cambia la muy baja fecundidad actual, estamos fritos; y, segundo, si llega mucha migración, que traería sangre nueva, la reducción sería menor.
Con este pronóstico en mano, pocas veces han sido tan urgentes y necesarias las luces largas en la política pública. Y, trágicamente, están apagadas. Si tenemos (y tendremos) menos contingentes de gente joven, requerimos que cada uno de ellos esté lo mejor preparado posible y tenga las mejores oportunidades de empleo. Pero no tenemos propuestas para sacar a nuestra educación y al mercado de empleo del hueco en que están. Requerimos atraer mucha inversión internacional innovadora para crecer con productividad y en sectores de punta. Pero desarmamos el binomio Comex-Cinde, carbonizamos nuestra economía, estamos en pleito con las universidades, dejamos que el crimen organizado se apodere de territorios, afectando el clima de negocios, y carecemos de políticas de desarrollo productivo. Requerimos adaptarnos al cambio climático, pero andamos viendo cómo explotamos gas y petróleo, y golpeamos la conservación ambiental.
Al revés del pepino. En eso andamos en el 2024. El próximo gobierno, quienquiera que sea, tendrá que convocar a las mejores personas para prender las luces largas y tomar el timón.
El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.