Milei y Cristina Kirchner en el espejo
En los últimos días asistimos a un duelo entre Cristina Fernández de Kirchner y Javier Milei, de esos que animan a alquilar balcones. El disparador fue que la histórica líder del peronismo emitió un documento en el que señala a la falta de dólares como el principal problema de la economía argentina. En el mismo, además, realiza lo más cercano a un ejercicio de autocrítica, teniendo en cuenta lo que dice del movimiento peronista (incluyendo no solo al partido sino también sindicatos y movimientos sociales) y el rol preponderante que ella tuvo en los últimos veinte años de historia del partido. A buen entendedor, pocas palabras.
El Presidente tomó el guante, y le respondió como suele responder. La responsabilizó de la situación actual del país, entre otras cosas, y le dedicó luego una conferencia pública en la que describió los errores que ella cometió en el pasado y las virtudes del futuro, que ya vendrán. Al fin de cuentas, cómo no entender a Milei como un producto de un pasado que decepcionó a una parte considerable de la sociedad argentina, y cómo no entender que parte de su fórmula se basa en que esa misma parte de la población haya reseteado sus expectativas sobre el futuro.
Todos perciben cierta comodidad de ambos contrincantes en esa pelea, que además parece estar delimitada a la cuestión económica y no mucho más allá. Casi como si se hubieran establecido reglas de juego. Tendemos a pensar, y sobre todo a creer, que dos políticos del volumen de los que hablamos no coordinan sus enfrentamientos públicos. Ahora, eso no significa que ambos no puedan sentir cierta comodidad en la pelea e incluso que, extrañamente, ambos terminen ganando, al menos en el corto plazo. Pero como nosotros en esta columna no solemos detenernos en peleas, tratamos de analizar la política. En este caso, nos importa qué hay detrás y qué subyace a este conflicto.
A primera vista, la sociedad argentina está partida en mitades exactas, como se cortaban las manzanas en un viejo programa de los domingos en la noche. Con Milei como centro de gravedad, ordenando las preferencias en torno a su figura, el último informe de Opina Argentina señala que el 50% de los encuestados afirma tener una opinión favorable del Presidente, mientras el 50% restante tiene una opinión negativa sobre su imagen. Ahora, ¿qué sucede al interior de la base social que sostiene la imagen positiva del actual Presidente?
Uno podría señalar que sus votos tienen principalmente dos características. Los que primero lo descubrieron fueron jóvenes, principalmente varones, y son hoy los principales sostenes de su gobierno y sus políticas. Estos son sus votantes duros. Un segundo grupo lo componen sus votantes de segunda vuelta. La mayoría de ellos, votantes de Juntos por el Cambio en primera vuelta. Allí domina más la heterogeneidad: aparecen las mujeres en mayor proporción y franjas etarias más altas. Estos son sus votantes blandos.
Cuando nos adentramos en la agenda del Gobierno , vemos que ciertos temas mantienen amalgamada a su base electoral, mientras en otros tiende a mostrar fisuras. En el primer bloque podemos ubicar centralmente a las cuestiones en torno a bajar el gasto público para reducir la inflación y las cuestiones en relación a la seguridad, con especial énfasis en la resolución de la libre circulación por avenidas y calles sin que manifestantes puedan bloquearlas. En el segundo bloque se dibujan dos fisuras.
La primera es de índole social, donde podemos indicar el veto a la ley sobre jubilados (65% de rechazo) y la forma de abordar la cuestión de la educación universitaria (62% de rechazo). La segunda podríamos denominarla institucional o republicana, y allí podemos encontrar el enfrentamiento con periodistas y medios de comunicación o la reglamentación de la ley de acceso a la información, para tomar dos simples ejemplos. Los votantes duros del Gobierno son más sensibles a la agenda económica y "anti casta política"; los blandos siguen con atención las cuestiones institucionales.
Resumiendo, cuando el Presidente Milei se enfrenta a la casta política y combate la inflación y la inseguridad, consolida su base electoral. Cuando en su agenda aparecen decisiones que son cuestionadas por poco democráticas o poco republicanas, su base electoral se fisura. Y aquí aparece el ingrediente secreto de la receta. Cuando esa fisura empieza a tomar formas más definidas, la aparición de Cristina Fernández de Kirchner funciona como un pegamento instantáneo. El exvotante de JxC, definido principalmente por su antikirchnerismo, tiende a agruparse nuevamente en torno al Presidente, olvidando los aspectos que rechaza de su gestión. Es lógico preguntarse hasta cuándo durará este efecto.
En el otro lado de la grieta (o en la otra mitad de la manzana), lo único claro es el rechazo a Milei. Los liderazgos están en discusión, nadie sabe ni tiene claro cuál es su valor ante una parte de la sociedad que, independientemente de su rechazo al Gobierno, también se sintió decepcionada por el último gobierno que presidió Alberto Fernández. Todavía menos claridad hay respecto a cuál sería el proyecto alternativo para ofrecerle a la sociedad.
En ese marco, CFK corre con la ventaja de su conocimiento y su potencia comunicacional en relación al resto de sus competidores. Aunque probablemente le cueste aún más representar al universo opositor que lo que le costó en 2019, así y todo, en su enfrentamiento con Milei, se erige en la principal figura del universo opositor y sus 35 puntos de imagen positiva así lo confirman. ¿Esto significa que está pensando en competir en 2025 o en 2027? No necesariamente, pero sí que quiere estar sentada en la mesa de negociación de una potencial coalición opositora. Cabe preguntarse si su presencia no puede terminar siendo un obstáculo para esa conformación.