Tres tanques ultrapesados (y jamás producidos en serie) con los que Hitler habría subyugado Europa
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Lo repitió hasta enroncar. En sus conversaciones de sobremesa, que se cuentan por decenas, Adolf Hitler decía adorar las evoluciones tecnológicas. El ejemplo más claro tiene nombres y apellidos: Wernher von Braun. Este ingeniero aeroespacial recibió fondos cuasi infinitos para diseñar los cohetes más mortíferos y revolucionarios del Tercer Reich. Pero si hubo un ámbito que le atrajo cual imán, ese fue el de los carros de combate. Desde los albores de la Segunda Guerra Mundial, cuando impulsó el diseño del 'Panzer IV', hasta el final del conflicto, el 'Führer' demostró una obsesión malsana por los tanques superpesados que, para algunos historiadores, le costó la derrota en el conflicto. La predilección de Hitler por los carros de combate pesados quedó patente a partir de 1941. Ese fue el año en que los diseños de tanques tan extravagantes como irrealizables se multiplicaron en su despacho. El primero de ellos fue el 'Panzer VII Löwe' ('León'). Ideado por la famosa Krupp para hacer frente a los KV soviéticos contra los que los alemanes se habían topado en la URSS en la Operación Barbarroja, la idea era que desplazara 91,4 toneladas, tuviera un blindaje frontal de 140 milímetros, casi 40 más que el mitificado Panzer VI , y disparara un poderoso cañón de 105 o 150 milímetros. La máxima final era que contara con el mayor número posible de piezas del Tiger II para favorecer la llegada de repuestos. Sobre el papel era perfecto, pero no así en la práctica. Hitler se emocionó cuando los diseños de sus dos prototipos (uno pesado, de 77,2 toneladas, y otro superpesado, de 91,4) arribaron a su mesa y ordenó que la empresa centrara todos sus esfuerzos en el más grande de los dos. Por descontado, no titubeó a la hora de seleccionar el cañón que debía portar: un KwK 44L/38 de 150 milímetros. El más grande, ande o no ande, que confirmaría el refrán. Pero el trayecto del León duró poco y, allá por 1942, el proyecto se canceló después de haber invertido grandes cantidades de dinero en él. No porque por su coste, sino porque hasta el 'Führer' llegaron los planes de un carro de combate de mayores dimensiones. El proyecto que sustituyó al León fue el Typ 205, más conocido como 'Panzer VIII Maus' (en origen, 'Ratoncillo'). El que prometía ser el carro de combate más pesado de toda la Segunda Guerra Mundial fue aprobado en junio de 1942 y se convirtió en la niña de los ojos del «Führer». En enero, como bien explica David Porter en 'Las armas secretas de Hitler', el líder nazi volvió a inmiscuirse en su diseño y ordenó a la empresa Porsche, la encargada de su alumbramiento, que montara dos cañones (uno de 128 milímetros y otro de 75) en la torreta e, incluso, que el blindado tuviera la capacidad de llevar uno de hasta 170 milímetros. Mover aquella arma suponía contar con un colosal chasis que soportara su peso y su retroceso, lo que se traducía en menos velocidad y maniobrabilidad. No importó. Hitler aprobó los diseños y entregó su fabricación a la Krupp y a la Alkett, responsable de su ensamblaje. Estas dos empresas tuvieron que soportar los caprichos de un 'Führer' que, cuando vio los primeros prototipos, armados con un cañón de 128 milímetros, se quejó de que parecía un «arma de juguete» y dictaminó el cambio por uno mayor. La ilusión debió terminársele al líder nazi en octubre de 1943, durante una de las etapas más duras de la Segunda Guerra Mundial, pues fue entonces cuando canceló el pedido. Aunque sí permitió que aquellos carros de combate que estuviesen ya en producción fuesen terminados. El resultado fue un vehículo de peso excesivo que destrozaba las suspensiones y que hacía peligrar los puentes que atravesaba. El sueño acabó en 1944, aunque los soviéticos capturaron uno de los prototipos al terminar la Segunda Guerra Mundial. La desmesurada voracidad de Hitler en lo que se refiere a los diseños de carros de combate la intentó paliar el general Kniekamp, ingeniero jefe de la Oficina de Pruebas de Armamento Waffenprufamt 6, a partir de 1942. Este experto en armas intentó convencer al 'Führer' de que debían abandonar la producción de la infinidad de modelos que estaban saliendo de las fábricas y apostar tan solo por seis categorías. De esta forma, pretendía simplificar la producción de blindados y de sus piezas de repuesto. La llamada Serie E no era una idea para desdeñar, y, según Porter, buscaba implementar mejoras como «el uso de suspensiones externas sujetas por pernos» (más sencillas de reparar) o la «estabilización del armamento principal» para favorecer el disparo en movimiento. Pero jamás salieron a la luz. El último y desquiciado sueño de Adolf Hitler fue la creación de los llamados «cruceros terrestres», conocidos como la Serie P. Según desvela el historiador y periodista Jesús Hernández en 'Eso no estaba en mi libro de la Segunda Guerra Mundial', la idea, extravagante donde las hubiera, era que estos colosales carros de combate estuvieran equipados con los cañones que utilizaban los buques de la época. El resultado fue el diseño del 'Landkreuzer P1000 Ratte' ('Rata'), de mil toneladas, 11 metros de altura y el blindaje de un crucero que necesitaba una tripulación de veinte personas. Como siempre sucedía con este tipo de proyectos, el 'Führer' quedó prendado por él y le entregó su alumbramiento a Krupp. El resultado no pasó de unos planos en los que se confirmaba que montaría un cañón de… ¡280 milímetros! Un arma similar a la que utilizaban los cruceros de la clase Schanhorst y que pesaban, por si solos, unas 650 toneladas. La imposibilidad de transportar a este gigante a la batalla, su coste de fabricación, su limitada movilidad y su gigantesca figura (que lo convertía en un blanco perfecto para los bombarderos de las fuerzas aéreas aliadas) lo terminaron condenando.