Deporte sostenible, de mantra a realidad
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Asiste el mundo a un cambio imparable y obligatorio que pasa por hacer que la huella del ser humano sea la mínima posible. No siempre es factible y la mayoría de las veces es difícil, sobre todo en un mundo como el deporte en el que los recursos naturales son parte de su entramado, su infraestructura o su paisaje. Pero la sostenibilidad ya no es una moda, sino una obligación y un legado para el futuro. Hay ejemplos en todas las disciplinas. El Celta incorpora el paisaje a la remodelación de su zona de trabajo, y entre las acciones para no impactar en un entorno que no solo tiene importancia natural, sino que muchas parroquias están involucradas, proyectaron la búsqueda del agua para el césped a más de cien metros bajo tierra, y con un sistema que permite recoger el excedente para volverlo a utilizar antes de que se filtre al terreno. Algo parecido es lo que han desarrollado en el Conde de Godó , donde un sistema de recogida de aguas grises de los vestuarios y un posterior tratamiento devuelve la vida útil de dicha agua para regar las pistas y las zonas verdes del club. Un sistema que también aplican diferentes equipos de fútbol, como el Ajax , y que completa con paneles solares y una turbina eólica para poner en marcha el estadio. El Tour de Francia apuesta desde hace años por el biocombustible y por camiones cien por cien eléctricos para trasladar los materiales de etapa en etapa. Una tendencia que, según los expertos, va a convertirse en rutina e incluso incrementar las apuestas medioambientales. «Cada vez que se celebraban grandes eventos había una especie de despilfarro: inversiones milmillonarias en infraestructuras que luego se quedaban vacías. Ahora coinciden dos cuestiones: la concienciación, y unos objetivos de desarrollo sostenible que ya no significa una agresión económica», señala Sergi Simón , coordinador de los programas de gestión de riesgos y sostenibilidad de Ealde Business School. Porque, hasta hace nada, señala el experto, la idea de minimizar las agresiones de la actividad humana sobre la naturaleza se veía como un coste. «Contaminar menos salía más caro y no se veía una compensación en el apartado reputacional. Pero ahora ya no es una agresión; está integrada en la estructura de costes. Y a medio y largo plazo, se acepta que la empresa que no esté preparada para el cambio no sobrevivirá». Y el deporte aumenta el escaparate de esta doble vertiente: reputación y futuro. Los Juegos Olímpicos de París elevaron el nivel de concienciación a límites que no se habían registrado hasta el momento. Se han recuperado tendencias, como las camas de cartón, el reciclaje, la limitación de plásticos, el incremento de alimentos de origen vegetal y han reducido al máximo posible hasta el momento la huella de carbono. París 2024 ha limitado a 1,75 millones de toneladas de dióxido de carbono, casi la mitad de lo que emitieron las dos citas anteriores, Tokio y Río, con 3,5 millones cada una. «Esto lo han logrado sobre todo al no tener que construir instalaciones. El 95 % de las sedes ya estaban; solo han creado el centro acuático -con paneles solares y material reciclado en su construcción-, la Villa -con energía geotérmica y que se destinará a vivienda social- y otro pabellón». Aunque quedan todavía por conocerse las cifras exactas al final de los Juegos Paralímpicos, «esta reducción de la huella de carbono -equipara el experto- equivale a 280.000 vehículos circulando durante un año. O al consumo de 250 hogares americanos durante un año». Además, aumentaron los kilómetros de carril bici y se plantaron unos 200.000 árboles en las zonas de competición. La Eurocopa de Alemania es otro de los multitudinarios eventos que han sido ejemplo. «Sobre todo debido al transporte: con esas tres regiones conectadas por tren, y por la idea de repetir estadios. Una muy buena solución que puede reproducirse en el Mundial de fútbol 2030 entre España, Portugal y Marruecos», recuerda Simón. Sin embargo, ante la pregunta de si estos dos eventos han sido los más contaminantes de los que llegarán, Simón advierte. «Si solo vemos la sostenibilidad en términos medioambientales, estaríamos reduciendo las futuras sedes a países más desarrollados, que son los que pueden dedicar dinero a este factor porque sus necesidades están cubiertas. El dinero condiciona mucho que tengas un ambiente más limpio. Hay que compensar con otros factores sociales. Por eso me parece una buena idea el Mundial de fútbol de 2030, porque combina diferentes grados de desarrollo económico. No vale lo mismo la huella de carbono en el Salvador que en Suiza, pero no podemos olvidarnos de que el deporte tiene una repercusión social enorme, con un gran impacto en el sistema financiero del que también tienen que poder beneficiarse países en vías de desarrollo». La sostenibilidad ambiental y social ya es parte del terreno de juego y el partido ha comenzado.