El haiga
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Si una cordillera de millones se precipitase sobre mi chepa ignoro cómo asimilaría semejante caudal mi sesera. Imagino que me concedería caprichos extravagantes, chorradas carísimas adquiridas en subastas como un pañuelo resudado de Elvis Presley, un oxigenado mechón de pelo de la Monroe o la camiseta que lució Kempes en la final de aquella Recopa con penaltis de infarto. Pero un cochazo, o sea un Ferrari, un Maserati, un Lamborghini o un Rolls , creo que no. No me veo conduciendo una de esas fogosas máquinas. Me sentiría bastante ridículo y me atraparía cierta vergüenza como de paleto anabolizado que pretende epatar al prójimo. Ahora bien, que los bellos carros me dejen en el limbo de los ultracongelados no me... Ver Más