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Estado zombi

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En los últimos años en Costa Rica hemos realizado una reforma espuria del Estado. Para que no haya dudas sobre si leyeron bien, subrayo los dos términos que usé: reforma de Estado y espuria. Pero me dirán: ¿de qué habla si en el 2024 tenemos las mismas cansadas instituciones; no se han eliminado, cambiado mandatos ni privatizado alguna? ¿No le da vergüenza entrar en el mundo de la posverdad? Humildemente, pido el favor de que suspendan el juicio por unos instantes y permitan explicarme. Luego, si quieren, me apalean.

Para no complicarnos mucho, usaré este concepto de reforma del Estado: “Cambios intencionados en la organización, funcionamiento y articulación en la institucionalidad pública de un Estado”. Desde esta perspectiva, en años recientes se efectuaron cambios que modificaron profundamente esos aspectos.

El primero: darle al Ministerio de Hacienda las llaves para convertirse en el rector de toda la política pública. Hoy, el resto de los ministerios está pintado en la pared. Hacienda decide si hay becas escolares o no, y cuántas; si hay policías o no; si se posponen o no proyectos de inversión y cuáles. El segundo: se redefinieron los límites de la autonomía de gobierno funcional para el sector descentralizado mediante una modificación de los procesos presupuestarios.

¿Y qué problemas hay con esos cambios? El más obvio es que Hacienda nada sabe sobre educación, seguridad o el desarrollo productivo del país, y, sin embargo, decide sobre todo eso. Y, como lo hace desde la aritmética fiscal, amputa cosas, empoderado como está, sin tener idea e interés del tanate que su visión estrecha prohija. El problema político es que estos cambios se hicieron por la vía fácil del estrujamiento fiscal, escamoteando la discusión de fondo sobre el tipo de Estado que se requiere, sus mandatos e instituciones. Cambiamos la organización pública, sí, pero sin tocar los fines y medios del Estado. ¿Resultado? Ha nacido un garabato que deambula como un zombi: con los mismos mandatos a cuestas, pero sin plata, capacidades, interés ni visión para cumplirlos. ¿La víctima? La ciudadanía.

Ahí entra lo de espurio, un adjetivo que significa dos cosas: bastardo y fingido. Y ambas acepciones calzan como anillo al dedo. La clase política dijo a esa ciudadanía que era necesaria la disciplina fiscal, pero no que inventarían un Estado zombi que sirve cada día para menos cosas.

vargascullell@icloud.com

El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.