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Rodrigo Sorogoyen celebra diez nocheviejas

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Si piensas en tus últimas diez Nocheviejas, si trazas una línea de puntos que las una en un mapa emocional, es posible que entiendas cómo has cambiado, qué has dejado atrás y qué has conseguido entre uva y uva. Es lo que pensó Rodrigo Sorogoyen el 31 de diciembre de 2015, mientras lo celebraba con su pareja en Marrakech. Ese fue el germen de «Los años nuevos», la espléndida serie de diez episodios que ha rodado para Movistar Plus, que ayer se presentaba en la Mostra fuera de concurso, y que tiene la intención de estrenar en salas de cine dividida en dos partes.

Los protagonistas son Óscar (Francesco Carril) y Ana (Iría del Río), que nacieron con un día de diferencia –él, el 31; ella el 1 de enero– y que se enamoran justo en ese momento de tránsito en el que sus edades coinciden. Diez episodios, diez Nocheviejas, las de la década prodigiosa, «la de los treinta a los cuarenta, la que más me tocaba», explicó Sorogoyen, «donde ocurren los cambios más importantes de la vida, porque en muchos casos empiezas a formar una familia o has tenido un gran desamor o pierdes a alguien importante».

El eje vertebral de la serie es la vida en pareja: la vitalidad balbuceante de los inicios, los sacrificios y bondades de la convivencia, las crisis, la metamorfosis de los afectos a lo largo del tiempo. «Los años nuevos» habla de cómo el amor se transforma y nos transforma, para bien y para mal. Con un estilo naturalista, fresco y enérgico, que impregna las imágenes de verdad –cristalizando en un auténtico tour de forcé en forma de virtuoso plano secuencia en el décimo episodio–, apoyándose en la milagrosa interpretación de Carril y Del Río, la serie se enfrenta a un monumental desafío narrativo: lo que ocurre en la pantalla es el producto de una larga elipsis, o lo que es lo mismo, la imagen es equivalente, a un nivel dramático, a su fuera de campo temporal.

Estar en el medio

Es inevitable pensar en la trilogía de «Antes del amanecer» o incluso en «Boyhood», obras de Richard Linklater articuladas alrededor de un dispositivo serial similar. «La serie nos recuerda que en la vida todo son procesos», explicó Fernando Carril, «y es muy bonito ver el proceso de estos personajes a lo largo de diez años. Cuando atraviesas una crisis vital, te da la sensación de que te has convertido en algo y hace muy poco eras otra cosa, y siempre se nos olvida lo que está en el medio». Ese intervalo, que el espectador tiene que imaginar, es el tiempo puro. «Los años nuevos» nos obliga a estar «en el medio», y a crecer con Óscar y Ana. Ese dispositivo ha afectado directamente el trabajo de los actores, tal y como admitía Carril: «Como hemos rodado en orden cronológico, hemos ido familiarizándonos con los personajes, hemos cumplido años con ellos».

Se trata, pues, de habitar su evolución, como si su interpretación, su manera de relacionarse con el espacio y vincularse con el otro, tuviera que inscribir lo que las imágenes nos ocultaban de año en año. Así lo vivió Iría del Río: «Primero me imaginaba a una Ana más pendiente de lo que pasaba fuera, menos introspectiva, y a medida que pasa el tiempo, mucho más autoconsciente, sabiendo las cosas que quiere y desea». El espectador tiene la impresión de haber compartido una década entera con Óscar y Ana, cuando apenas ha pasado diez días con ellos. Los conoce como si hubiera leído sus deseos de fin de año, esos que siempre son un secreto para los demás.