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Сентябрь
2024

La palabra imaginada (30): Signos de dioses

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Abc.es 
HYPNOS Con su madre Nix Pregúntate qué soñarán los muertos. Entra en la noche, abandona las formas del ansia, de la duda vigilante. Relaja el tendón del miedo y observa a los pobladores de tu alcoba, escúchalos elegir las amapolas, sumérgete en el río bajo la casa cuando olvidar es el único alivio para tu hueco doloroso. Entra en la noche y túmbate. Lo que los muertos sueñan pertenece al hambre inenarrable. Y eres tú, cuando en la fase rem caminas sobre el agua y, a la vez, vuelas, quien dice, casi grita: yo sueño por vosotros. Después, con sobresalto te despiertas. Oniros Los hijos del sueño no se pierden por la ciudad nocturna. Entran en los portales y, sin contar los escalones, penetran hasta ese silencio que ha cerrado el ciclo del día y sus costumbres. Los hijos del sueño amasan segundas vidas, igual que desatinados panecillos, en el corazón de la consciencia y ésta vive las vidas desconcertada con el oleaje. Pero no consiguen alcanzar a quien vela porque el temor a quedarse en el fondo no le deja dormir, o no le deja el sufrimiento que ocupa su nombre y se lo estruja, o no le deja la palpitación loca de la venganza. Tan distintos y no han sabido ser los intrusos sobre sus párpados. Tan cambiantes, tan imposibles de atrapar y han sido incapaces de domar un tormento. El regalo El primero que reconoció estos movimientos es Endimión ya que se le dio fama que él era su amante . Historia Natural de Cayo Plinio el Viejo. Aunque duermas con los ojos abiertos y no necesites lágrimas porque así se cumple el presente del hijo de Nix, ¿acaso vives? Ella baja y no puedes tocarla, llega con su plata blanda y te besa, te recorre pero, dónde corresponderle, a qué boca entregarte, a qué reflejo sólido. Aunque duermas con los ojos abiertos, eternamente hermoso y egoísta, ¿acaso mueres? Si despertaras, vivirías una muerte constante y sedienta de vida con su abrazo. Y, desbordante de algo que no es sangre, la seguirías cuando se oculta o crecerías pródigo sobre ella. En este avaricioso don del sueño, tan sólo un cuerpo cálido – y no eres tú– está aullando a la Luna.