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Сентябрь
2024

Almodóvar: cómo ser rica, famosa y parecerse a George Cukor

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A sus 74 años, Pedro Almodóvar no se cansa de abrir nuevos caminos en su más que fecunda carrera. Ahora, con la notable «La habitación de al lado», llega a la Mostra de Venecia con su primer largometraje en inglés y flanqueado por dos divas de la interpretación, Tilda Swinton y Julianne Moore, con la esperanza de que el jurado presidido por Isabelle Huppert reconozca su enésima elegía dedicada a la sororidad femenina. No en vano el festival de Venecia fue el primero que le lanzó a la escena internacional: primero con el escándalo que generó «Entre tinieblas», luego con la euforia del estreno de «Mujeres al borde de un ataque de nervios», que ganó el premio al mejor guion. Volvió, fuera de concurso, con el corto «La voz humana», e inauguró con «Madres paralelas», con la que Penélope Cruz obtuvo el premio a la mejor actriz. Llegó el León de Oro honorífico, pero sigue esperando un León de Oro a la mejor película. Tal vez este sea su año, o tal vez tenga que esperar a la temporada de los Oscar. El estreno americano del filme, el próximo 20 de diciembre, lo sitúa en una posición privilegiada.

Cálida intimidad

En línea con el último tramo de su cine, especialmente con «Julieta» y «Dolor y gloria», «La habitación de al lado» apuesta por la austeridad en la forma y la sobriedad en el tono. El tema es deliberadamente crepuscular, la muerte y sus expiaciones. Martha (Swinton) es una corresponsal de guerra con cáncer terminal. Ingrid (Moore) es una escritora de éxito que acaba de publicar una novela titulada «De muertes repentinas». Fueron amigas íntimas, pero hace años que no se ven. El reencuentro propicia recuerdos y confesiones, y la reactivación de una intimidad sincera y cálida, esa intimidad que solo genera la proximidad de un tiempo que se acaba. Inspirándose en la novela de Sigrid Nunez, «Cuál es tu tormento», Almodóvar parece afrontar en «La habitación de al lado» su versión oncológica de «Ricas y famosas», demostrando el presuntamente imposible punto de intersección entre el «women’s film» de George Cukor y los angustiados retratos femeninos de Ingmar Bergman.

«Es una película sobre una mujer que agoniza en un mundo que está agonizando», declaró Almodóvar en rueda de prensa. «Es una historia de amor, la de una amistad esencial», remató Tilda Swinton. Lo más hermoso de la película es, sin duda, la relación entre Martha e Ingrid, que representan, cada una de ellas, una manera de enfrentarse a la muerte. Martha desde lo real, desde un pragmatismo forjado en las trincheras de la noticia, «desde la aceptación, entendiéndola como una aventura, casi como una celebración», apostilló Swinton. Ingrid desde la ficción, como algo que ocurre lejos, desde un miedo que, solo ahora, cuando la percibe en un rostro que tiembla, puede empezar a superar. Más bergmaniano que nunca, Almodóvar encierra esa relación en primerísimos primeros planos que no dejan escapatoria a sus espléndidas actrices.

En la conmovedora segunda parte de «La habitación de al lado» conviven en un limbo de cristal, bañado por la nieve rosa, como si el Douglas Sirk de «Solo el cielo lo sabe» hubiera imaginado el final de «Dublineses». No por casualidad, el relato de James Joyce, «Los muertos», en que se basó John Huston para su testamento cinematográfico, se convierte en un mantra para las dos amigas, y ese mantra ejerce de poético epitafio para un Almodóvar que hace tiempo que piensa en la enfermedad y la muerte como material narrativo. La contención abraza el conjunto de una película de cámara que alza el vuelo con muy pocos elementos en juego, con una economía expresiva que la gama cromática almodovariana y su amor por las citas expanden con suma delicadeza. Tal vez lo menos convincente de la película sea que no parece dispuesta a limitarse a escrutar la relación de Martha e Ingrid, y que tiende a desviarse de ella, como si temiera asfixiar el relato, y con él al espectador. Es ahí donde Almodóvar entiende la enfermedad de Martha y la empatía de Ingrid como una metáfora política que, a nuestro entender, perjudica la solidez de «La habitación de al lado».

[[QUOTE:PULL|||"Creo que la película es una respuesta a los discursos de odio que estamos escuchando"|||Pedro Almodóvar]]

En esa dirección parecía apuntar lo que afirmó el director manchego durante la rueda de prensa en la Mostra. «Creo que, al final, la película es una respuesta a los discursos de odio que estamos escuchando en países como Francia o España. En todas partes hay problemas con la inmigración, y desde la película, trato de mandar un mensaje a todos esos niños sin acompañamiento que luchan por llegar a nuestras fronteras y que, según la extrema derecha española, deberían ser tratados como invasores. Me parece delirante, injusto y estúpido, y yo propongo justo lo contrario».

En el filme se habla explícitamente de la guerra, pero también del cambio climático. «Hay que manifestarse contra el negacionismo. Estamos en peligro», advirtió, para acabar defendiendo la ley de eutanasia, «que debería implantarse en todo el mundo» sin hacer sentir a los implicados como unos delincuentes. En esas declaraciones detectamos al Almodóvar de «Madres paralelas», apelando a la responsabilidad política del cineasta con el tiempo que le ha tocado vivir. Sin embargo, este crítico piensa que la fuerza de «La habitación de al lado» procede de su condición de drama intimista, y de su capacidad para encontrar un lenguaje propio para hablar de la muerte desde la celebración de la vida. Lo demás son distracciones que abren la película al mundo, cuando, en realidad, el mundo, o lo mejor de él, está inscrito en esa preciosa amistad femenina.

«Una gran escritora española, Almudena Grandes, me dedicó así uno de sus libros: “Pedro, la alegría es la mejor de las resistencias”». Nos gustaría pensar que, en lo más profundo de sus imágenes, «La habitación de al lado» es una película que resiste, y se resiste al desaliento. Compitiendo contra Almodóvar, la notable «Vermiglio» habla, como dice su directora, la italiana Maura Delpero, «de una familia que pierde la paz cuando acaba la guerra». Esa familia numerosa, que vive en un pequeño pueblo de montaña del Trentino, se enfrenta a un momento de cambio que afecta, sobre todo, a sus mujeres, que descubrirán el amor para luego perderlo, que vivirán atadas al campo porque no todas pueden acceder a la escuela superior, o que serán condenadas por la autoridad masculina a procrear sin fin. En este drama rural, callado y sereno, destaca la sensibilidad de una mirada que entronca con un cine italiano –pensamos en Ermanno Olmi pero también en Michelangelo Frammartino– atento a los latidos de la dura vida en el campo, a los dialectos y a los rostros de los actores no profesionales, a una verdad áspera y cruda.