Matilde Caplansky: “De repente no hemos perdido valores, sino que no llegamos a tener un grado razonable de civilización”.
Durante mucho tiempo, Matilde Caplansky atendió en un consultorio que era dominado por un diván, un escritorio, unos cuantos libros y una alta ventana que daba a su jardín. Era un lugar cálido, adecuado para contar penas y secretos. Pero luego tuvo que mudarse a la sala de al lado, pensada para terapias grupales, en las que cuelgan pinturas y una vieja estufa combate el frío del invierno limeño. “Ahora trabajo acá, para poder escuchar, porque he perdido el oído y tengo un aparato. Pasaron los años para todos, también para mí”, dice, mientras me muestra su lugar de trabajo. Ha tenido una larga trayectoria como psicoanalista. Recientemente, el cineasta Mario Pozzi-Escot decidió contar esa experiencia en un documental íntimo, en el que Caplansky habla de su vida y reflexiona sobre el Perú, su oficio y nuestros traumas colectivos. Es parte de lo que quiere dejar -dice-, lo más parecido a un legado.
Es la primera mujer peruana psicoanalista. Aunque usted no quiera, está ligada a la historia de su profesión.
Por supuesto.
¿Qué siente sobre eso?
Estoy muy ligada, ¿no? Todo eso recién empezaba. No había instituto, no había sociedad de psicoanálisis. En lugares como Argentina o Brasil ya se habían constituido. Pero en el Perú recién pasó cuando llegó (Saúl) Peña, y después de él (Carlos) Crisanto, y luego Max Hernández y formaron el grupo. Se constituyó en sociedad y luego tuvieron candidatos, que eran alumnos que empezaban a formarse para futuros psicoanalistas. En la primera elección, Peña me dijo, ¿no has pensado en formarte como psicoanalista? Yo estaba pasando un periodo muy difícil y quería estar bien, quería estar saludable. Le dije que no lo había pensado, pero podía pensarlo, no por hacerme la interesante, sino porque mis intereses estaban realmente en otro lugar.
¿Y qué la convenció?
No me convenció él. No tenía que convencerme. Había que dar un examen, nos presentamos 45 o 50 personas, ellos evaluaron a cada uno y quedamos cuatro: tres varones y yo. Era la única mujer y la única psicóloga, todos eran médicos.
Pero antes de llegar a ser psicóloga, usted quiso ser maestra.
Yo cuando ingresé a San Marcos me presenté para estudiar Letras. Y en Letras había la posibilidad de hacer Filosofía, Educación, Psicología, etc. Y yo había elegido ser maestra. Pero mis amigos me decían que no. Entonces dije mejor Filosofía o Psicología, que estaba empezando.
Tenía muchos amigos poetas en San Marcos.
Bueno, tenía 20 años, había mucha curiosidad por todo.
También vivió en París, ¿estuvo en mayo del 68?
Claro.
¿Cuál es su principal recuerdo de ese momento?
Miedo.
¿Miedo por qué?
Porque era una revuelta, los adoquines de las pistas se retiraban por la gente, servían como balazos.
¿Participó en las marchas?
No, no exactamente, pero miraba por la ventana. Pero ya me vine, porque yo tenía un niño pequeño, ya estaba casada. Me casé como buena limeña a los 17 años. Dos años después tuve un hijo, mi único hijo, y me separé muy pronto.
En el documental de Mario Pozzi, su colega, Moisés Lemlij recuerda que su casa en París siempre congregó a muchos peruanos, por allí podían pasar Julio Ramón Ribeyro o Hugo Neira.
Era la época dorada de nuestros 20, ¿no? Entre los 20 y los 30 uno es dueño del mundo. Éramos jóvenes, bellos, casi inteligentes. Y había amores, poesía, Cortázar. París no solo son las Olimpiadas de 2024, también tuvo un año 63 o 64. Era un hervidero, había muchos peruanos, era fantástico.
Los peruanos que la vieron allí piensan que usted era una suerte de líder que los congregaba.
Yo le agradezco sus palabras a Moisés, pero tanto como líder no. Eran cosas más sencillas. Tenía un departamento, tenía auto, eso ayudaba a que la gente cayera a la casa. Mire, yo quiero ser muy discreta, por mí misma, por la profesión que tengo, y porque tengo nietos y bisnietos. Yo estoy muriéndome ya, no estoy enferma, pero ya tengo muchos años. Y ya estoy en el final de la vida. Y quiero dejar un recuerdo amable. Y, francamente, más decente. No decente en el sentido convencional, sino que hay personas que me dicen: “¿Por qué no escribes tus memorias?”.
¿Y por qué no quiere hacerlo?
Es que tienen que comprender. Yo soy una persona formada para el silencio y para el secreto. Yo no puedo decir tal persona vino a consulta y me contó que su mujer le pone cuernos. Y, en general, seamos claros, la gente viene a consulta por temas de amor. O por una enfermedad grave. Son cosas muy privadas. Y yo tengo un gran respeto por la privacidad y por la intimidad. Creo que hay cosas que son públicas y otras que son privadas. Entonces yo no tengo derecho a hablar de nadie. Casi ni de mí misma. He ayudado a la gente todo lo que he podido. No soy beata, pero soy una creyente discreta.
¿Diría que la discreción ha marcado su vida?
Para mí es fundamental. Hace la calidad de las personas.
Cuando usted se ha referido a su regreso de Francia a Perú, dice, entre otras cosas, que lo hizo porque en el Perú todo estaba por hacer.
Todo.
Y en Europa ya estaba todo hecho.
Sigue siendo así, pero pasa que ahora Europa está dando una vuelta al eje con una amenaza casi nuclear. ¿Sabe que me quita el sueño? Pensar que le pudieran poner una bomba al Louvre o a otros museos. Yo no podría soportarlo.
Pero lo que menos respetan las guerras o los tiranos es la cultura.
Exactamente. Por eso me causa horror pensar que esas maravillas que ha producido el ser humano ya no estén más. Porque ya sabemos, el ser humano es capaz de las mejores y de las peores cosas.
¿Usted se sintió de izquierda alguna vez?
Mire, yo no sé si esa palabra está en desuso. Yo diría que soy una mujer humanista y progresista. Creo que hay injusticia en el mundo. Piense en la idea de que la gente no tiene agua, por ejemplo. Estoy hablando del Perú, de África, de toda América Latina. ¿Cómo puede haber un futbolero que gane 200 millones de dólares y los niños no tengan agua limpia para tomar? ¡Agua para tomar! Esa es una injusticia que sobrepasa cualquier ideología. No es un problema de izquierda o de derecha.
¿Esta preocupación social fue la que la llevó a crear el CEDAPP (Centro de Desarrollo y Asesoría Psicosocial)?
Sí. Fue por eso. Era un momento muy interesante ese. Estaba Velasco y compañía, y todo eso, era un momento muy rojimio en el Perú,
¿Cuál es el mejor recuerdo que tienes del CEDAPP?
Todo, hasta el día de hoy. Lo quiero mucho. Me pasaba cuatro o cinco horas en consulta.
¿Diría que el mérito del CEDAPP es haber acercado la psicología a las clases populares?
Más que populares, pobrísimas. Estamos hablando del año setenta. Trabajábamos en Caja de agua. Si ahora es pobre, antes eso era pobrísimo. Estamos hablando de la época del campo a la ciudad.
Cuando la migración ya estaba consolidada.
Claro, todo lo que decía Matos Mar en su famoso libro. El padre Gustavo Gutiérrez hizo mucho por los jóvenes de esa época. Mis amigos eran de ese grupo, aunque yo no milité con ellos. Nosotros éramos muy beneficiados. Éramos gente de clase media, profesional. Y
había una cierta bonanza. Entonces, había que ayudar.
Hablando de estos temas tan duros, Ernesto de la Jara, el histórico director del IDL, recuerda en el documental que usted colaboró mucho con su organización.
Hasta el día de hoy, somos amigos.
Él recuerda que usted daba atención a víctimas de violencia sexual y a sus familiares.
Eso está publicado en un libro. Por eso lo menciona. Es un libro escrito por él, donde está mi estudio sobre la tortura, donde se dice cuáles son las consecuencias de la tortura. Ese fue un caso muy famoso, de una jovencita.
¿Y cuáles son las consecuencias de la tortura en una persona?
Bueno, una de las cosas que tiene que pasar con la tortura es que el dolor y la humillación es de tal volumen que la persona se auto incrimina para que la dejen de torturar. Esta criatura se auto acusó y dijo que era cierto todo lo que le decían.
¿De que la acusaban? ¿De terrorista?
Claro. Ella estaba en la Escuela de Huampaní, y encontraron el nombre de un compañero entre sus cosas, que era sospechoso. Y al auto incriminarse, le dieron cadena perpetua. Cuando el IDL tomó el caso, lograron sacarla. Era el primer caso en el cual se comprobaba que ella habló porque fue torturada. Ella decía: “Ya no más, hagan lo que quieran. Yo he hecho todo lo que ustedes dicen. Mátenme si quieren, pero no quiero más torturas”. Es terrible. Es una de las experiencias más dolorosas de la vida. Un ser humano, una chica de 22 años. Yo iba a Chorrillos, a conversar con ella. No era una terapia, era una consejería, era un apoyo, para evaluarla. Estábamos convencidos de que ella no había cometido ninguna felonía, no había hecho nada. Más bien, los que habían mentido fueron los guardias y fueron todos condenados. Eran seis hombres.
¿También atendió a familiares de este tipo de víctimas?
Hicimos grupos terapéuticos por un tiempo. Era una época en que todos eran susceptibles de ser condenados. Si usted tenía a un primo hermano, que había estado en el colegio con algún senderista, usted ya era culpable. Acuérdese cómo era.
Todos eran sospechosos.
Pero, le digo, ¿usted cree necesario que hagamos énfasis sobre esa época y esa gente? A mí me parece que estamos en un momento político muy delicado. Y los jóvenes no tienen idea de lo que hemos pasado. Y en el colegio no les enseñan.
Tengo una frase suya muy interesante.
Tanto que usted está acá por eso.
Así es. Usted dice: “La psicología tiene algo de filosofía”.
Claro. ¿De dónde sale la filosofía? Del alma humana. Porque la filosofía se encarga de poner en palabras lo que vivimos, lo que sentimos y los mandatos que deberían regirnos. Kant, Hegel, nos dan pistas, y ya no hablemos de los griegos. Nada como la filosofía. Es una deuda con la cual me voy de la vida.
¿Por qué lo dice?
Porque debí estudiar Filosofía. Debí sacar un doctorado. Ya no tuve tiempo.
Hay un prejuicio contra los psicoanalistas y la psicología. Muchos dicen que es para gente que tiene dos recursos escasos: tiempo y dinero.
Claro, pero se olvidan de algo, del sufrimiento y de la enfermedad. Y que me señalen, escogemos al azar diez personas, entre las que no haya algún neurótico, si es que no son cosas más graves.
Estaríamos todos.
Sí, todos. Perdone que se lo diga, pero en alguna medida estaríamos todos. Porque, además, la vida es muy dura y muy difícil. Y los seres humanos estamos poco capacitados para vivir con esos sufrimientos.
Piense en esto: el ajo está a 40 soles el kilo. Parece una anécdota divertida, pero es una metáfora dramática.
Claro, uno puede decir que 40 soles son una anécdota. Pero 40 soles para una persona que gana 600 soles por mes es una desgracia.
Total. Y solo para comer arroz.
Hay otra frase suya. “El dios de la vida actualmente es la compra, el consumo”. ¿Por qué lo siente así?
Mire su Facebook, todo son ventas. Venden fósforos, palitos de dientes, flores secas, almohadones, parches para no ser viejo, cremas para no tener arrugas, los mismos celulares. Yo digo una frase que me gusta mucho, no sé si a usted le guste. Los humanos no nos hemos dado cuenta de que, con el celular, por fin hemos solucionado uno de los grandes problemas de la humanidad: no estamos más solos.
Pero eso tiene su precio.
Sí, tiene su precio, Emilio. Pero nunca más estaremos solo. Hemos logrado por la tecnología estar acompañados las 24 horas del día. Mal o bien, no estoy hablando de la bondad de esta compañía.
Pero esa compañía que nos da la tecnología no tiene la cosa humana.
No da, cero. No hay intercambio, claro. Es como el amor. El amor es lo mejor que puede haber en la tierra, pero puede ser muy malo también, porque puede dañar a una persona, en el sentido de que no es amada. Esa persona sufre y se puede hasta matar por eso. Siempre hay caras distintas de acuerdo a la experiencia.
Sigamos hablando del consumo y la necesidad de comprar cosas.
Sí, hay una distorsión entre nosotros. Decimos: “Cuanto más tengo, más feliz soy”. Esa es la verdad.
¿Los peruanos somos muy consumistas?
Somos bebedores y dados a la comida. A mí misma me gusta comer. Aunque procuro ser delgada, más puede mi pretensión y mi narcisismo (lanza una carcajada)
¿Y los peruanos nos metemos en problemas por ser consumidores?
Compramos todo. Compramos mucho de estos aparatos (señala un celular). Hay personas que duermen con el celular al costado.
¿Cuál diría que es el mayor defecto de los peruanos?
No creo que sea característico de los peruanos, creo que es algo del ser humano como especie: la envidia. Y creo que a veces somos envidiosos de nuestros propios paisanos. A veces la gente dice, yo lo escucho decir, “hemos perdido los valores”. Pero uno no llega a darse cuenta de que los valores salen producto de una sociedad, de un conjunto, que está regido por leyes, reglas e instituciones. Y que eso es lo que nos debe organizar. Entonces, de repente no perdimos valores, sino que no llegamos a tener un grado razonable de civilización.
Usted fue una de las primeras especialistas a las que llamamos durante el encierro por el COVID. Y en esa ocasión usted nos lanzó esta sentencia: “Nunca más seremos iguales”. ¿Sigue creyendo eso?
Yo me inclinaría a pensar que estamos elaborando ese trauma, que todavía no estamos sanos del todo. Fue muy duro, fue muy difícil. Porque estar encerrado en su cuarto y que la muerte le toque el timbre a uno es una experiencia tremenda. Es el terror mismo, no es un problema intelectual, es un problema real. Podía uno morirse, no había vacuna. Y además hemos perdido a tantos seres queridos, padres, madres, hijos, son miles los que han muerto. En el mundo ni qué decir, son millones. Lo que pasa es que nosotros estamos en una crisis muy severa. Si el ajo se pone a 40 soles el kilo y no hay trabajo permanente, algo está muy mal. Yo no opino mucho sobre política, pero quiero decir que hay cosas en el Perú que son realmente muy dramáticas, que no están resueltas. No está resuelta la educación. En el documental yo digo que hay un médico por cada diez mil habitantes en el Perú. ¡Un médico, Emilio! Imagínese.
Claro, y hasta que no se resuelvan esos temas urgentes, supongo que no podremos procesar lo otro.
No podemos, pues. No podemos decir: ¡Ay qué felices somos! Si usted va al Seguro Social, es un problema. Yo tengo a mi nuera hace seis meses esperando a que la operen. Y eso que no es un tema grave, imagínese si lo fuera.
Pero llegará el momento en el que tenemos que procesar ese duelo.
Sí, pero yo creo que hay que solucionar el país. Escúcheme otra cosa, los maestros, la mayoría de las veces, no saben nada. No han estudiado, no pasan los exámenes, los niños no pueden aprender.
Y ahora va a pasar lo mismo con los médicos, con estos cambios que han hecho.
¡Lo mismo con los médicos, sí! Entonces, ¿de qué estamos hablando?
Yo siempre digo: A mí el Perú me duele. Yo sufro por el país. No me tome usted como una pobre anciana huachafa. O tómeme como usted quiera, pero yo sufro por el país.
¿Y usted siente que evitamos hablar sobre el dolor que nos causó la pandemia? ¿Que preferimos ignorarlo?
Negarlo. Pero el miedo está ahí.
¿A usted le ha quedado algún miedo de esa época?
¿Sabe qué pasa? Yo estoy en una edad que ya no tengo miedo. ¿Por qué? Porque puede ser que pasado mañana me muera. Es lógico, es la edad. Yo he perdido a mi madre, a mi padre antes. Perdí a mi esposo, Marcos Kaplansky. Cincuenta y cuatro años vivimos juntos. Fue hermoso. Yo creo que es muy difícil poder vivir en pareja, pero ese fue un premio de Dios. Fui muy feliz. Él me decía una frase: Maty, te quiero tanto, eres lo más emocionante que me ha pasado en la vida. Y más que eso no hay. Por supuesto, yo amo la vida. Tengo amigos como usted, estoy sana, pero siempre pasan cosas, me lesioné una vértebra cuando me caí en la ducha. Y así van los días.
Tres preguntas y terminamos. Al inicio de la pandemia se hablaba de una cosa macabra: “Si los más vulnerables son los adultos mayores, entonces prescindamos de ellos”.
Fue una manera de decir que desaparezcamos y dejemos de fastidiar mayormente a la sociedad. Eso era macabro. Pero, ¿sabe? En un momento yo tuve la fantasía de que el virus era una regulación del mundo hecha por el mundo. Sí lo pensé. Son los rasgos esotéricos que tenemos todos.
¿Por qué detesta tanto a Vladimir Putin?
Porque es uno de los perversos más grandes que ha tenido la humanidad. Porque después de una pandemia planetaria no puedes iniciar una guerra contra tus propios paisanos. Hay que tener un espíritu, muy loco, muy perverso.
Ya me dijo que usted no tiene pensado escribir unas memorias. ¿Pero le preocupa qué dejará como legado?
Mis nietos son mi legado, lo más bello que puede haber. Mi legado es haber tenido un hijo, tres nietos y dos bisnietos hasta el momento. Aunque no tengo descendientes conmigo, todos están fuera. Mi hijo es el único que se ha quedado en el Perú.