Un paseo por la historia de los aromas: desde las cavernas hasta nuestros hogares
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¿Quién no ha disfrutado alguna vez de un ambiente perfumado que evoca recuerdos o simplemente nos hace sentir bien? La búsqueda de olores agradables es tan antigua como la humanidad misma . Los primeros humanos ya utilizaban hierbas y resinas aromáticas para alejar a los insectos y crear ambientes más acogedores en sus cavernas. En la actualidad, hemos asumido que los ambientadores y los perfumes son entidades completamente separadas, pero históricamente, los perfumes se usaron para refrescar los aromas no solo del cuerpo humano, sino también de la ropa de cama, las habitaciones e, incluso, las ofrendas de sacrificio. Etimológicamente, la palabra perfume proviene de la palabra latina 'per fumus' (del humo), lo que significa que los perfumes se usaban originalmente en las salas de sacrificios para ocultar el olor de las ofrendas quemadas. El primer registro de un fabricante de perfumes del que tenemos constancia fue el de una mujer llamada Tapputi que vivió hacia el 1200 a. de C. Tapputi ocupó una posición poderosa dentro del gobierno mesopotámico y comenzó la técnica innovadora de extraer aromas de varias plantas. Los egipcios fueron verdaderos maestros en el arte de la perfumería. Para ellos, los aromas eran mucho más que una simple fragancia, eran una forma de conectar con los dioses y de garantizar la vida después de la muerte. Utilizaban una amplia variedad de ingredientes, desde esencias florales hasta resinas exóticas, para elaborar perfumes y ungüentos que aplicaban en su cuerpo y en sus hogares. En la antigua Grecia los perfumes se convirtieron en un símbolo de estatus y refinamiento, los ciudadanos más adinerados utilizaban perfumes elaborados con ingredientes caros y exóticos, como el ámbar y el almizcle. Además, los perfumes se utilizaban en los baños públicos y en los gimnasios, creando un ambiente de lujo y bienestar. Los romanos llevaron el culto al baño a un nivel superior. Sus baños públicos eran verdaderas obras de ingeniería, equipadas con sistemas de calefacción y suministro de agua caliente. Además, los romanos utilizaban una gran variedad de perfumes y aceites aromáticos para perfumar sus baños y sus cuerpos. Durante el medioevo el incienso se convirtió en el rey de los aromas; se quemaba en las iglesias, los monasterios y los castillos para purificar el aire y crear una atmósfera sagrada. Las especias, traídas de Oriente, también eran muy apreciadas y se utilizaban para perfumar alimentos y bebidas. Con el descubrimiento de América, llegaron a Europa nuevas plantas y especias, lo que permitió la creación de perfumes más complejos y sofisticados. En el siglo XVIII la perfumería se convirtió en una verdadera industria, y los perfumes se convirtieron en un elemento esencial del ajuar de cualquier persona de la alta sociedad. A principios del siglo XX, aparecieron los primeros ambientadores comerciales. Al principio se trataba de simples saquitos de tela llenos de hierbas aromáticas, pero pronto se desarrollaron productos más sofisticados, como los ambientadores en aerosol y los difusores eléctricos. Basado originalmente en los dispensadores de insecticidas utilizados por el ejército de los Estados Unidos se lanzó el primer ambientador en 1948 en forma de aerosol que usaba un propelente CFC para dispersar los compuestos aromáticos. Hoy en día, la oferta de ambientadores es inmensa, pudiendo encontrar ambientadores para todos los gustos y para todas las ocasiones. Desde los clásicos ambientadores en aerosol hasta los difusores de aceites esenciales, pasando por las velas aromáticas y los ambientadores sólidos. Pero, ¿por qué nos gustan tanto los olores agradables? La respuesta está en nuestro cerebro. El olfato es uno de los sentidos más antiguos y primitivos, y está estrechamente relacionado con nuestras emociones y recuerdos. Los aromas pueden evocar recuerdos de nuestra infancia, relajarnos, estimularnos o, incluso, mejorar nuestro estado de ánimo.