La agonía de los libaneses ante el clima bélico: "Nosotros queremos vivir"
Lo demuestran las imágenes de las playas repletas de bañistas en ciudades como Batrún, Beirut o Sidón que trascienden en las redes sociales este mes de agosto de angustia prebélica. La mayoría de los libaneses quieren disfrutar del verano. De la vida (como, de la misma forma, ocurre unos pocos cientos de kilómetros al sur, en Haifa o en Tel Aviv). Por raro que pueda parecer, la gente común de Oriente Medio aspira a hacer las mismas cosas que el resto de gente del mundo.
“La vida es casi normal aquí. No hace falta que nos recuerden que hay peligro, pero intentamos no pensar demasiado en ello”, admite a este medio con cierta molestia por la pregunta del periodista una popular bloguera de ocio libanesa que prefiere no ser citada por su nombre. La guerra está ahí cerca, porque todo está a un paso en un país de poco más 10.000 km2, el tamaño de la provincia de Barcelona. Hizbulá y sus feudos de mayoría chií en el sur de Beirut y sus túneles repletos de misiles y sus milicias controlando la vida en las calles y carreteras de la gobernación de Tiro o Bint Jbeil están ahí al lado. Y las tensiones sectarias, las que desangraron al país en una larguísima guerra civil también están ahí. Pero es verano y el sol del Mediterráneo y las ganas de reunirse en familia y entre amigos son aún más fuertes, y los libaneses, la mayoría de ellos, quieren tener la fiesta en paz.
Aunque los lanzamientos de misiles, cohetes y drones son prácticamente diarios a un lado y otro de la frontera entre el Líbano e Israel desde el 8 de octubre, la región temía la anunciada respuesta de Irán -con o sin sus aliados en el ‘eje de la resistencia’— contra los intereses del “enemigo sionista” en venganza por el doble asesinato a finales de julio del número 2 de Hizbulá, Fuad Shukr, en el sur de Beirut y del líder de la oficina política de Hamás, Ismail Haniyeh, en Teherán. El miedo que empezó a tomar forma ayer es que un ataque por parte de la organización político-militar que aglutina a los chiitas del país levantino a las órdenes de Irán acabe arrastrando a todo el país a una guerra a gran escala. Y con ella un nuevo ciclo de sufrimiento y destrucción para un país demasiado acostumbrado a ello.
Los datos del conocido como Arab Barometer -un estudio de opinión independiente elaborado principalmente por las universidades estadounidenses de Princeton y Michigan— aseguran que solo un 30% de los libaneses confía bastante o mucho en la organización político-militar apéndice de Teherán. Los datos del último barómetro son consistentes con los reproches de la oposición cristiana a Hizbulá por arrastrar al país a una guerra abierta con Tel Aviv. Pero también son compatibles, en la actual situación, con una cada vez mayor simpatía por la organización –más allá de líneas sectarias—, a la que reconocen el éxito de la resistencia, y con el rechazo generalizado hacia Israel. Previsiblemente, la tendencia se agudizará si las tropas israelíes acaban cruzando la frontera.
El porcentaje de apoyo a Hizbulá se eleva al 85% entre los chiíes. Pero, lejos de las posturas de trazo grueso que dibujan a una parte, un tercio -quizás más— de los libaneses –los chiitas— férreamente alineados con Hizbulá, con Hasan Nasralah y con la República Islámica, los especialistas aseguran que la situación es más matizada. En este sentido, el exdirector de la sede neoyorquina de la Lebanese American University, Nadim Shehadi, afirma a LA RAZÓN que “los chiíes del Líbano son históricamente la comunidad más políticamente diversa del país”. “Es imposible imaginar que una ideología como la de Hizbulá pueda tener apoyo casi unánime en unas elecciones. Tienen un control de estilo autoritario, como cuando Asad obtuvo el 97,6% de los votos en Siria antes de la revolución de 2011”, ejemplifica el también investigador del think tank británico Chatham House.
En este sentido, apunta el profesor Shehadi, “los chiíes del Líbano pueden también ser vistos como las principales víctimas de Hizbulá”. “Sus hijos son adoctrinados y enviados a combatir a Siria, Irak o Yemen. Sus mujeres son a veces forzadas a usar el chador o a casarse con otros combatientes cuando su marido es asesinado en combate. Los chiitas también están bajo estricto control y observación por parte de las fuerzas de seguridad de Hizbulá. Muchos chiíes fueron asesinados por Hizbulá al principio cuando convirtieron en objetivo a miembros destacados del Partido Comunista”, explica investigador libanés.
Por ello, asegura Shehadi, “la mayoría de la gente en el Líbano distingue entre Hizbulá y la comunidad chií”. “Es verdad que aparentemente Hizbulá cuenta con el apoyo mayoritario de la comunidad chií pero ello es más una forma de hegemonía que un apoyo sectario. La cuestión de la tensión sectaria es algunas veces exagerada”, concluye el economista libanés a LA RAZÓN.
Con todo, las tensiones sectarias siguen latentes transcurridos 34 años del fin de la guerra civil. La semana pasada, "L’Orient-Le Jour", el medio de comunicación por antonomasia de la comunidad cristiana libanesa, denunciaba que, a través del medio Al Akhbar, Hizbulá cifraba en un exiguo 15% el porcentaje de cristianos sobre el total de la población libanesa. El último censo oficial, elaborado por las autoridades francesas en 1932 -la cuestión es peliaguda, porque el sistema político se asienta sobre el consenso tácito sobre las proporciones de las tres grandes comunidades religiosas del país—, situaba a los cristianos como primer grupo del país, representando casi un 53% de la población. El presidente de la República -en un país que sigue sin encontrar relevo al general Aoun casi dos años después- ha de ser a la fuerza cristiano maronita.
Pero todos saben en el Líbano de 2024 que el porcentaje de cristianos es ya mucho más bajo. ¿Un 35%? ¿Un 20%? ¿Menos? Entretanto, y ajeno al sempiterno problema sectario y ante la posibilidad de una inminente escalada, una más tras medio siglo de vida y crónicas en el país, el periodista y escritor español Tomás Alcoverro admite a este medio desde su casa de Beirut que el país se encuentra “en una situación de espera que no sabemos a qué responde, como quien espera a Godot”. Este domingo ha empezado el temido ataque que no se sabe con exactitud qué recorrido va a tener y cuáles serán sus consecuencias para la región. “Pero nosotros queremos vivir”, zanja.