No le pagan el fruto de su trabajo
No merece sufrir imperdonables adeudos María de la Caridad Fuentes Rodríguez, campesina de la cooperativa de crédito y servicios Rubén Martín Agún de Amancio, en Las Tunas, quien cuenta que, desde que trabaja las tierras de sus antecesores en 2008, cumple siempre con sus planes de leche y carne.
Señala que está enfrentando lo peor que puede sucederle a un campesino: impagos desde el 7 de octubre de 2023 de las facturas de venta de ganado a la Empresa Cárnica Colombia, la cual pagó con cierre de diciembre de 2023; pero el intermediario, la Empresa Agropecuaria Municipal, no le traspasó ese pago. Utilizó ese dinero en otras actividades.
La Empresa Agropecuaria Municipal se restructuró. Y la deuda que tenía pendiente con ella y otros campesinos de distintas bases productivas no la asume. Se desentiende de ese deber.
«Ya estamos listos para entregar a la Empresa Cárnica este año, teniendo en cuenta lo sucedido, pero ¿quién nos garantiza que no nos pase lo mismo?, advierte. Reconozco que la Empresa Cárnica no tiene la culpa, porque pagó, pero el problema es nuestro intermediario, que dispone del dinero y ahora no paga», concluye.
En peligro la vida y la poesía
Ni la sed de belleza ni la abogacía, ni el ser hija de aquel ilustre médico, Julio Font Tió, le sirven a la poeta Jacqueline Font para salvarse junto a su hijo de una «estática milagrosa» que amenaza con desplomarse prosaicamente en su casa, Narváez No. 29015, entre Santa Teresa y Zaragoza, en el centro histórico de la ciudad de Matanzas.
Por fatalismo de unos metros, la vivienda no fue incluida en la restauración de ese casco nostálgico de la ciudad de los puentes en el aniversario 325 de su fundación.
«Cuando se continúe el proyecto, será favorecida como el resto de la población. Pero ahora esa casa, históricamente maltratada por ciclones e inundaciones del río, está en emergencia», advierte la poeta y amiga yumurina Charo Guerra Ayala, desde La Habana.
En su complicidad solidaria, Charo ha hablado con personalidades de la cultura matancera, que también están preocupadas por el imprevisible desplome.
«De acuerdo con el dictamen técnico de la arquitecta de la comunidad, dice, se impone demolición, construcción de columnas, arquitrabes y colocación de techo en el área de mayor afectación: la sala, único acceso de la vivienda. También está a punto de colapsar el resto de la pared lateral (hacia Santa Teresa), que va desde el final de la sala hasta el fondo de la casa».
Indica Charo que es un trabajo que no puede asumir Jacqueline contratando personal por su cuenta, tanto por la competencia que requiere la demolición para evitar males mayores al inmueble y a las colindancias, como por el dinero del que no dispone, porque vive de su salario. Y los poetas por lo general son carenciales en materia gananciosa.
«Si nos atenemos a la experiencia en trámites y a las actuales limitaciones materiales del país, añade, la ejecución podría demorar en detrimento de la vida de ella y su hijo, y de vecinos y quien transite por allí».
Revela que en junio pasado visitó esa casa, y se alarmó con las rajaduras de la pared y el estado general de la vivienda. Y cuando supo hace unos días que todo se había agravado, lo publicó en el solariego Facebook buscando una respuesta rápida, previendo la suma de posibles daños de temporada ciclónica.
La poeta Charo, generosa en compartir penas ajenas, confía en que el Estado pueda asumir la obra y ajustar un mecanismo de pago a plazos, de acuerdo con la modesta economía de Jacqueline, a quien le sería imposible cubrir por esfuerzo propio mano de obra y materiales.
Aclara Charo que esta solicitud la asume por sí misma, sin consultarla con Jacqueline. La asume a título personal como un deber también de la poesía y la frágil condición humana.