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Август
2024

¿Por qué huele tan mal la bolsa de basura?

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Abc.es 
Imaginémonos por unos instantes la basura como una gran orquesta sinfónica en la que los músicos han sido sustituidos por microbios, expertos instrumentistas que tocan una melodía muy especial: la de la descomposición. De esta forma, bacterias, hongos y otros microorganismos se convierten en virtuosos intérpretes de la que podemos bautizar como la sinfonía número 7 o de la podredumbre. Y es que cuando tiramos algo a la basura estamos ofreciendo un suculento banquete a una plétora de microorganismos , los cuales liberan una serie de compuestos químicos volátiles, que son los responsables de esos olores tan característicos. Entre las principales 'notas' de esta orquesta fétida encontramos: el sulfuro de hidrógeno, los ácidos grasos, las aminas y los mercaptanos. El sulfuro de hidrógeno se produce cuando las bacterias descomponen proteínas que contienen azufre, como las que se encuentran en la carne o el huevo; los ácidos grasos se generan a partir de la descomposición de las grasas y las aminas a partir de los aminoácidos. El sulfuro de hidrógeno -ese gas que evoca el olor a huevo podrido- impone su fragancia acre y penetrante; los ácidos grasos un aroma rancio, y las aminas aportan un toque amoniacal y fétido. Ahora bien, la composición de los olores de la basura no es estática, sino que cambia a medida que avanza el proceso de descomposición. Al principio, predominan los olores dulces y afrutados, propios de la fermentación de los azúcares, y a medida que pasan los días surgen otros mucho más desagradables. Cada alimento emana su propio aroma y al unirse con otros crea una sinfonía cacofónica que resuena en el aire. Así, un plátano olvidado, con su dulzura fermentada, se mezcla, por ejemplo, con el olor a carne en descomposición, y entre ambos crean una disonancia que resulta casi dolorosa para nuestra pituitaria. El aire de la bolsa de basura, denso y cargado de una humedad, promete ser algo más que una simple condensación y acaba filtrándose a través de las rendijas de la bolsa y adentrándose en nuestras fosas nasales como un intruso indeseado. Desde allí viaja hasta nuestro cerebro y se fija en los pliegues de nuestra memoria con una persistencia irritante, que oscila entre lo nauseabundo y lo embriagador. De esta forma, los olores fétidos se convierten en una especie de código de emergencia, que nos ha permitido asociar ciertos olores con peligro. De esta forma el olor a carne podrida o animales muertos es una señal de que hay un cadáver en las cercanías, con lo que ello supone, ya que puede atraer a otros animales y, además, aumentar el riesgo de sufrir enfermedades infecciosas. De alguna forma la bolsa de basura es un universo en miniatura, un microcosmos donde la vida se descompone y se transforma en algo nuevo, oscuro y desconocido. Es mucho más que un simple conjunto de moléculas, es una experiencia sensorial compleja que evoca una amplia gama de emociones y sensaciones. Un recordatorio de nuestra propia mortalidad y de la fragilidad de todo lo que nos rodea.