Argumentos contra el mito de la «represión» de Cataluña: «La mayoría de los catalanes apoyaba a Felipe V en 1714»
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La palabra represión ha estado en numerosas ocasiones dentro del discurso nacionalista e independentista catalán. El pasado 30 de julio, Junts criticaba el preacuerdo alcanzado entre Esquerra Republicana (ERC) y el Partido Socialista de Cataluña (PSC) para investir a Salvador Illa como presidente de la Generalitat, al que acusó directamente de haber sido siempre «el más favorable a la represión del independentismo» y no haber expresado «nunca interés ni voluntad de influir dentro de su partido para acabar con el insostenible maltrato económico y nacional por parte del Estado». Tres meses antes, durante la campaña para las elecciones catalanas del 12 de mayo, eran Junts y ERC los que recuperaban la idea de la «represión» para neutralizar el efecto del órdago lanzado por Pedro Sánchez con su célebre carta pública, en la que el presidente del Gobierno anunció que iba a tomarse unos días para decidir si dimitía o no. «Cuando nos atacan porque representamos el anhelo de una gran parte del país, no nos rendimos nunca, no retrocedemos», declaraba el presidente de la Generalitat, Pere Aragonés . La propaganda no se detiene ahí. El verano pasado, el expresidente de Cataluña, Carles Puigdemont, planteó desde Bruselas sus exigencias para que su partido, Junts, apoyara la investidura de Pedro Sánchez. La más polémica, la ley de amnistía para todos los encausados por el referéndum ilegal y la declaración unilateral de independencia de 2017, que todavía siguen coleando. Sin embargo, lo que hizo en su rueda de prensa fue reinterpretar la historia a su antojo para exigir mayor autogobierno. Puigdemont mantuvo una reunión con la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, en la que puso como condición para investir a Sánchez como presidente del Gobierno un acuerdo «histórico» con el PSOE «como el que ningún Gobierno ha intentado desde 1714». El expresidente catalán se refería al estatus político que Cataluña tenía, supuestamente, antes de la capitulación de Barcelona ante las tropas borbónicas el 11 de septiembre de ese año. Un escenario sobre el que el independentismo actual ha erigido buena parte de su corpus ideológico, a pesar de que la Guerra de Sucesión española tuviera poco de secesionista, tal y como defienden muchos historiadores. El conflicto se inició en noviembre de 1700 con la muerte sin descendencia de Carlos II 'El Hechizado', último representante de la Casa de Habsburgo. Durante los años previos, la cuestión sucesoria se había convertido en un asunto internacional que hizo evidente que España entera constituía un botín muy tentador para las distintas potencias europeas. Cataluña, por su parte, era solo una parte de aquel Reino. Con el fallecimiento del Rey de España cuando comenzó el verdadero 'Juego de Tronos' en todo el continente, no solo en la Península Ibérica. Tanto el Rey Luis XIV de Francia , de la Casa de Borbón, como el emperador Leopoldo I del Sacro Imperio Romano Germánico, de la Casa de Habsburgo, aseguraron tener derecho a la sucesión española por estar casados ambos con infantas españolas hijas del Rey Felipe IV, padre de Carlos II. Un sentimiento que transmitieron a sus descendientes, los cuales formaron ambos bandos: por un lado, el de Felipe V, nieto de Luis XIV, apoyado por Francia, España, Baviera y parte de Italia, y por otro, el del Archiduque Carlos de Austria, hijo del emperador, apoyado por Inglaterra, Holanda, Portugal, Austria y gran parte de los estados alemanes. El primero, conocido como el bando borbónico o «felipista», se preocupaba principalmente por conservar la unidad e independencia de España, y el segundo, llamado austracista o «carlista», tenía como objetivo impedir la unión de las coronas española y francesa, cuya lucha sería con la que simpatizan hoy los independentistas por una interpretación de los hechos muy subjetiva. Los dos contendientes se enfrentaron en este largo y sangriento conflicto que dejó cientos de miles de muertos en todo el continente y que desembocó, además, en una guerra civil entre los borbónicos, con Castilla como aliado, y los austracistas, mayoritarios en Aragón, cuyos últimos rescoldos no se extinguieron hasta 1714 con la mencionada capitulación de Barcelona. El historiador Aitor Díaz Paredes, autor de 'Almansa. 1707 y el triunfo borbónico en España' (Desperta Ferro Ediciones, 2022) explicaba el verdadero carácter de este enfrentamiento hace un año en ABC: «El conflicto se puede ver como una guerra civil, pero también como una lucha internacional de carácter económico y mercantil por colocar en el trono de Madrid a un rey que fuera favorable a los intereses de cada bando. En este sentido, es una guerra engañosa, porque en el norte de Europa, los Países Bajos, los Borbones perdieron la guerra, pero en la Península la ganaron. Esa es la paradoja: los británicos y los austriacos estaban ganando la guerra, pero al mismo tiempo sabían que el 'leitmotiv' de la guerra, que era España, ya no podían ganarla. Los tratados de Utrecht, de hecho, son la plasmación de que ninguna parte pudo imponerse de forma satisfactoria. De ahí esa sensación de herida abierta que dejó la contienda». Aunque fue un litigio internacional, la derrota de las tropas catalanas pertenecientes a la Corona de Aragón en 1714 ha alimentado el victimismo historicista de generaciones de intelectuales catalanistas y de los actuales líderes del independentismo catalán, como Puigdemont. De hecho, la fiesta de la Diada, que se celebra cada 11 de septiembre hace referencia a la resistencia y caída de la ciudad condal en esa misma fecha que marcó el final de la guerra. «En 1714, Barcelona resistió porque tenía todo un país detrás. Si no somos libres, no somos nada», resaltó en 2018 el entonces presidente catalán, Quim Torra. Llegados a este momento, tanto Puigdemont como el resto de líderes separatistas ha difundido el relato de aquella derrota supuso el inicio del expolio y la represión de Cataluña a manos de España. Esa idea, sin embargo, es totalmente falsa para historiadores británicos como Henry Kamen: «El Ejército borbónico ocupó Cataluña, pero contribuyó a su crecimiento económico. Tampoco hubo represión del pueblo, porque la mayoría de la población daba su apoyo a las tropas de Felipe V». De hecho, en todas las Diadas, la fiesta que se celebra cada 11 de septiembre aquella derrota contra los borbones, se hace una ofrenda floral en honor de Rafael Casanova, que el independentismo ha erigido como su héroe en la resistencia contra los españoles, aunque su familia lo define como un firme «patriota». El mismo tono victimista usa la web de la Generalitat, en la que se asegura que «Cataluña temía que una monarquía encabezada por Felipe V, de talante absolutista, se topara con la organización política catalana que era de corte parlamentario y pactista». Hace cuatro años, el divulgador histórico y filósofo Pedro Insua defendía también en ABC, que la victoria de los Borbones, en realidad, salvó a Cataluña al acabar con el despotismo de las oligarquías catalanas. El relato secesionista insiste en sostener, basándose sobre todo en la vieja historiografía romántica, que la Guerra de Sucesión española fue algo así como una guerra de independencia de Cataluña con respecto a España. Es decir, un pueblo democrático e independiente que, según argumentan, «fue conquistado y sus libertades abolidas». De nuevo la idea de represión. De ahí que Torra repitiera el mantra de que «si no somos libres, no somos nada», y que lo único que tienen que elegir es entre «libertad o libertad». La idea que Puigdemont, Aragonés y sus colegas quieren difundir es que lo que le ocurrió al pueblo catalán es justo lo contrario de lo que le sucedió al pueblo estadounidense, que en 1773 se liberó del yugo colonial británico. Para ellos, en cambio, Cataluña fue sometida. Más allá de la internacionalidad del conflicto, hay un hecho todavía mucho más importante que recoge el gran especialista de aquel periodo, el historiador Joaquim Albareda: al principio de la guerra, los catalanes también acogieron al Borbón con mucho entusiasmo. No fue, pues, una guerra de una nación contra otra, de Cataluña contra España, ni una guerra de independencia ni patriótica. «La historia de lo acontecido el 11 de septiembre de 1714 se ha tergiversado totalmente –añadía Insúa–. Parte de una visión completamente falsa en la que Cataluña se ve como una sociedad política independiente, cosa que jamás ha sido, y que es invadida por España, cuando era y sigue siendo una parte entre otras [...]. De hecho, en Barcelona el archiduque Carlos será proclamado 'Carlos III' Rey de España, nunca 'de Cataluña'. [...]. Lo que más me duele es esa tergiversación es que prácticamente todas las instituciones, nacionales e internacionales, consideren la Diada como una fiesta 'nacional', cuando Cataluña no era una nación y no pudo ser 'derrotada' por España».