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Август
2024

La pesca senegalesa y su vínculo con la inmigración: "Los barcos grandes se han zampado todos los peces"

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Todos los cayucos que llegan a Canarias fueron concebidos como embarcaciones de pesca. Y cualquier día, a cualquier hora, pueden verse miles de embarcaciones debatiéndose entre dos destinos en la costa senegalesa, como una línea de puntos que une la arena y coloreadas de tonos vivos que contrastan con el azul monótono del mar.

En la desembocadura del río Senegal, en Saint Louis, al norte del país, se apiñan embarcaciones rellenas de redes y pisotones y escamas de pescado; en Dakar parecerían gigantescas cáscaras de nuez que trajeron de la península de Brobdingnag; en Casamance, al sur, son cientos de cayucos inmóviles en las playas y custodiados por las gaviotas que chillan porque quieren su recompensa de espinas. Son miles de cayucos debatiéndose entre huir y quedarse en un país donde el 17% de la población vive del negocio de la pesca.

Aunque las voces convencionales se limitan a justificar la ola migratoria en guerras, golpes de Estado, crisis económicas, hambrunas y desgracias vistosas para una sociedad anestesiada, la realidad es que existe un estrecho vínculo entre la pesca en Senegal y las dinámicas migratorias.

El hambre en su máxima expresión, entendida como inanición y hambruna, cuerpos escuálidos y fotografías de buitres que devoran a los niños aún vivos (más comunes en el Cuerno de África y otras naciones de África Occidental), ni siquiera tiene tanto peso en la ruta canaria como el que sostienen los pescadores de Senegal, que son quienes reutilizan los cayucos para buscar el sueño español y quienes los pilotan y quienes organizan el viaje y quienes se encargan de que no viajen sujetos de la etnia tucolor en la misma embarcación que sujetos de la etnia sosso, para evitar peleas.

En definitiva, los propios pescadores han confirmado en numerosas entrevistas que existe una relación directa entre las crecientes dificultades que enfrenta su oficio y su predisposición a participar en el negocio migratorio. Que prefieren conducir un cayuco por entre las olas que levanta el viento de marzo, si la alternativa es un puñado de sardinas a repartir entre toda la tripulación.

En Senegal se pesca atún, sardina, dorada, merluza, merlín, sepia… sus aguas poseen (o poseían) una riqueza extraordinaria que explica esta tradición pesquera y representada en los cayucos que descansan en la costa, en las redes que remiendan en cada puerto. Poseen o poseían, porque los acuerdos pesqueros con la Unión Europea han perjudicado al amplio sector de la sociedad senegalesa que necesita de la pesca para sobrevivir.

Debe entenderse que el actual acuerdo de pesca entre la UE y el país africano firmado en noviembre de 2019 daba permiso a 28 atuneros cerqueros congeladores, diez cañeros y cinco palangreros de España, Portugal y Francia a faenar en aguas senegalesas por el pago de 1.7 millones de euros anuales. Los barcos pueden pescar, según el tratado, un total de 14.000 toneladas de pescado al año, donde 10.000 toneladas corresponderían al atún. Lo que significaría un beneficio total, considerando un precio de mercado de 10 euros por cada kilo de pescado (aunque el precio medio por un kilo de atún sea de 13 euros), de 140 millones de euros.

No deja de ser representativo que Europa se embolse un 98.7% de los beneficios derivados del acuerdo. Será por esto por lo que Abdoulaye Samba, coordinador técnico de la Federación Nacional de Empresas de Pesca de Senegal, considera que “la actual situación de los pescadores senegaleses puede considerarse catastrófica”. Samba añade que “muchas especies están amenazadas o incluso sobreexplotadas. La sardina muestra una disminución del 75% en los en comparación con años anteriores […].

Los extranjeros se encuentran principalmente en el nivel de la pesca industrial con mayores y sobre todo más destructivos medios de captura”. Y corroboraba su versión Ahmed Ba, un veterano pescador que respondía a las preguntas de LA RAZÓN mientras vigilaba que sus hijos remendasen las redes en el puerto de Saint Louis: “Antes había peces, pero los barcos grandes se los han zampado todos”.

No es casualidad que las exportaciones senegalesas de pescado congelado pasaran de suponer un 8.4% en 2017 a un 4.4% en 2022. Tampoco tranquiliza que los pescadores de Saint Louis denuncien que “los barcos europeos apagan la luz para arrollarnos”, mientras personalidades como Abdoulaye Samba defienden que “no deben firmarse acuerdos de pesca mientras no haya excedentes”.

Ahmed Ba habla como hablaría un nómada, al señalar que hace años que sus caladeros no se limitan a aquellos próximos a Saint Louis. Ahora suben a Mauritania en busca de nuevas oportunidades, o descienden incluso a Gambia. Los viajes son más largos y aumentan los gastos y las probabilidades de peligro sin que crezcan necesariamente las capturas.

En ocasiones, jóvenes africanos pagan un pequeño peaje para que Ba los lleve a la costa mauritana, desde donde cogerán otro cayuco con dirección a Canarias. Aquí se encuentra otro vínculo entre la pesca y le inmigración: en que muchos cayucos pesqueros senegaleses sirven como “taxi” para los jóvenes subsaharianos que luego embarcarán en Mauritania.

Abdoulaye Samba recalca que “los buques europeos que se dedican a la pesca de atún necesitan cebos vivos y, por lo tanto, tienen un efecto perjudicial sobre las zonas de desove que se explotan. Los dos barcos europeos que pescan merluza no están controlados y no hay información sobre la presión que están ejerciendo sobre esta especie, a pesar de que el acuerdo era para la pesca experimental. El daño al recurso es a todos los niveles”. A todos los niveles.

Llevar a Mauritania un cayuco de pesca con capacidad para cuarenta tripulantes supone un costo estimado de 1.5 millones de francos CFA (2.300 euros) en combustible, dividido en 40 bidones de 60 litros cada uno. Según explica Ahmed Ba junto a su embarcación, si quieren amortizar los gastos de la salida y pagar adecuadamente a todos los tripulantes tras dos semanas lejos de casa, deberían capturar pescado por valor de 12 millones de francos CFA (18.300 euros). Así tocaría a trescientos ochenta euros por barba.

En otras palabras, en Senegal, si un pescador dedicase los treinta días del mes y las veinticuatro horas de cada uno de esos días a la faena, si no durmiese ni dedicase un solo segundo a coger en brazos a su hijo, podría embolsarse en el mejor de los casos, casi se diría que en un caso extraordinario, la miserable cifra de 760 euros mensuales. Si descansa un segundo o la suerte se despista, la cifra sólo puede disminuir. Y según el Instituto Nacional de Estadística, en España, un pescador que tiene sindicatos y seguridad social y educación pública de calidad y sanidad gratuita y vacaciones pagadas por convenio laboral gana de media 2.000 euros mensuales.

Sería injusto señalar únicamente a Europa como responsable de esta calamidad. Abdoulaye Samba tampoco quiere olvidar a los chinos. Explica que “para tener acceso a la pesca industrial en Senegal, el país contrario debe haber firmado un acuerdo de pesca con Senegal. Como China no ha firmado ningún acuerdo, es necesario que cada barco chino tenga una licencia de pesca.

Para superar este obstáculo, encontraron un subterfugio creando empresas de nacionalidad senegalesa en complicidad con sujetos nacionales. Como resultado, los barcos chinos se consideran [a efectos legales] una flota industrial local que debe pagar una licencia al precio al que lo harían los senegaleses”. Lo que más preocupa a Samba es que estos barcos “senegaleses” y adquiridos por China pueden salir de Senegal en cualquier momento y buscar nuevos caladeros: “a largo plazo, tan pronto como los propietarios de los barcos chinos no tengan ningún interés en trabajar en Senegal, se irán a otra parte, dejándonos con un mar vacío de su pescado”.

África Occidental (donde se encuentra Senegal) pierde 9.400 millones de dólares por la pesca ilegal, según el think tank estadounidense Stimson Center. Y China sería, según el propio think tank, el principal responsable de estas pérdidas.

Parece que las aguas senegalesas no tienen escapatoria. Ni siquiera las corrientes del Atlántico les ofrecen una salida. Pescadores de Dakar incluso confirmaron a LA RAZÓN que, en ocasiones, cuando la necesidad arrecia, compran el pescado que ellos mismos no consiguen a los “barcos chinos” que ya sabemos que teóricamente se tratan de embarcaciones senegalesas. Pescadores de Dakar que salen con el cayuco, buscan y no encuentran, compran a los chinos el pescado que les pertenece por derecho de sangre, el pescado sobrante, el pescado de peor calidad de su propia tierra, y regresan a puerto para intentar convencer a sus esposas de que su oficio todavía tiene sentido.

En este punto debe resaltarse la nobleza inherente al pueblo senegalés. Aunque lamentan la avaricia de los europeos y de los chinos, achacan a sus propias autoridades el peso de la responsabilidad ante lo sucedido. Tanto Ba como Samba comprendían que no debían ser los políticos de Bruselas los primeros interesados en preocuparse por la seguridad alimentaria y económica de Senegal, sino los políticos senegaleses. Y Abdoulaye Samba mostró optimismo a la hora de referirse al nuevo gobierno liderado por Bassirou Faye, que resultó ganador en las históricas elecciones presidenciales de marzo de 2024. Destacó como ejemplo que, desde hace varios años, las organizaciones pesqueras senegalesas han solicitado la publicación de la lista de buques autorizados a pescar en aguas bajo jurisdicción senegalesa, sin obtener una respuesta al respecto. Ha sido con las nuevas autoridades cuando la anhelada lista se ha publicado.

Igualmente, el presidente Faye ya ha expresado su deseo de renegociar los acuerdos pesqueros en aguas senegalesas. Apenas dos días después de publicar la lista previamente mencionada, pidió a su ministerio de Pesca que hiciera un auditoría en referencia a los acuerdos firmados con potencias extranjeras, igual que ha mostrado un profundo compromiso para proteger los métodos de pesca artesanales y que ocupan a 600.000 senegaleses. Próximamente se iniciará un programa de para la reactivación de la pesca artesanal y el desarrollo de la pesca industrial, con el fin de fortalecer las capacidades del país y estimular el crecimiento económico del sector pesquero.

Frente al interés de Faye por mejorar la transparencia de la industria, se encuentran las reticencias habituales de la Unión Europea. En mayo de 2024, el embajador de la UE en Senegal, Jean-Marc Pisani, indicó que el acuerdo firmado en 2019 “representa menos de un 1% de las pesquerías de Senegal”, y añadió, en lo referente a la auditoría en curso, que “la Unión Europea no tiene nada que ocultar. El Acuerdo de Colaboración de Pesca Sostenible será público, transparente y estará disponible”. Todavía se desconoce cuándo será público y disponible, pero el embajador de la UE no fue del todo transparente en sus declaraciones: el 1% de las capturas de Senegal era el porcentaje acordado antes del acuerdo de 2019. Y, sólo en 2021, según datos del gobierno senegalés, subieron las capturas europeas en aguas senegalesas hasta superar el 6% de las pesquerías en el país africano.

No debe perderse de vista que, con independencia de estos porcentajes, la UE está pagando a Senegal 1.7 millones de euros anuales a cambio de un beneficio bruto mínimo de 140 millones. Que los europeos pescan los atunes y que los chinos se llevan las sardinas envueltos en la penumbra de la legalidad, de manera que no se puede calcular con exactitud el porcentaje de las pesquerías que corresponden a capturas chinas. Que las dificultades mencionadas implican un aumento en las migraciones a Canarias con la conveniencia de los poderes tradicionales de Senegal. Que la cuestión pesquera en Senegal, en definitiva, no deben solucionarla unos u otros, sino todos los agentes implicados. Si acaso hay interés en ello.