ru24.pro
World News
Август
2024

Competencia Perfecta: La trampa autoritaria

0

El daño que los liderazgos polarizadores y autoritarios infligen a las sociedades democráticas que les abren, de buena fe y esperanzadas en las promesas de cambio, espacios es inconmensurable.

La trampa y la traición que tejen estos liderazgos son elaboradas y complejas, lo que junto con narrativas atractivas terminan ocupando los espacios políticos que otros han menospreciado y que, con sus errores y el desgaste natural del ejercicio del poder, han cedido.

En el fondo, estos actores políticos aprovechan el desencanto, el descreimiento y, sobre todo, el cabreo de las ciudadanías. Estos sentimientos son la energía que alimenta y apalanca su éxito político y son, también, estos elementos probablemente lo único real que subyace en sus propuestas.

La inercia en el ejercicio del poder, la captura de las políticas públicas y los presupuestos por intereses individuales y la incapacidad de reorientar efectivamente el quehacer de lo público hacia la satisfacción de las necesidades legítimas de las personas –las de hoy y las del futuro– terminaron alimentando descontentos y frustraciones que, primero, castigaron a los actores políticos tradicionales, luego buscaron soluciones y consuelo en las alternativas que se presentaban como novedosas y, en un giro tragicómico, hicieron a las ciudadanías volver sus ojos a opciones que, con descaro y desfachatez alarmantes, no buscan solucionar nada y lo que proponen, de plano, es dinamitar la convivencia democrática.

El autócrata populista no quiere –y usualmente además su incompetencia lo torna incapaz de lograrlo– resolver los problemas; lo que pretende es manipular con sus mensajes –que replican las demandas y los reclamos de las ciudadanías con el fin de resonar en sus conciencias– y obtener aprobación y, finalmente, ganar elecciones. Un cóctel peligroso de narcisismo vacío y de una búsqueda insaciable de un poder sin límites y contrapesos.

Se trata del más inmoral de los ejercicios de manipulación pues, en la búsqueda de este poder desfigurado, deja de importar lo real y mucho menos lo correcto; simplemente se repiten y repiten ad nausem mensajes por su efectividad en el estado de ánimo de las personas y no con una intención movilizadora honesta.

A estas fuerzas políticas no les interesa defender una idea o una propuesta alternativa –una de las bases de la contienda democrática– sino vaciar completamente de sustancia la discusión política y, peor aún, hacer que lo verdadero y lo ético dejen de importar del todo, en una vorágine de paranoia política, de conspiración y venganza. En un lodazal en donde se sienten a sus anchas, pues les permite satisfacer más rápidamente sus ansias de poder.

Pero una estrategia de esta naturaleza es incompatible, finalmente, con las libertades y obligaciones que impone la convivencia democrática. Por eso, estos liderazgos detestan y procuran destruir a sus opositores y a las instituciones que ponen límites al poder y terminan, tarde o temprano, buscando debilitar o destruir estos pesos y contrapesos.

Este es el mayor peligro de esta forma de hacer política, si se tratara simplemente de un gobernante incompetente e inestable quizás no tendríamos que preocuparnos.

El problema real radica es que no se trata sólo de perder tiempo valioso para tratar de responder –con honestidad y efectividad– a las demandas de los habitantes, sino que, en el fondo, se busca conscientemente minar con conflicto y división los campos en los que debería cultivarse la convivencia y la construcción de acuerdos democráticos y se busca, con premeditación, destruir las instituciones que fueron diseñadas para garantizar la transparencia, el carácter temporal y el balance en el ejercicio del poder entre los diferentes actores políticos y esto, no es un daño menor.