MC5: el rock y la revolución
Fundada en 1964, la mítica banda MC5 estuvo conformada por Rob Teiner (voz), Wayne Kramer (primera guitarra), Dennis Thompson (percusión), Fred “Sonic” Smith (segunda guitarra) y Michael David (bajo). MC5 llegó a ser uno de los grupos más radicales de la escena gringa rockera de las décadas del sesenta y setenta.
Detroit era conocida como la Ciudad Motor, debido a las muchísimas fábricas de automóviles. Cientos de miles de personas trabajaban en esos templos de acero. Los integrantes de MC5 eran hijos de la clase obrera de Detroit y en honor a las fábricas en las que laboraban sus familias, deciden llamarse MC5 (Motor City Five/Ciudad Motor Cinco).
Solían usar camisas con retazos de la bandera americana, vivían en comunidad y eran receptores de no pocas muestras de veneración. Las jóvenes, por ejemplo, se desvivían por ellos y más de una los acompañaba en sus giras. Los MC5 tenían un marcado discurso político que yacía en la anarquía, la disidencia y en la no creencia en las instituciones. Practicaban el amor libre y estaban convencidos de que la suprema expresión humana estaba en el puro rock and roll, cuyo único mensaje era el de la revolución.
Aunque MC5 tranquilamente pudo llamarse MC7. El espíritu contracultural de la banda nunca hubiera alcanzado su aura vital de no ser por “Hermano” J.C. Crawford, el orador político encargado de empilar a la gente en las previas de los conciertos; y John Sinclair, el manager y guía espiritual.
Este quinteto, que nunca dio muestras de afán de gloria o de desesperación por ganancia pecuniaria (por eso la prensa conservadora gringa los catalogaba de “cavernícolas” (no se bañaban) que lo único que hacían era “aparearse” con las “desdichadas” que los endiosaban), era el sueño hecho realidad de Sinclair. Este, durante muchísimo tiempo, quiso formar un movimiento revolucionario y lo consiguió cuando agrupó a los cinco talentosos y jóvenes músicos luego de anuales periplos por bares y garages a la caza de la materia prima a moldear. Con ellos fundó la comunidad Trans-Love Energies, en la que solo podía hacerse dos cosas: vivir y crear.
Muchos cronistas de la época, específicamente de la escuela del nuevo periodismo, aseveraban que los MC5 eran mejores que los Doors. En la postura de estos chicos de Detroit podía notarse coherencia entre la música ofrecida, el discurso político y la manera en que vivían. En cierta ocasión, el guitarrista de la banda, Kramer, llegó a calificar, en una entrevista para TV, a Jim Morrison como “un patético vendedor de sebo de culebra”. Se la creían, sin duda.
En 1968, los pupilos de Sinclair y Crawford dejan definitivamente Detroit, justo semanas después del asesinato de Martin Luther King. Las represalias contra los activistas eran no menos que matanzas callejeras; aunque valgan verdades, la razón del cambio de ciudad se debió a que la policía antinarcóticos los tenía entre ceja y ceja. El nuevo destino de residencia fue elegido por Sinclair, en Ann Arbor. No fue para nada gratuita esa elección. Esa ciudad era la cuna de los activistas políticos más influyentes y Sinclair era muy respetado por ellos, colaboraba con artículos en fanzines y revistas que pregonaban el quiebre del orden establecido. Entre otras cosas, fue el encargado de educar a los jóvenes músicos, a quienes les hizo leer los libros de William Burroughs, Norman Mailer y Allen Ginsberg. Los que vivieron el día a día con la banda, aseguran que las paredes del estudio de ensayo estaban cubiertas con las páginas de la introducción de la famosa novela de Burroughs: El almuerzo desnudo.
En Ann Arbor vivieron en una casa de diez cuartos, en donde llegaron a alcanzar la plenitud musical producto de las más de diez horas de ensayo diario, y en la que no dejaban de rendir tributo a la diosa de los elegidos: la marihuana. Las anécdotas sobre lo que la marihuana hacía en los MC5 valen para una novela de no ficción tipo Ponche de ácido lisérgico de Tom Wolfe. Paraban tan drogados que horas antes de sus conciertos, Sinclair y Crawford les colocaban cintas de colores en las muñecas o, en todo caso, en los mangos de los instrumentos. En cada cinta estaba escrita el título de la canción más el número de orden en el que tenía que tocarse, como para asegurar la ejecución del repertorio.
No solo la policía antinarcóticos los tenía bajo la lupa, también el FBI. Sospechaban que MC5 era un potencial financista de activistas políticos y grupos revolucionarios, lo cual no sería nada descabellado, puesto que en esos años existía un descontento generalizado (ejemplos: estudiantes que criticaban la guerra de Vietnam y sindicatos que defendían los derechos laborales) por las medidas políticas y económicas que los gobiernos de turno tomaban. Verbigracia, la gestión de Richard Nixon. En este sentido, algunas grandes novelas norteamericanas han registrado, en parte, dicho descontento generacional, relatando el cómo se les pasaba la mano a algunos activistas, tal y como sucede con Meredith, la hija de Seymour “El Sueco” Levov, el protagonista de la mejor novela de Philip Roth, Pastoral Americana. Ella es perseguida por la policía porque se la acusa de formar parte de un grupo de disidentes que hizo estallar una oficina de correos, hecho que dejó tres muertos como saldo.
Con relación al mecenazgo que ejercían los MC5 con determinadas agrupaciones que creían sí o sí en los atentados, no hay nada comprobado. Al respecto, han fluido ríos de tinta que aderezan esa leyenda a la fecha, convirtiendo a la banda en una considerada de culto y catalogada para conocedores, lo cual resulta injusto porque si bien exhibe furia y códigos celebratorios (“American Ruse” del Back in the USA, a saber), no hay que pagar peaje críptico alguno para disfrutarla. ¿Se podría entender el punk de mediados de los setenta sin la herencia de MC5? Es una pregunta más que válida ahora que miramos a MC5 a sesenta años de su aparición. Empero, lo que sí está documentado es su apoyo a grupos contraculturales, puesto que financiaban fanzines, revistas, recitales y demás actividades creativas. Basta imaginar el antes, durante y después de las mismas.
Estemos o no de acuerdo con el discurso de este quinteto de Detroit, no hay que dejar de reconocer que ellos sí eran consecuentes en su anarquía, por más ilusorio o fumado que haya sido el discurso que empleaban, hicieron hasta lo imposible por concretar su utopía. Aspiraban a un cambio de la sociedad, por eso, pese a su corto tiempo de vida grupal, daban la impresión de ser un grupo cohesionado en medio de los excesos que depara la fama. En sus ocho años de actividad ininterrumpida, se podría decir que dejaron algo más que la piel en el asador.
Tres álbumes fueron más que suficientes, tanto Kick out the Jams (1969), Back in the USA (1970) y High Time (1971), son el mejor testimonio que refrenda la contundencia y la melodía musculosa de esta extraordinaria banda. Tres álbumes (sin contar los recopilatorios de años después) capaces de generar adicción por el rock de verdad, ergo: el rock de MC5, que el próximo 18 de octubre lanzará Heavy Lifting, su cuarto álbum desde 1971. Un acontecimiento para los amantes del verdadero rock.