La verdad que esconde el guerrero galo que inspiró la creación de Astérix: los 13.000 muertos de Alesia
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Hace apenas dos semanas, el municipio pontevedrés de Porriño celebraba la octava edición de Porrigalia , una especie de Juegos Olímpicos en tono festivo que reúne a un montón de seguidores de Astérix y Obélix vestidos de romanos, galos, egipcios, castreños y griegos, que recorren las calles del municipio. Una prueba de que la historia creado en 1959 por Albert Uderzo y René Goscinny sigue estando muy presente en todo el mundo. En Granada, las cartas del restaurante El Mercader son directamente los diferentes cómic que publicaron del héroe galo, y es que los ejemplos de la influencia que todavía ejercen estos dos personajes son infinitos. Hablamos de una de las historietas más famosas y vendidas de la historia que comenzaba con la siguiente presentación: «Estamos en el año 50 a. C. Toda la Galia está ocupada por los romanos… ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles galos resiste, todavía y como siempre, al invasor». Su origen está inspirado en la batalla de Alesia, que tuvo lugar en la actual Borgoña francesa dos años antes, a finales del verano. Se enfrentaron los ejércitos de la República de Roma, dirigidos por el más brillante de sus generales, Julio César , y una confederación de tribus galas lideradas por Vercingétorix, jefe de los arvernos. Fue en este último guerrero en quien se fijaron Uderzo y Goscinny para crear el personaje de Astérix. . El enfrentamiento está enmarcado dentro de la guerra de las Galias que, a diferencia de lo reflejado en la obra de Uderzo y Goscinny, están consideradas como uno de los grandes éxitos militares de Julio César. Eso quiere decir que los galos, de irreductibles, nada. Todavía hoy se estudian sus tácticas como un ejemplo clásico de sitio a una fortificación. Además, en los últimos años, recientes descubrimientos arqueológicos y estudios han arrojado nuevos datos sobre la forma en que el famoso general romano venció, en tan solo siete años, a 250.000 guerreros celtas con solo 50.000 soldados. Lo cierto es que, cuando se inició esta guerra de siete años, los romanos y los galos llevaban tres siglos y medio enemistados. Un tiempo en el que, según la tradición, estos últimos llegaron a apoderarse de la ciudad de Roma. Invadir las Galias, por lo tanto, se había convertido en una obsesión para César, la venganza que necesitaba contra aquellos crueles bárbaros que habían capturado y humillado a los habitantes de su capital, muchos de los cuales tuvieron que huir. El general partió hacia la actual Francia en el año 59 a. C. y enseguida extendió su mandato en aquella región compuesta por un gran número de tribus celtas. Algunas tenían acuerdos con la República, otras habían abandonado su organización tribal e instalado sus propias repúblicas inspiradas en la romana. Por último, las había que mantenían enfrentamientos intermitentes con los conquistadores. Julio César se enfrentó a un país dividido en tribus, a las que fue aniquilando poco a poco. Dos años antes de la batalla de Alesia, la tribu ya pacificada de los eburones protagonizó un nuevo intentó de rebelión que despertó de nuevo los sentimientos antirromanos en las Galias. Julio César, que años después se convertiría en dictador de Roma, no había comprendido que su dominio inicial sobre ellos era mucho más frágil de lo que pensaba, por la sencilla razón de que sus victorias venían acompañadas de desproporcionadas recaudaciones de impuestos. Fue entonces cuando los galos comprendieron que divididos nunca recuperarían la libertad. Según recoge el propio Julio César en su célebre libro 'La guerra de las Galias' , esta unión se produjo bajo la mano de Vercingétorix, al que los galos coronaron como su Rey en Bibracte, la capital de los eduos. El general romano pronto se dio cuenta de que aquel joven líder se convertiría en un rival muy duro de vencer, sobre todo porque comprendió que para enfrentarse a él debía superar la organización política tribal y guiar a sus soldados con disciplina y un mando único. Por eso Vercingétorix fue elegido comandante de los ejércitos unidos de la Galia, entre los que se encontraban, junto a los arvernos, los aularios, audecaros, turones, lutecios, senones y rutenos, entre otros. Sólo los remos y los lingones prefirieron mantener su alianza con Roma, aún sabiendo que Vercingétorix podía conducirlos a la victoria contra el invasor. Su padre, el gran líder de la tribu de los arvernos, Celtilo, ya se había enfrentado a Roma, pero no le salió como esperaba y fue ejecutado. En un primer momento, quizá removido por las ansias de venganza, el nuevo jefe galo tuvo la sangre fría de colaborar con los romanos a pesar de haber asesinado a su progenitor. Muchos historiadores creen que lo hizo para aprender sus tácticas y conseguir los apoyos necesarios para convertirse en el Rey de todas esas tribus, pero al no lograr el apoyo de Julio César, se rebeló contra él a principios del 52 a. C. Vercingétorix no presentó batalla campal a los romanos, cuya superioridad en táctica y armamento los hacía prácticamente invencibles, sino que optó por una especie de guerra de guerrillas, combinada con matanzas de ciudadanos romanos en toda la región. Pronto controló todas las tierras que se mantenían independientes del poder de Roma y amenazó a las controladas por el invasor. Julio César se puso rápido en marcha para aplastar a su 'Axtérix'. Al llegar a la Galia central, dividió sus tropas, enviando cuatro legiones al norte para combatir a los parisios y los senones, y llevándose él mismo a seis para frenar a Vercingétorix. El general romano intentó reprimir la sublevación, destruyendo las ciudades más ricas de las tribus rebeldes, mientras que el líder galo optó por una táctica de «tierra quemada», arrasando las cosechas y aldeas hacia las que se dirigía el procónsul. Así conseguían que las legiones no encontrasen avituallamiento en su marcha. En un principio, la jugada le salió bien a Vercingétorix, que consiguió acorralar a Julio César, pero después cometió su primer error: al llegar a la capital de los bituriges, Avárico, cedió a las súplicas de sus jefes y no la incendió. Consecuencia: de los 40.000 habitantes sólo 800 pudieron huir y unirse a Vercingétorix. Los galos no solo no se asustaron, sino que más tribus se sublevaron contra César. Entonces, Vercingétorix optó por refugiarse en Gergovia, capital de los arvernos, una fortaleza inexpugnable. En la primavera del año 52 a. C., el general romano decidió ir a por él con sus seis legiones. Fue allí donde sufrió su primera derrota, perjudicado porque el Ejército galo se encontraba en una posición más elevada. Como consecuencia de ello tuvo que abandonar su asedio que había iniciado. La noticia se extendió por toda la Galia y se unieron al guerrero celta más tribus. Por un momento César pareció vulnerable. El mito del general invencible había caído. Esa batalla supuso un punto de inflexión y los galos eran ahora los que amenazaban a los romanos. Sin embargo, tras la humillación, Julio César se unió a sus tribus del norte. El general romano ya se había convencido de que el enemigo lo requería, puesto que ya no parecían unos salvajes cualquiera. En los siguientes enfrentamientos se fueron alternando las victorias para unos y otros. Ambos aprendieron de los errores y aciertos del otro, hasta que se encontraron finalmente en Alesia, la ciudad fuerte de los mandubios. Allí se había retirado Vercingétorix, en espera de los refuerzos del resto de la Galia. Todas las tribus que anteriormente habían rechazado su revuelta, ahora se sumaron a ella. Todos los enemigos de César se encontraron en Alesia, ocupada por pequeña meseta de 18 kilómetros de perímetro y 150 metros de altitud. Estaba rodeada de valles y ríos, excepto por la parte occidental, por la que se abría a una zona llana. El líder de los romanos comenzó el asedio y, como relata en 'La guerra de las Galias', marcó el perímetro con veintitrés fuertes que les sirvieran de protección en caso de ataque de los galos y cavó una gran zanja de seis metros de anchura con sus 50.000 hombres. Los galos tenían suministros para treinta días. Para Vercingétorix debió ser una pesadilla para ver como estaba rodeado por el Ejército romano, que contaba entonces con 50.000 soldados. Podía divisar cómo Roma le ponía la soga al cuello, mientras esperaba a que el resto de la Galia viniera en su rescate, a pesar de que contaba con 80.000 guerreros tras los muros de la fortificación. Pronto la comida empezó a escasear y el líder galo ordenó a las mujeres, niños y ancianos abandonar la plaza para tener menos bocas que alimentar. Confiaba que Julio César los alimentaría, aunque los convirtiera en esclavos. Pero no, se mostró inflexible y los dejó morir de hambre mientras vagaban como zombis. La suerte del asedio, sin embargo, cambió de nuevo. El 20 de septiembre del año 52 a. C., en el horizonte se divisó la vanguardia del tan esperado ejército de socorro galo. Una formidable masa de más de 250.000 guerreros dispuestos a lanzar un ataque sobre las defensas romanas. Motivado por las ventajas tecnológicas, Roma decidió llevar la iniciativa y rechazó a los galos en ambos frentes. En su narración de la batalla, Julio César describió un punto débil por el que su enemigo podía atacarle, como así ocurrió. Las tropas de Vercingétorix se ocultaron tras el monte Rea y lanzaron un primer ataque con 70.000 hombres comandados por su primo, mientras el jefe lo hacía desde todos los ángulos en las fortificaciones interiores. César estaba en medio, aparentemente atrapado, pero el general romano confió en la disciplina y el valor de sus hombres y ordenó mantener las líneas. A continuación, él mismo recorrió el perímetro animando a sus legionarios y acabó contraatacando hasta lograr hacer retroceder al enemigo. Sin embargo, lo que dio la victoria definitiva a Roma fueron sus inteligentes tácticas y la decisión desesperada de atacar al Ejército que venía por la retaguardia, con la caballería auxiliar, a socorrer al líder de los galos. Con tan sólo 6.000 hombres, César estaba dispuesto a vencer a 70.000 galos. Viendo a su jefe afrontar tan tremendo riesgo, los hombres de Labieno redoblaron sus esfuerzos. En el momento más crucial de la batalla, el cincuenta por ciento de los romanos estaban involucrados en la lucha cuerpo a cuerpo, cuando en el momento adecuado apareció la reserva para aplastar a los galos. El futuro dictador surgió, con su inconfundible capa escarlata de comandante en jefe flotando al viento y su tropa de cuatrocientos germanos, dirigiendo él mismo el ataque final. En las «irreductibles» filas galas pronto empezó a cundir el pánico y se produjo una desbandada general que terminó en una auténtica matanza. César anotó en su obra que sólo el hecho de que sus hombres estuvieran completamente exhaustos salvó a los galos de la total aniquilación. Vercingétorix había perdido. Sus fuerzas dentro de Alesia y el ejército de socorro en el exterior habían luchado contra los romanos hasta el límite. Las laderas del monte Rea se llenaron de cadáveres. Tras la victoria, César exigió que los guerreros galos desfilaran ante él depositando las armas a sus pies y finalmente le entregaron a su caudillo, el responsable supremo de la batalla. Vercingétorix fue hasta el campamento donde le esperaba César sentado en su silla curul. La escena fue representada por Lionel Noel Royer en un cuadro de 1899. El líder galo se acercó a un estrado construido para la ocasión y, tras arrojar la corona, su armadura y su espada a los pies de Julio César, le dijo con orgullo: «Me has vencido, pido clemencia para mi pueblo». Y este le respondió: «La tendrás, príncipe Vercingétorix». Acto seguido firmó el documento de la rendición y los miles de legionarios romanos lanzaron vítores. La guerra de las Galias había terminado. «Has luchado como has podido y eso te honra, pero espero que hayas aprendido la lección de que no es bueno desafiar a Roma», le advirtió el general a este personaje al que Jean-Yves Ferri y Didier Conrad —guionista y dibujante sucesores de Uderzo y Goscinny desde 2012— quisieron homenajear en su último número: 'La hija de Vercingétorix' (Salvat). El balance de aquella batalla fue brutal. Según las últimas estimaciones realizadas, murieron más de 12.500 soldados de ambos bandos en Alesia, durante el mes y medio que, aproximadamente, duró el enfrentamiento. De ellos, 2.500 eran romanos, y más de 10.000, galos.