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Август
2024

Crítica de "Dogman": dejad que los perros vengan a mí ★★★1/2

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Dirección: Luc Besson. Intérpretes: Caleb Landry Jones, Jojo t. Gibbs, Christopher Denham, Clemens Schick. Francia, 2023, 115 min. Género: Thriller.

Cualquiera diría que Luc Besson ha hecho un “Joker” tardío, menos preocupado por sus connotaciones políticas que por sus implicaciones religiosas. “Dejad que los perros vengan a mí”, podría gritar el pobre Doug, emulando a un santo que, en versión ‘drag’ y con piernas ortopédicas, viene a representar todo lo que la sociedad no quiere ver, pero que, a su vez, está dispuesto a sacrificarse por las almas puras aunque eso implique un considerable baño de sangre. No le pidamos a Besson un discurso claro, coherente: el encanto de “Dogman” es, precisamente, que mezcla todo tipo de temas y tonos sin ser muy consciente de lo que está haciendo. Así las cosas, nos encontramos con una película que funciona como una fábula religiosa, un cuento de justicieros urbanos, una defensa de la identidad ‘queer’ como modo de supervivencia, un melodrama social y un manifiesto animalista. El resultado es un desprejuiciado caos, un culebrón ‘trash’ con un Caleb Landry Jones explotando su vena más bizarra y un Besson que, a veces, parece estar convencido de estar haciendo una película importante.

A modo de filme-entrevista, Douglas le cuenta su aciaga vida a la psiquiatra de un centro de detención. Encerrado por su padre en una jaula con una jauría de perros de pelea, Douglas entiende a la fuerza que el perro es el mejor amigo del hombre. Paralítico y traumatizado, no tarda mucho, después de escaparse de su cárcel, en encontrar su alter ego trans en la figura de Edith Piaf, otra alma herida que sirve como vehículo para que Landry Jones despliegue su fe ciega en tan excéntrico personaje. Besson entiende lo ‘queer’ no tanto como una opción sexual sino como una (discutible) operación de maquillaje: es la encarnación de una identidad ‘otra’ en la que Douglas puede ser libre. Reconvertido en una especie de San Francisco de Asís en versión ‘drag’, que haría las delicias de un John Waters pasado de ácido, Douglas no puede evitar defender a los desfavorecidos, lo que Besson aprovecha para derivar lo que parecía un estudio psicológico de personaje hacia al thriller de bajos fondos. El clímax final, orquestado por un cuerpo de seguridad canina que parece recién salido de una versión ‘gore’ de “Beethoven 2: La familia crece”, es algo grotesco, pero sirve como digno colofón de una película que nunca se avergüenza de sus delirios.

Lo mejor: la absoluta entrega de Caleb Landry Jones a su personaje, y la fe de Luc Besson en su demencial historia.

Lo peor: su extravagancia con un punto ‘trash’ corre el riesgo de ser malinterpretada.