Nadal empieza a cerrar puertas
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Rafael Nadal se despide entre una nube de periodistas después de firmar un epílogo en París con Carlos Alcaraz que se recordará mucho tiempo, como todo lo que ha hecho en esta ciudad. Se cierra la puerta a su espalda y el tenis queda en suspenso. Todavía no llega a ser profundo el lamento, porque se acaba de vivir una experiencia extraordinaria, ver al rey de la Philippe Chatrier con quien dicen será su príncipe heredero, y aunque acabara en derrota ante los estadounidenses Rajeev Ram y Austin Krajicek, y todavía queda para tomar conciencia de lo que se ha perdido. O no. Aunque sí cierra un ciclo olímpico, no ha sido nunca Nadal de decidir en caliente. Se ha encontrado miles de obstáculos en el camino y en todas se ha comprobado que el tiempo es parte vital de su forma de ser. Sufre la herida, cien lesiones físicas que también se clavan más adentro, se da el tiempo para que cicatrice y solo entonces elige el nuevo camino hacia el mismo objetivo: seguir haciendo lo que más le gusta, que no es cualquier cosa y para él lo es todo. La misma situación se le presenta ahora, después de un año en blanco y con una operación de cadera compleja en la recuperación, tenía marcado un plan de vuelo que no ha salido exactamente como quería. Volvió con ganas, tres partidos en Brisbane con esa sensación de que se había ido ayer. Pero ante Jordan Thompson, el cuerpo le recordó los once meses sin competición: lesión abdominal y de vuelta a la casilla de salida. Tres meses de renunciar a los entrenamientos primero, a torneos que le importaban después, como Montecarlo, diez mordiscos y una ausencia de las grandes. Pero pisó su pista en Barcelona y a pesar de caer con De Miñaur, se vio allí. Y todavía más cerca con cuatro partidos de rodaje y crecimiento en Madrid, donde sí que no volverá a pisar. Hubo un pequeño paso atrás en Roma, pero se plantó en la Chatrier, su Chatrier, porque no se entiende Nadal sin esa pista y sin esa capacidad de reconstruirse con los retos. Perdió con Alexander Zverev en primera ronda, pero el planeta tenis tuvo la prueba de que si hubiera sido otro el rival, el balear hubiera llegado mucho más lejos, quién sabe dónde. Su empeño, dedicación, ímpetu, ADN de trabajador incansable, lo hizo bajar varios peldaños para tratar de subir más deprisa: un ATP 250 en Bastad para calentar el cuerpo que ya tomaba color parisino. Eran los Juegos la etapa que se había marcado cuando comenzó el año. Una cita ineludible e inolvidable para el balear que siempre ha defendido como uno de los torneos más importantes de su carrera. Y más en este París que le rindió homenaje por ser quien es, precisamente, en este país, con un puesto de honor en el relevo de l antorcha olímpica en la ceremonia de inauguración, de la mano de Zinadine Zidane, y formando un barco extraordinario con Carl Lewis, Serena Williams y Nadie Comaneci. Sabía que no llegaba al nivel que quería para pelear por una medalla individual. Pero lo intentó, que no se diga que este no es Nadal. Lo quiso todo: exprimirse en individual, victoria ante Marton Fucsovics antes de que un Djokovic superior le rindiera el mejor tributo posible, un cierre de esta rivalidad escandalosa con el mayor de los respetos entre los dos más grandes. Y pelear al máximo en el dobles, este superdobles con Carlos Alcaraz ya en los álbumes fotográficos y emocionales de los Juegos Olímpicos. Pero se cortó el sueño antes de poder rozar las medallas y toca la reflexión del día después: «A mi futuro como profesional lo que le afecta son las ganas y el sentimiento que yo tenga cuando tenga que tomar la decisión. Se ha terminado una etapa. Me había marcado hasta los Juegos Olímpicos como objetivo. Se ha terminado este ciclo, y volveré a casa, desconectaré y en frío, cuando tenga claro cuál es mi siguiente etapa, sea con la raqueta en la mano o sin, os lo haré saber». Desconexión, familia, quizá vacaciones en el mar para limpiarse de estos siete meses de contrastes, alegrías y decepciones, ilusiones y derrotas, y ponerse a trabajar en lo que tenga por delante. Apuntado al US Open, tendrá que decidir si acude o no al último Grand Slam del año. En septiembre también ha inscrito su nombre en la Laver Cup, donde en 2022 se retiró Roger Federer. Más allá, incógnitas, porque en Madrid le apuntaron si era la última vez que jugaba en España y se deslizó con un «Veremos, hay Copa Davis». Pero por el momento, está en paz, porque, como toda su vida, se ha dejado todo en este proceso. «Estoy con la tranquilidad de haber dado el máximo en cada momento que he estado en la pista. Esto está conseguido, estoy en paz. Cuando tenga claras mis motivaciones o si no tengo motivaciones y no siento la capacidad de seguir, pues tomaré otro camino», zanjó. Pero, por el momento, pide tiempo para repensarse. Y se lo ha ganado.