Decepción doble en el judo: se esfuman dos bronces en media hora
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Se relamía de nuevo el judo español ante la posibilidad de aumentar su botín, de añadir al bronce de Fran Garrigós, de momento única cosecha, dos medallas más con los exóticos nombres de Tristani Mosakhlishvili y Ai Tsunoda . Una buena mañana había mandado a los dos al turno vespertino. El primero, georgiano de 26 años afincado ahora en Valencia, lo hacía a lo grande, metido en las semifinales después de superar tres combates. La segunda, catalana de Lérida de 22, de padre japonés y madre francesa, ambos entrenadores de judo, llegó a través de la repesca, vía igual de válida para acabar mordiendo un metal. En los dos casos se pinchó en hueso. Tsunoda cedió en el combate por el bronce ante la austriaca Michelle Polleres. Mosakhlishvili, 'Tato' para cualquiera al que le cueste pronunciar su nombre, perdió primero su semifinal antes de ceder también en la lucha por el tercer puesto frente al griego Theodoros Tselidis. Fue en cuestión de minutos. Una decepción compartida, aunque sobrellevada de forma muy distinta. Tsunoda, cuyo carácter delata su origen, al margen de los ojos rasgados, compareció triste. «He cometido un fallo que a veces hago en los entrenamientos y lo he pagado caro», asumió con la voz tranquila tras realizar una reverencia a los periodistas. Tsunoda, embravecida al superar en la repesca a la japonesa Saki Niizoe en un combate contra sus raíces, salió muy agresiva a por el bronce. «Intento frenar ese lado que tengo de pensar que puedo ganar rápido. Pero cuando sale mi mejor judo es cuando estoy dinámica y con energía. Cuando siento que nadie puede pararme. Es lo que he intentado también en la repesca y quería seguir ese camino, pero he cometido ese error y…». Detrás de ella observaba la escena Céline Roustant, su madre y entrenadora. La misma que una vez al mes viaja a Japón para visitar a su hija, estudiante de un grado de Artes Marciales en la en la universidad de Tokai. No es una vida fácil. Roustant, pequeña y delgada, contrasta con la fortaleza física de Ai, más parecida a su padre, Go Tsunoda. A los dos progenitores los unió el judo y juntos se asentaron en Lérida, donde montaron un pequeño dojo en el que aprendió su hija, cuarta generación de judoca en la familia. Ahora, también la más exitosa, con su diploma olímpico. «Soy muy optimista, y eso es un problema a veces. Puede ser que esta vez haya pecado de eso... No lo sé», continuó. «Ahora mismo estoy un poco triste. Solo veo el lado malo». A Tato le costó más digerir el tiro al palo. Un despiste en el combate por el bronce ante el griego Theodoros Tselidis le castigó de inicio con un waza-ari que ya no pudo remontar. Cuando se confirmó su derrota salió del pabellón a la carrera. «Quiero dar las gracias a toda la gente que me ha ayudado. Estoy contento y orgulloso de mí mismo», fue lo más que dijo. Llegó a España en 2019 y se defiende con el español, pero no le apetecía demasiado dar explicaciones. 'Mosa', como también se le conoce en el mundillo, llegó a Vigo siguiendo la estela de su compatriota Niko Shera, que un año antes se había proclamado campeón del mundo por primera vez compitiendo ya bajo bandera española. Pensó que aquí podría labrarse un futuro mejor en el deporte. También pasó por Brunete, incorporado al equipo de élite que mantiene en su dojo Quino Ruiz , y al que también pertenece Garrigós. Pero no fue su destino final. Un par de años después se trasladó a Valencia para trabajar con Sugoi Uriarte y Laura Gómez en el Centro de Alto Rendimiento de la capital del Turia, donde se ha asentado. En París no estuvo acompañándolo en el tatami ninguno de sus entrenadores, enfrentados con la Federación. Fue José Toro el encargado de darle indicaciones en una maratoniana jornada sin premio final, con tres combates por la mañana y un durísimo enfrentamiento en semifinales en el que, al igual que Tsunoda, quien se jugó la repesca frente la japonesa Saki Niizoe, también se las vio con sus orígenes. Le tocó el georgiano Lasha Bekauri, vigente campeón olímpico y mundial. Solo se habían medido una vez, por el bronce planetario de 2022, y al español lo pasaron por encima. Un waza-ari y un ippon en apenas un minuto de enfrentamiento. Tato llegó con la lección aprendida de aquel combate, porque el de París no tuvo nada que ver. Plantó cara desde el principio e incomodó al favorito. Pero tres penalizaciones acabaron dejándolo fuera en el tiempo extra. Luego, llegaron el error ante Tselidis y la decepción. España sigue estancada.