Quo vadis, mundi instituta?
A Donald Trump le dispararon, y estuvo a cinco centímetros de perder la vida. Venezuela está al borde de una guerra civil, y Estados Unidos no se ve tan pacífico; no creo que Kamala gane, pero si gana, los republicanos MAGA no se van a ir pacíficamente. México está simulando una reforma al Poder Judicial; en realidad, está reformando la República para que no haya Poder Judicial independiente. Morena y sus aliados están haciendo todo lo que está a su alcance para tener sobrerrepresentación en los cuerpos legislativos.
Con todo esto, probablemente por lo abrumador de la realidad, es muy difícil escribir una columna. ¿A dónde van las instituciones del mundo? Esa es la pregunta que intentaré responder en 4,500 caracteres. No prometo nada.
Primero, hablemos de las instituciones políticas. En todo el mundo, desde hace rato, y no hay sorpresa ahí, estamos caminando hacia democracias iliberales y regímenes autoritarios. Las sociedades están perdiendo la paciencia con las transiciones democráticas y las instituciones gubernamentales que se derivan de ella. Políticos como JD Vance, el compañero de fórmula de Donald Trump, llaman a colonizar el Estado con republicanos trumpistas, con lo cual se destruye la continuidad en las políticas de gobierno y la orientación del Estado a cumplir con la ley, no a avanzar la agenda de un grupo político. Es decir, la política estadounidense se está latinoamericanizando, y eso nos debería preocupar a todos.
Segundo, vamos a referirnos a las instituciones económicas. La capacidad de las industrias tradicionales para crear crecimiento económico y oportunidades laborales para las personas del mundo, está viéndose seriamente limitada. El cambio tecnológico se convirtió en la única fuente posible de creación de riqueza. Pocas personas, empresas y Estados tienen acceso a estas herramientas de disrupción y cambio global, y eso abre la posibilidad a nuevos monopolios y usos de la tecnología para sojuzgar, no liberar, a los individuos.
Tercero, hay que decir algo sobre las instituciones y lenguajes morales. La religión, la familia, las ideas. No hay ya un mainstream cultural, que no sea la ignorancia de la mayoría, en una involución de regreso hacia algún tipo de edad media. Las tecnologías nos han creado impaciencia e incapacidad para leer, mucho menos comprender, textos largos. Igual y estamos aprendiendo otras cosas: ya las herramientas digitales son como un implante permanente en nuestro cerebro, pero es preocupante lo mucho que dependemos de estas tecnologías para aprender e interpretar lo que está ocurriendo en el mundo. Algoritmos poco transparentes seleccionan con quién nos llevamos, cómo interactuamos con ellos, y es mucho más fácil que antes romper con relaciones y amistades. Quizá hay la ventaja de que se hacen relaciones online mucho más rápido que antes, pero buscamos a nuestros iguales y no a nuestros diferentes, y eso le quita plasticidad a nuestro pensamiento.
Quizá llegamos a la utopía liberal: es una época maravillosa, de relativa abundancia, comparada con épocas pasadas, en donde el individuo puede florecer sin límites. Por ello, damos por sentado el orden liberal, la abundancia, los mercados funcionales, las instituciones públicas, la democracia.
Hay manchas en esa utopía que vivimos. El mundo se está volcando hacia la violencia. Hay guerras fratricidas en marcha en al menos dos lugares del mundo. La guerra fallida contra las drogas debería convertirse en conjuntos de políticas públicas para combatir adicciones y enfermedades mentales. Tenemos que refundar al Estado, a la empresa, a la familia, a las iglesias, y a la democracia. Necesitamos nuevos métodos para coordinar a la nueva sociedad que ya rebasó, por mucho, a las instituciones.
Las restricciones a la migración internacional, desde países fallidos hacia el mundo desarrollado, son una guerra de baja intensidad fomentada por políticos que no quieren competencia en sus mercados laborales. El alto salario en el mundo avanzado es resultado de la escasez de trabajadores, no de diferencias en productividad.
El riesgo de la plenitud es la decadencia. Si los individuos libres abandonamos los asuntos públicos, no habrá nadie que le dé mantenimiento a las instituciones del orden mundial liberal de la posguerra, y eventualmente perderemos la prosperidad y seguramente dañaremos mucho a la civilización. Urge construir instituciones –políticas, económicas y morales– acordes con los nuevos tiempos.