La mayor masacre de la Guerra Civil: los 1.500 cadáveres que flotaron en el mar de Cartagena
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En realidad, cuando se produjo la mayor tragedia naval de la historia de España, el hundimiento del buque franquista 'Castillo de Olite' por un ataque republicano desde la costa de Cartagena el 7 de marzo de 1939, la Guerra Civil ya estaba más que terminada. De hecho, solo faltaba un mes para el final del conflicto. El ejército franquista había tomado ya Cataluña y solo la zona centro-sur quedaba en manos de una República, que había perdido ya toda capacidad defensiva, encontrándose desmoralizada y sumergida en luchas internas. Por si fuera poco, el día antes del ataque contra el Castillo de Olite, en la madrugada del 5 al 6 de marzo de 1939, el general Manuel Matallana recibió la llamada de Segismundo Casado para comunicarle que se había sublevado contra su propio presidente, el comunista Juan Negrín , que a esas alturas de la guerra solo contaba con el apoyo de los soviéticos y de su propio partido. Al enterarse, este último le quitó el teléfono de las manos y le dijo directamente al coronel golpista: «Queda usted destituido». Y este le respondió: «Mire usted, Negrín, eso ya no importa. Ustedes ya no son Gobierno, ni tienen fuerza ni prestigio para sostenerse y, menos aún, para detenernos. La suerte está echada y ya no retrocedo». La conjura se había comenzado a gestar un mes antes, pero la izquierda llevaba mucho más tiempo desintegrándose. En mayo de 1937 ya existía en el seno del bando republicano dos facciones bien diferenciadas. Una que apostaba por la paz y el armisticio con Franco, encabezada por el entonces presidente Azaña y apoyada por los partidos Izquierda Republicana y Unión Republicana, además de un sector del PSOE y los nacionalistas catalanes y vascos. Y la otra, liderada por Negrín, nombrado presidente ese mismo mes, que era partidaria de continuar con la guerra con la ayuda de comunistas y la otra parte de los socialistas. En la mañana del 6 de marzo de 1939, poco después de la llamada de Casado, tres aviones partían hacia Francia con el último Gobierno constitucional de la Segunda República. La edición sevillana de ABC, en manos del bando nacional, titulaba: 'La zona roja se subleva contra Negrín y este huye a Toulouse acompañado de Álvarez del Vayo' . Y, dos días después, añadía: 'Según dicen los rojos de Miaja y Casado, han derrotado completamente a los rojos de Negrín y Stalin' . La población había contemplado horrorizada, en los últimos meses anteriores a la tragedia del 'Castillo de Olite', cómo los republicanos se mataban entre sí. Una especie de guerra civil dentro de la Guerra Civil. La cifra de muertos resultante nunca ha estado clara. Hay historiadores que las cifra en unos centenares, otros en 2.000 y no pocos en nada menos que 20.000 la escabechina que causaron los republicanos dentro de su mismo bando. Por eso, cuando el ABC de Sevilla publicó el siguiente titular el 7 de marzo de 1939, 'La flota roja huye de Cartagena' , a nadie pilló por sorpresa. El general franquista Rafael Barrionuevo había informado a sus superiores de que se había sublevado en la localidad murciana contra la República y que había tomado el control de la ciudad, pero que necesitaba fuerzas para conservarla. Franco, confiado ante esta información y de la delicada situación en que se encontraba el bando republicano, al llegarle la información de la buena marcha de la sublevación de Barrionuevo, organizó rápidamente la conocida como «Expedición sobre Cartagena». Fueron en total 30 buques de guerra. Su superioridad en aquel momento era tal que el futuro dictador no se imaginó ni por lo más remoto el golpe que iba a sufrir la mañana del 7 de marzo, cuando el 'Castillo de Olite', un buque mercante que había sido requisado por los franquistas en Gibraltar un año antes, se acercaba confiado al puerto de Cartagena. En sus bodegas, más de 2.000 soldados esperando ansiosos la entrada a la población, convencidos de que ya había sido conquistada por los sublevados, cuando el repentino silbido del primer proyectil les dejó petrificados. «Cuando ya está el barco tan cerca que se ven los rostros de los soldados, tira una batería costera y le alcanza en pleno puente. Hombres y pertrechos vuelan a 50 metros de altura. Casi simultáneamente suena un segundo cañonazo que también le alcanza en el puente, y por fin un tercero que hace explotar las calderas. Hombres, chapas, ametralladoras y hasta un cañón vuelan por los aires envueltos en una nube de ardiente vapor. El barco se hunde en un instante. El vocerío es aturdidor», describía un testigo citado en 'La España del siglo XX', de Manuel Tuñón de Lara. El balance de víctimas aún hoy resulta sobrecogedor: de los 2.112 hombres que viajaban a bordo del buque, 1.476 murieron y 342 resultaron heridos. Los otros 294 fueron hechos prisioneros. Nunca antes ni después en la historia de España habían fallecido tantos hombres en el ataque a un solo barco. El 'Castillo Olite' era solo uno de los 30 buques que formaba esta expedición, con una tripulación total de 25.000 marinos. Se preparó en menos de 48 horas, las que tardaron en zarpar los buques desde Castellón y Málaga, haciendo caso omiso del peligro que suponía atravesar una zona de más de 150 millas de costa enemiga sin ninguna protección. Cada embarcación iba por su cuenta sin saber realmente qué le esperaba a su llegada a la bocana del puerto. Los soldados embarcados en el 'Castillo Olite', la mayoría gallegos, creían que los franquistas habían finalizado con éxito la conquista de la ciudad, por lo que navegaban haciendo bromas, como si no hubiera ningún peligro, pero no era así. La Brigada 206, una unidad de élite de las fuerzas republicanas, había reconquistado la localidad y tomado las baterías de la costa que protegían el puerto. Al enterarse de que la sublevación de Barrionuevo había sido sofocada por el Ejército republicano, y de que los intentos de parte del convoy por desembarcar estaban resultando infructuosos, Franco dio la orden de cancelar la operación. El 'Castillo Olite', sin embargo, era un buque lento y sin comunicaciones que no pudo recibir la orden, por lo que continuó confiado hacia Cartagena, navegando feliz hacia su propia tumba. Cuando el buque apareció frente a la ciudad, los más de 2.000 soldados salieron a la cubierta para saludar a una población que creía que le estaba esperando con los brazos abiertos. Sabían que la guerra estaba llegando a su fin y no podían ocultar su alegría. Fue en ese momento cuando se vieron sorprendidos por los primeros proyectiles de la batería de la Parajola , apostada en los montes cercanos. Tres disparos fueron suficientes para sembrar el mar de cadáveres. La mayor parte de los marinos murieron ahogados en las bodegas, aunque otros muchos fueron víctimas de la explosión. Además, la mayoría no sabía nadar, aunque tampoco podrían haberlo hecho, porque muchos habían quedado con los miembros rotos o las piernas y los brazos amputados. Algunos afortunados sobrevivieron en un primer momento agarrados a los restos que flotaban sobre el agua, pero a continuación fueron tiroteados por los milicianos desde la costa.