Algo desproporcionado
En los años sesenta promover a España como destino turístico fue como hallar la gallina de los huevos de oro. Todo el mundo gustaba de moverse por el territorio nacional y así nacieron destinos como Benidorm, Marbella, Salou, Fuengirola, Torremolinos, Sitges, Mallorca, la Ibiza hippie y tantísimos otros sitios que comenzaron también a ser atractivos para los extranjeros. El efecto llamada no tardó en hacerse efectivo y todo el norte de Europa comenzó a venir, atraído por el sol, las playas, y la comida muy buena y barata; proliferaron los Paradores Nacionales y así todo ha ido rodando hasta nuestros días, siendo nuestro país uno de los más frecuentados, ingresando así las arcas del Estado unos cien mil millones anuales, poco más o menos, cantidad que sigue incrementándose año tras año. Pero, claro, todo ha de tener un equilibrio, una proporción que no lo lleve al precipicio, y es lo que está ocurriendo un poco en la isla de Mallorca. Los ferrys llegan incansablemente al puerto de Palma con cuatro mil personas cada uno, lo que produce una congestión en la ciudad rayana en lo insoportable. Las gentes se manifiestan exigiendo «prohibir los vuelos privados y reducir los vuelos comerciales, imponer una moratoria al turismo de cruceros y limitar la presencia de yates». Todo esto suponemos que está ya en vías de ser regulado, o ya en un cierto orden, pero la pregunta es si es posible restringirlo de una forma más eficaz. El turismo de cruceros quizá constituya el problema mayor, lo mismo que lo son en Ibiza los chárter que llegan por 24 horas, recogiendo al cabo de este tiempo los despojos de pasajeros que han dejado lo peor de sí mismos en la soñada isla. En el término medio está lo correcto pero hay veces que la codicia de los empresarios hosteleros ofusca a los responsables de que esto ocurra. La ciudad de Madrid es hoy en día referente mundial de turismo, de otro turismo, claro, pero todavía no se les ha ido de las manos a sus regidores. Será que no tiene mar…