Patricia González Mota, 'Peque' : «Hay compañeras que se retiran porque tienen que elegir entre comer o jugar»
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Bajo un sol de justicia y tras un par de bloques típicos de Villa de Vallecas se esconde una pista deportiva. Un campo de fútbol sala similar a tantos otros de Madrid, con una verja que delimita el perímetro y le da aspecto de jaula gigante y las habituales porterías rojas y blancas, sin red. Sólo el firme parece nuevo y la anfitriona de la entrevista lo confirma. Patricia González Mota , o Peque, como se la conoce en los pabellones dentro y fuera de España, llega puntual a la cita con ABC y recuerda que en sus tiempos era diferente, puro cemento que pelaba la piel en las caídas. Ahora, muchos años después, revive aquella época desde la perspectiva de la mejor jugadora del mundo. Un reconocimiento que había rozado antes en su carrera pero que ha logrado por fin siendo una figura fundamental de su deporte y con una mochila repleta de títulos y experiencias solo al alcance de los elegidos. -No me diga que fue aquí donde dio sus primeras patadas al balón... -Es la pista donde me enamoré del fútbol sala, en una época en la que era muy difícil encontrar un equipo totalmente femenino y con entrenadora. -Estamos en Vallecas. ¿Qué peso tiene este barrio en su vida? -La verdad es que lo he pisado poco porque me he movido mucho y he vivido en varios sitios de España, pero mi familia es vallecana. La mayoría vive aquí y lo llevo un poco en la sangre y creo que se nota en la pista. -Es raro que jugando aquí no acabase en el Rayo, un club que tuvo mucho peso en el deporte femenino. -Hice las pruebas y me aceptaron, pero ya me había enamorado de la pista y un deporte muy diferente. Aquí estás mucho más en contacto con el balón, siempre pasan cosas, y para mí era incomparable lo que sentía jugando al fútbol sala. Sí, tuve un escarceo con el fútbol, pero no funcionó. -¿Era de esas niñas que pasan más tiempo en la cancha que en casa? -Estaba todo el día en la calle. Mi madre me tenía que decir 'sube ya'. Hacía los deberes rápido y me iba a jugar, en el recreo siempre estaba jugando, en su mayoría con chicos, y después iba a entrenar. Y así fue mi infancia. -Cada vez es más normal ver a chicas jugando con chicos, pero en aquellos días todavía costaría. -Siempre que llegabas con el balón había una pequeña reticencia de los chicos, 'esta no sabe jugar', pero entrabas en pista y se acababa. He tenido suerte de que mi familia me ha servido de paraguas, porque mi padre siempre ha sido futbolero y siempre me ha acompañado, así que no he tenido problema. Es más, a mí el balón me ha ayudado mucho a hacer amigos. Y jugar en la calle aporta picardía y más sangre, porque aquí no había árbitro y tenías que buscarte las habichuelas. -También le daría algún problema. -Alguna asignatura me ha quedado y me han castigado sin jugar, pero mi padre me servía de compinche y siempre acababa yendo a los partidos. -¿De aquellas primeras pachangas surgió su primer equipo? -Me cambié de casa a Santa Eugenia, aquí al lado. Yo quería jugar y mis padres encontraron un equipo. Mi madre quería que fuera de chicas preferiblemente y vine aquí, hice amigas... Elena, nuestra entrenadora, era de esa gente que lleva el fútbol sala de manera altruista, y fue la que me lo enseñó todo y le estoy muy agradecida. -Fueron los cimientos para lo que llegaría después, la profesionalidad. -El primer equipo mínimamente profesional fue cuando salí de Madrid y me fui a La Rioja, pero el primero serio fue el Navalafuente, ahí ya empecé a escalar. De ahí a Majadahonda y, cuando descendió, tuve la oferta de Logroño donde ya tenía contrato, cobraba y la cosa se puso seria. Con 18 años salí de Madrid teniendo claro que quería ser profesional del fútbol sala, y todos los pasos que he dado en mi vida después han sido para ese objetivo. -¿Según avanzaba su carrera sentía que se acercaba a ese propósito? -Al final lo que he hecho es disfrutar el camino y luego ya he dicho 'uy, si puedo vivir de esto'. De hecho en Logroño no cobraba mucho, tenía que compaginarlo con un trabajo en Decathlon que nos conseguía el club para poder entrenar y jugar. -¿En esa nueva etapa profesional qué es lo que más le sorprendió? -Lo que me encontré en Burela, ya en sénior. Entrenábamos siete veces a la semana, tenía un salario que me permitía hacer solo eso, había una estructura de club grande en la que ya se veía que querían ser profesionales, y también encontré exigencias cuando antes era todo disfrute e ir sobreviviendo. Ahí ya podía dedicarme absolutamente a ello y cuidar cosas que antes no cuidaba como el cuerpo, el descanso y la alimentación. La vida del deportista es dura porque es 24/7 y la gente solo ve el ratito de pista, pero si quieres llegar bien al fin de semana, hay mucho trabajo detrás. -¿Cuando empezó a destacar volvió la tentación del fútbol? -Lo he pensado mil veces y ahora ya ni te cuento, pero bueno, nosotras por fin tenemos nuestro propio Mundial, así que la cosa ha cambiado. Simplemente porque empecé desde pequeña y he tenido la suerte de que mis padres nunca me han dicho por dónde tirar y me han dejado ir probando, me enamoré del fútbol sala. Probé el fútbol, sí, pero es que para mí el mío es el mejor deporte del mundo. Y sí, me da de comer, pero al final lo hago porque lo disfruto. Dedicarte a lo que te gusta es una gozada. -¿Qué tiene el fútbol sala que lo haga mejor que el fútbol? -¡Qué es lo que no tiene! No tiene seguimiento pero el resto… Es un deporte rápido, entras en contacto con el balón cada veinte segundos, no hay una jugada que dure muchísimo, hay muchas finalizaciones... Es pura pasión. -Escuchándola hablar parece idílico, pero como todo deporte profesional le habrá supuesto sacrificios. -Sobretodo que salí de Madrid a los 18 y he vuelto este año para jugar en el Arriva Alcorcón. La mitad de mi vida he estado fuera y eso conlleva perderte cumpleaños, comidas familiares, amigos… A mí lo que más me ha costado es ver crecer a mi sobrino por videollamadas. Un gran sacrificio personal, y en el femenino todavía peor. Yo he tenido la suerte de poder dedicarme a esto pero no es lo normal. Hay muchas jugadoras que se retiran con 28 años estando muy bien porque tienen que elegir entre comer o jugar. -Volvamos a la parte dulce. -Lo mejor de mi carrera realmente es jugar. Si lo voy poniendo en escala, entrenar me gusta, jugar partidos también, jugar finales es la leche, pero ya la celebración con las compañeras… Me quedo con esos momentos. Cuando hay mucho trabajo detrás, sacrificio, momentos malos… y te juntas con ellas, la cervecita sabe diferente. -¿Qué siente aquella niña que jugaba aquí cuando se pone la camiseta y el brazalete de España? -Es un orgullo porque cuando empecé eso no existía y lo he visto crearse. Poder llevar el brazalete en un Europeo es otro rollo. Tiene mucha exigencia detrás, porque al final estar en la selección es mucha responsabilidad, pero es un sueño de pequeñita que he ido viendo crecer y que lo he conseguido, así que se siente muy bien. -Ahora, con 37 años, le llega por fin este galardón individual. -Me lo he tomado como un reconocimiento a tantos kilómetros en las piernas. Llevo muchos años en el 40x20 y que te otorguen esto desde el mundo del fútbol sala lo veo como un reconocimiento a mi carrera. Pero estos premios no tienen sentido porque si yo soy lo que soy es por el equipo en el que estaba y las compañeras que tenía al lado, Cilene en Burela o Anita Luján en la selección. Con ellas todo es más fácil, te hacen ser mejor y tener una exigencia más alta. Si me han premiado a mí es porque mis compañeras me han hecho mejor. -¿Quién le da la noticia? -Me enteré por un whatsapp de Óscar García, director de comunicación del fútbol sala en la Federación. No suelo coger el móvil por las mañanas porque me encanta dormir, pero ese día me resultó raro que me sonase un mensaje tan pronto y lo vi, y a partir de ahí ya fueron mensajes de todo el mundo. Antes hubo un microsegundo que pensé que era un vacile. -Sucede a la brasileña Amandinha, que ganó este premio ocho veces. Había quien decía que además de ser muy buena tenía mucho marketing detrás. ¿Usted ha trabajado esto? -Al final yo era capitana en Burela, que ganó todos los títulos, la selección volvió a ganar un Europeo cuando parecía que Portugal nos superaba, y se suele ir a las cabezas visibles. Si no hubiese estado ahí, no me lo habría llevado, porque no soy la mejor en nada. No soy la que más fuerte tira ni la que más corre. Es de agradecer que estos premios existan, porque dan una visibilidad muy importante, pero queda mucho por hacer. Sobre todo que FIFA y UEFA se metan con el fútbol sala de manera seria. -El galardón llega con algo de retraso, porque premia su año 2022, pero en el fútbol sala estas cosas pasan. -Por desgracia estamos acostumbradas. Yo me quejo constantemente y algún palito me llevo por eso, pero ser cabeza visible me da el poder decir que nuestro deporte no va tan rápido como debería. El crecimiento del fútbol femenino nos está haciendo más daño de lo que nos está favoreciendo, y creo que somos un deporte maltratado. Al final al fútbol sala jugamos todos, es lo bueno que tiene, pero no goza del seguimiento federativo, desde las altas instancias, que debería. -¿Ve el premio como una guinda a su carrera o queda mucho por hacer? -Claro que quiero más. ¡El Mundial! El primer objetivo es estar en la lista, porque el nivel aquí está creciendo y es complicado, y que lo gane España. Yo a Filipinas voy a ir seguro, estoy ahorrando para el billete por si acaso. -Hay cierto malestar con la FIFA por llevarse el primer Mundial femenino de la historia tan lejos. -Yo creo que se debería haber premiado a una federación que hubiese luchado más por el fútbol sala, pero son decisiones de arriba que se nos van de las manos. Ya tenemos lugar, que es lo importante, y ahora nos queda fecha, clasificarnos, estar en la lista y ganar. -No se puede esperar menos de la selección que ha conquistado los tres Europeos oficiales hasta la fecha. -España siempre va como favorita. Es una de las exigencias que tenemos cuando vestimos esa camiseta y el Mundial no va a ser diferente. -Ganar le daría además un empujón a su deporte. -Ojalá. Ya solo el que se celebre, que ya era hora después del décimo masculino, debería dar un impulso. Pero lo he escuchado tantas veces antes de otros torneos que tengo mis dudas. -No se puede cerrar esta entrevista sin preguntarle por su apodo. -Mi nombre es muy común y en mi grupo de amigas fuera del fútbol sala había tres Patricias más. Como yo era la más pequeña y la que menos se iba a quejar me pusieron Pitu. Fiché por el Futsi, entonces Encofra Navalcarnero, y ya había otra Pitu, dos años mayor que yo. Así que me quedé con Peque porque no iban a pensar mucho más y hasta ahora. Como curiosidad, de cuando jugaba aquí, en el Distrito 31, tengo una placa que pone Pitu y otra que pone Peque. Así que ha ido cambiando pero siempre significaba lo mismo: metro cincuenta a ras. -Hay quien dice que este tipo de alias restan seriedad al fútbol sala... -Estos motes lo que te hacen ver es que es un deporte que practicamos todos. Cuando alguien queda con sus colegas para una pachanga no va a un campo de fútbol 11, juega al fútbol sala. El problema de mi deporte es que no se le trata con la seriedad con la que se debería porque existe la comparación con el fútbol. Creo que ir bajo el paraguas o detrás del fútbol nos perjudica, pero no creo que sea por los motes porque molan muchísimo. -Lo que está claro es que dan mucho juego. Fíjese que se puede decir que a día de hoy Peque es la más grande del fútbol sala mundial. -Es un buen titular y queda bien, pero al final solo es una anécdota más.