Patriotas por Europa, el bloque de Orbán en el Europarlamento, es otra victoria pírrica de la extrema derecha
“Victoria en la derrota, no hay triunfo mayor”, escribió Robert A. Heinlein, sobre los héroes anónimos que nunca se rinden, en su novela Forastero en tierra extraña. A los partidos de extrema derecha les gusta presentarse como héroes anónimos, pero en las últimas semanas han sido derrotados con una serie de victorias pírricas, incapaces de transformar en un poder político concreto el apoyo récord obtenido en las elecciones de la Unión Europea, de Francia y del Reino Unido.
El mejor ejemplo es Jordan Bardella, el “chico de oro” ungido por Marine Le Pen y presentado por gran parte de los medios como prácticamente infalible. Bardella llevó a la Agrupación Nacional (RN, por sus siglas en francés) a nuevos máximos en las elecciones al Parlamento europeo del 9 de junio —en la que su partido obtuvo ocho puntos porcentuales más que en 2019— y en las recientes legislativas francesas, cuando la formación pasó del 18,7 obtenido en 2022 al 33,2%.
Y sin embargo, en vez de recibir el encargo de primer ministro de Francia, Bardella es nombrado presidente del grupo nuevos Patriotas por Europa de Viktor Orbán (PfE, por sus siglas en inglés), uno de los tres bloques de la extrema derecha dentro del Parlamento Europeo. Los otros dos bloques son los formados por Conservadores y Reformistas Europeos (ECR, por sus siglas en inglés), liderados por los Hermanos de Italia de Giorgia Meloni; y el grupo más pequeño y extremista Europa de las Naciones Soberanas, anunciado este miércoles por la formación ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán).
Oficialmente, el PfE es un bloque nuevo que ocupa el tercer lugar en el Parlamento Europeo. Pero lo cierto es que la mayor parte de sus componentes son los de Identidad y Democracia, el antiguo bloque de extrema derecha en el que el RN de Le Pen era el actor principal. La novedad principal es la incorporación en el nuevo grupo del partido Fidesz, de Orbán. Aparte de algunas otros añadidos y salidas, las únicas sorpresas son la llegada del español Vox y de Acción de Ciudadanos Descontentos [ANO, por sus siglas en checo], liderado por el ex primer ministro checo Andrej Babiš.
Por el momento, Orbán no ha logrado incluir en el PfE a otros aliados, como el primer ministro eslovaco Robert Fico; o como el ex primer ministro esloveno, Janez Janša. En consecuencia, el nuevo grupo sólo cuenta con un jefe de gobierno entre sus miembros, el propio Orbán, aunque otros podrían unirse a él en torno a la mesa del Consejo Europeo en los próximos años. A Orbán le interesa menos el Parlamento Europeo que el Consejo, donde se toman las decisiones y donde necesita un aliado para resistirse a las sanciones de la Unión Europea contra Hungría.
Muchas razones explican las dificultades de la colaboración internacional entre partidos de extrema derecha, como la volatilidad de las formaciones, el extremismo ideológico, las consideraciones estratégicas o los enfrentamientos personales. Pero son factores dinámicos que han ido cambiando con el avance, lento pero constante, de una extrema derecha que ha salido de los márgenes para integrar el escenario principal de la política europea.
En los años 80, la mala relación personal entre Jean-Marie Le Pen, entonces líder del Frente Nacional, y Jörg Haider, del Partido Liberal Austriaco, dificultó su colaboración en Europa. Pero en aquella época la extrema derecha estaba condenada al ostracismo político y sus políticos aún no habían aprendido a ceder para obtener beneficios políticos. En la actualidad, muchos líderes de extrema derecha integran coaliciones de gobierno, o aspiran a hacerlo, y han aprendido que para conseguir unas cosas hay que transigir en otras. Por eso, aunque no haya una amistad íntima entre Le Pen, Meloni y Orbán, ningún rencor personal impide la cooperación política en el futuro.
En su mayor parte, la entrada y salida de partidos demasiado inestables también es cosa del pasado. El Parlamento Europeo lleva décadas con un núcleo firme de formaciones de extrema derecha. De la misma manera, en Bruselas hay un núcleo firme de eurodiputados de extrema derecha participando desde hace años en la política europea, haciendo relaciones personales y ganando experiencia política.
Es verdad que las cosas se complican cuando hay extremismos ideológicos, sobre todo si son nacionalismos enfrentados. Un ejemplo es la división que en 2007 se produjo en el bloque de extrema derecha Identidad, Tradición, Soberanía tras los comentarios antirrumanos de un eurodiputado italiano. Más reciente es el rechazo de Fidesz a incorporarse al ECR con el argumento de que el bloque liderado por Meloni incluía a un partido “antihúngaro extremo” [en referencia a la formación de extrema derecha Alianza por la Unión de los Rumanos]. Claro que en los dos casos había otras razones en juego, como la feroz resistencia que dentro del ECR hay contra Fidesz.
La división por las posturas prorrusas
Gran parte de esa resistencia tiene su origen en las posturas prorrusas de Orbán, pero las cuestiones ideológicas no terminan de explicar las alianzas. Al bloque ECR, que incluye al partido polaco Ley y Justicia (PiS, por sus siglas en polaco), le encanta presentarse como la extrema derecha pro-Ucrania y presumir de su vehemente oposición a Putin. Sin embargo fue el propio PiS polaco el que apoyó la entrada de Fidesz en el ECR, y el que después negoció con Orbán una posible adhesión del PiS al PfE. Al final, si el PiS se queda en el ECR es por motivos pragmáticos, más que ideológicos, tras negociar con Meloni el reparto de cargos dentro del bloque.
Antes que ideológico, organizativo o personal, el principal escollo para la colaboración de la extrema derecha es estratégico. Por lo general, los partidos de extrema derecha han usado la colaboración internacional como una forma de luchar contra el aislamiento dentro de sus países. Les ha servido para demostrar que internacionalmente no están solos, o que partidos que en otros países se han vuelto de masas buscan la colaboración con ellos. En gran parte, el debate sobre Rusia y Ucrania es de estrategia antes que de ideología, ya que la política exterior es una preocupación secundaria para la mayoría de formaciones de extrema derecha.
Para los partidos de extrema derecha que están tratando de formar parte de la corriente política dominante, como es el caso de los Demócratas Suecos, el fuerte estigma internacional vinculado a formaciones como AfD, Fidesz y RN es un obstáculo para la colaboración internacional. No es así para los que todavía están lejos, como el partido de extrema derecha portugués Chega; y tampoco para los que ya lograron entrar, como La Liga, en Italia.
Al final, la creación del bloque Patriotas por Europa (y en menor medida, la más reciente creación del bloque Europa de las Naciones Soberanas) contribuirá a que la extrema derecha crezca como una de las principales corrientes políticas de la Unión Europea. Tirarán aun más hacia la derecha al Partido Popular Europeo, el bloque con mayor número de diputados dentro del Parlamento, en temas como el Pacto Verde Europeo y la inmigración, y lo llevarán hacia una postura más conciliadora con el bloque ECR.
En otras palabras, la extrema derecha sigue su avance. Aunque no sea a la velocidad del rayo que suelen proclamar los medios y la propia extrema derecha, sigue siendo un avance.
Eso no quita que lo conseguido con la creación del bloque Patriotas por Europa de Orbán sea otra victoria pírrica. Es cierto que se trata del mayor bloque de extrema derecha que jamás ha habido en el Parlamento Europeo. Pero también es verdad que está casi completamente condenado al ostracismo, excluido de las comisiones por un “cordón sanitario” de los partidos pro-Unión Europea.
*Cas Mudde es profesor Stanley Wade Shelton UGAF de Asuntos Internacionales en la Universidad de Georgia, y autor del libro La ultraderecha hoy.
Traducción de Francisco de Zárate