La bala que impulsó a Trump
La sociedad estadounidense nuevamente vive un convulso episodio que dejará afectaciones en la arena social y política, después de que un joven de 20 años intentara asesinar a Donald Trump, tras dispararle desde un tejado.
Aunque dentro de la historia de Estados Unidos la lista es larga en cuanto a presidentes o candidatos que intentaron o lograron asesinar, fue en 1981 con el también republicano, Ronald Reagan, cuando se dio el último de estos episodios. Reagan fue tiroteado en Washington DC por John Hinckley, después de un mitin, a quien declararon no culpable por demencia.
Antes, fueron asesinados los presidentes en turno, Abraham Lincoln en 1865; James Garfield en 1881; William McKinley en 1901, y John F. Kennedy en 1963. Este último fue el único demócrata en correr con este desafortunado destino. A quien también intentaron asesinar sin lograrlo, fue a Franklin D. Roosevelt, ya siendo candidato electo en 1933, o bien, a Harry Truman en 1950.
Después del ataque a Reagan, pasaron otros 33 años para que nuevamente un soldado de la locura y el radicalismo buscara interferir en la contienda electoral. Su intención era dejar fuera al polémico expresidente, Donald Trump. No obstante, su falta de puntería consiguió totalmente lo contrario, catapultarlo en el escenario electoral rumbo a las presidenciales del próximo 5 de noviembre.
La bala que disparó Thomas Matthew Crooks, y que hizo contacto en la oreja del candidato republicano y no en su cerebro, como pretendía, sirvió para que de forma instintiva y automática naciera una imagen perfecta, electoralmente hablando, y que, ni al mejor publicista se le hubiera ocurrido una imagen de tal calado: un candidato incorporándose sobre por su propio pie, retando al adverso destino, con el puño levantado, mientras arriba de su ser y de quienes lo protegían, ondeaba la bandera estadounidense ante una multitud sorprendida y en ira.
Inmediatamente, todos nos preguntamos cómo iba a impactar este hecho en las preferencias electorales, sobre todo después de ver a su oponente, el demócrata Joe Biden, de capa caída ante las sistemáticas pifias, confusiones y falta de fuerza en su campaña. Unos creen que este episodio contra Trump quitó la mirada hacia los deslices de Biden, lo que le permitirá replantear estrategias para reconfigurarse y tomar nuevos bríos.
Todo apunta a que sucederá lo contrario, y es que un nuevo huracán marcó la contienda, fortaleciendo la candidatura de Donald Trump. Después del atentado, los reflectores le seguirán como producto de rating. Pretenderá amalgamar al electorado indeciso a su favor, tirando de la teoría del miedo y de la crisis que se vive en Estados Unidos y el mundo. Lo que le sucedió será la bandera que buscará reposicionarlo definitivamente hacia un segundo mandato.
No obstante, esta paradoja de las circunstancias puede ser revertida si el Partido Demócrata y el presidente Joe Biden entienden que ahora la suerte está con Trump, y que la única manera de detenerlo es enfrentarlo a alguien con la capacidad y fuerza suficientes. Por más que cuiden los discursos, las formas y los momentos de Biden ante los suyos, la imagen de debilidad que arrastra es ya inamovible. Su fragilidad es tan abrumadora que no hay margen de movimiento.
El electorado será alertado por los republicanos de un país bajo “miedo” y “amenaza”, por lo que desearán ver en la oposición a alguien que genere certeza y seguridad. Votarán por quien les ofrezca convicciones a corto, mediano y largo plazo. Y lamentablemente, Joe Biden está dejando el triunfo en charola de plata a Donald Trump ante la idea de que Estados Unidos se encuentra inseguro bajo el actual gobierno.
Preocupa que llegue a la presidencia el magnate neoyorquino, porque estamos ante un mundo absorbido por problemas que requieren el multilateralismo y consenso para ser resueltos y no del autoritarismo e imposición. Trump ha demostrado seguir empeñado en romper los hilos de las leyes, de las relaciones internacionales y de los derechos humanos. Emplea discursos incendiarios e ideologizados, que benefician a sociedades bajo regímenes autoritarios.
Una muestra de ello es su recién elegido compañero de fórmula para la vicepresidencia, el senador por Ohio, JD Vance. Hace varios meses, vi la famosa película en Netflix, Hilbill, con guion de Vanessa Taylor y dirigida por Ron Howard. Esta “elegía rural” cuenta la vida precisamente de Vance a partir de un libro autobiográfico que se convirtió en best-seller del New York Times.
Uno queda extasiado con los esfuerzos que tuvo que hacer un joven Vance, junto con su abuela, para salir adelante. Más allá de esa estereotípica historia estadounidense, que hemos visto mil veces bajo otros protagonistas, existe otra realidad de quién es el verdadero JD Vance.
En su primera etapa como político destacado en las élites estadounidenses, Vance dijo de Trump ser un “Hitler estadounidense”, pero poco a poco se fue reconvirtiendo a la ideología trumpiana. En la actualidad, es un recalcitrante conservador que no cree en el cambio climático o dicta discursos de odio sobre los migrantes; rechaza las excepciones a las restricciones del aborto, o bien, cuestiona el apoyo militar a Ucrania. Los demócratas aún están a tiempo para revertir un fenómeno electoral que puede otorgarle mayorías absolutas a un personaje que llegará con sed de venganza y resentimiento.