Un palacio sobre el mar: la futurista casa de baños con raíles de Alfonso XIII en San Sebastián
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Una nave espacial. Eso es lo que debía parecerle al pequeño Alfonso XIII aquel palacete que se desplazaba por raíles hasta el mar y se quedaba flotando sobre las aguas de La Concha. El joven Monarca alucinaba con aquella construcción cuando llegaba a San Sebastián, cada verano, junto a su madre, la Reina María Cristina. Era como viajar al futuro, aunque el lujoso e insólito habitáculo hubiera sido fabricado a mediados del siglo XIX. Y esta es su historia... En su forma más primitiva, la conocida Caseta Real de Baños era un sencillo y pequeño cajón con ruedas que se fabricó en 1830 para que el Infante Don Francisco de Paula se diera sus chapuzones lejos de las miradas de los vecinos. «Un carrito», lo describía la prensa, pero la cosa se desmadró y la intimidad dio paso a la ostentación. Así llegó el primer modelo con raíles, erigido en 1845 para Isabel II . ¡Aquello era otra cosa! Un gran pabellón con un elegante tejado, diez ventanas, varias habitaciones, un despacho y una terraza con vistas al mar remolcado con sogas. La Reina solía bañarse a la una del mediodía a la vista de un público numeroso, vigilada por ocho socorristas y tres mujeres de su confianza. Todas las piezas se traían cada año desde El Ferrol, salvo los raíles, proporcionados por la Compañía de Ferrocarriles del Norte. Los trabajos de montaje eran dignos de ver y los observaba con placer la propia Soberana, que descendía a conversar con operarios y vecinos sin ninguna seguridad. Cosas de otra época. Gracias a ella, San Sebastián se puso de moda como destino turístico de la burguesía. Aparecieron los primeros sombreros canotier, los bigotes afilados y los trajes de baño sobrados de tela que dejaban todo a la imaginación. También los bailes y los vendedores ambulantes, que gritaban en la arena: «¡Barquillos de canela y miel, que son ricos para la piel». Y más casetas, muchas más, con sus toldos a rayas. En 1887, la Reina María Cristina ordenó construir una más grande, más bonita, más moderna… faltaría más. El edificio estaba rodeado por una amplia terraza sobre el mar, montada sobre raíles deslizantes de 60 metros de longitud que subían y bajaban el palacete con una máquina de vapor según el nivel de la marea. En 1891, 'La Iberia' informaba de un accidente: «Después del baño, vestida ya Su Majestad, se quiso subir la caseta, pero una rueda de la máquina enganchó al maquinista y le destrozó la pierna en sus partes blandas. Es decir, se la mondó». Tres años después, cuando Alfonso XIII tenía ocho años, la Reina Regente estrenó una nueva caseta. La última antes de que, en 1911, el Rey de España la sustituyera por un lujoso edificio de mármol. Y con él se fueron para siempre los motores, los raíles, el futuro y la infancia.