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Июль
2024

La sofisticación de los espías al servicio de Isabel I

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La configuración histórica de listas, del aséptico ordenamiento de los nombres que pertenecen a la categoría de algo, siempre ha adquirido una dimensión inferior al hecho mismo de integrarlas. No se trataba tanto del proceso de elaboración sino de los nombres que aparecían en ellas. Esta infundada idea victoriana de que agruparlos servía para definirlos. Listas de fusilados, listas de desaparecidos, listas de perseguidos por la justicia, listas de embajadores, listas de personas amenazadas, listas de invitados, listas ideológicas o incluso listas de falsos empleados de una fábrica regida por un capitalista nazi con remordimientos heredados en la que si aparecía tu nombre siendo judío podías conseguir escapar de la muerte y hasta protagonizar el título de una película de Spielberg.

La última encontrada por el historiador Stephen Alford agrupa y define, en efecto, pero se aleja del carácter plúmbeo de este tipo de ejercicios de regulación para sumergirse de lleno en un mundo significativamente más apasionante que el de los forajidos, los ricos o los ausentes: los espías ingleses. Después de permanecer durante más de un siglo intacta en el corazón de los Archivos Nacionales del Reino Unido, una lista encabezada con el título "Los nombres de los agentes de inteligencia", ha servido ahora para reconstruir el expediente secreto de Robert Cecil, el jefe de espías de Isabel I y artífice de una amplísima red oculta de espías secretos en lo que se ha venido a interpretar como el primer Servicio de Inteligencia inglés.

Todos somos víctimas de los imaginarios colectivos propiciados por el cine y si lo primero que se le viene a la cabeza cuando piensa en redes de espionaje secretas es la figura de James Bond, no se preocupe porque lejos de señalarle con paternalismo le abrazaremos para decirle que su referencia no va en absoluto desencaminada. Y es que una de las cosas que llama poderosamente la atención de la mencionada lista es la sofisticación presentada por los perfiles que la constituyen. La mayoría de los espías del siglo XVI trabajaban para cortesanos y normalmente eran, tal y como subraya el propio Alford "un grupo de pícaros", que aparecían al azar y ofrecían información de manera voluntaria según las necesidades.

En cambio los agentes de inteligencia de esta lista eran diferentes: "Individuos serios, muchos de ellos comerciantes internacionales, que estaban en nómina", remarca el historiador en un artículo de The Guardian. Anteriormente, los investigadores pensaban que Cecil, cuyo papel oficial era el de secretario de Estado de la reina, tenía "unos cuantos espías, aquí y allá". Pero la investigación de Alford demuestra una magnitud mucho mayor y constata que tenía una red organizada de más de 20 espías, en ciudades como Lisboa, Calais, Bruselas, Sevilla, Roma, Ámsterdam, Escocia, Suecia y otros lugares no especificados. "Eligió a los comerciantes porque viajan, saben leer y escribir, hablan idiomas y tienen sus propias redes. Cecil dirigía un sistema bien financiado y organizado, y eso marca una enorme diferencia en su capacidad para operar políticamente: le proporciona información precisa, no noticias al azar ni chismes", apostilla. Vamos, que a estos Daniel Craig isabelinos de la Reina Virgen solo les faltaba pedirse un Vesper Martini en sus misiones para encarnar el estereotipo perfecto.