Jauja, el país de los bienaventurados
“Es el caso que un navío / del capitán don Fernando, / ha descubierto una isla / cuyos grandiosos espacios / o son jardines de Venus / o son pensiles de Baco. / allí todo es pasatiempo, / salud, contento y regalos, / alegría y regocijos, / placeres gozos y aplausos. / Viven allí comúnmente, / lo menos seiscientos años / sin hacerse jamás viejos / y mueren de risa al cabo.” Así dice un poema que se origina tras la edad de la conquista y recupera un antiguo tópico en la historia de la literatura y de las utopías. Se trata del país de Jauja, situado al poniente, al principio en España y luego en América. Es esa tierra ideal e imaginaria en la que se recoge el viejo tópico grecorromano de la isla de los bienaventurados y se mezcla con el motivo celta de la isla de Brendan, un paraíso que en el medievo se llena de glotones y bebedores, que se sacian de forma milagrosa. Es antiguo y universal el cuento de una isla que a veces es móvil, como la griega de Delos o como la Buyán de los cuentos esclavos, y otras resulta ser un monstruo marino. Suele estar marcada por rasgos paradisíacos, por supuesto, como galardón de trasfondo religioso o aventurero . A partir del siglo XIII, el tema se contamina especialmente con las ideas del otoño de la edad media, en cuanto a desenfreno carnavalesco, libertad sexual, holgazanería y alimentación espontánea que se ven en el llamado “reino de Cucaña”, presente en varios poemas anónimos, y que suele estar localizado en el ámbito del poniente hispano. Y si tras la influencia de los recuentos de viajes fantásticos como los de Marco Polo y Mandeville también hay ecos de oriente en esas ideas, con la era de los descubrimientos en las Indias, el tópico se reelabora en la imaginación popular y sigue extendiéndose más lejos al occidente, para pasar a ser la isla de la Chacona o la isla de Jauja, conocida, sobre todo, por su riqueza sin par, entre banquetes y torrentes de oro.
Claro que la Jauja real, Xauxa en su grafía antigua, no es mítica. Hay una localidad perteneciente al municipio de Lucena, en la provincia de Córdoba, fundada en el medievo por los árabes, a cuya lengua remite el étimo que indica una suerte de portillo. Pero pronto vendrá la otra Jauja, de más aura legendaria, en América: fue fundada en 1534 por Francisco Pizarro para ser la capital de los territorios conquistados en Perú. Allí se concentraron grandes riquezas y bienes acumulados por los conquistadores, que fueron enviados periódicamente a España, lo que le dio una enorme fama como lugar opulento y legendario, en paralelo al mítico País de Cucaña. Pronto Jauja devino una ínsula utópica en el imaginario hispano, en poesías y romances como La isla de Jauja, del que tenemos versiones diversas, desde el siglo XVII al XIX, en pliegos de cordel. Hay también un entremés de Lope de Rueda, la La tierra de Jauja (1547), que recoge el tópico de ”un lugar en donde pagan a los hombres por dormir”, “una tierra en donde azotan a los hombres que se empeñan en trabajar”, “las hojas son de pan fino, y los frutos de estos árboles son de buñuelos, y caen en el río de la miel, y ellos mismos están diciendo: ‘máscame, máscame’.”
Pensamos en el interesante camino de esta idea entre la Edad Media y el Renacimiento. Hay un reflejo pictórico de estas ideas en los pintores flamencos como El Bosco, Brueghelm Jordaens o Steen, que muestran una suerte de dionisismo medieval, inspirando el tema de Jauja en el continuo carnaval del “homo ludens”. El asunto, desde lo puramente oral o alimenticio, pasará a desembocar también en lo político y en lo filosófico en las diversas utopías del renacimiento de raigambre clásica, empezando por la famosísima de Moro. Por eso aparece una cierta insularización de Jauja y otros lugares, con el tópico de la ínsula o las islas felices donde, como en la Edad de Oro de Hesíodo, los poetas latinos o Don Quijote, se habrá alcanzar la felicidad completa. El discurso a los cabreros y el episodio de la Ínsula Barataria, que son objeto de otras reflexiones en estas páginas, recogen parte de esta tradición.
Otras derivacionesz –acaso algo más codiciosas–, se ven en los rumores sobre el país que se busca en las Américas, sobre todo en el Perú conseguido por el citado Pizarro y los Trece de la Fama, y que Belalcázar identifica con “una tierra que se dice El Dorado y Pasquies”. Y es que el oro también es un elemento clave de este país de Jauja: “Hay en cada casa un huerto / de oro y plata fabricado, / que es prodigio lo que abunda / en riquezas y regalos…”. Pero, como sigue diciendo ese romance de Jauja, en su versión decimonónica de cordel, no pueden faltar en la utopía hispana el vino y el queso que acaban de perfilar ese paraíso soñado: “Hay un mar de vino tinto / y otro de San Martín, blanco, / los ríos de malvasía, / de vino moscatel cuatro; / de garnacha tres arroyos, / de limonada diez charcos...” “De queso una gran montaña, / de mantecadas un campo, / de manjar blanco una dehesa / y de cuajada un barranco….” , En suma, la tierra de Jauja se configurará así como un “locus amoenus”, entre infantil y utópico, entre político y áureo, que marca hondamente el imaginario de la geografía mítica hispana entre el Medievo y el Renacimiento, como he querido evocar aquí.