Agitadores
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Manaba de ellos un no sé qué esquivo y algo ladino. Reptaban largatijos allá en los pasillos de la facultad, acaso bisbiseando conjuros revolucionarios, acaso cuchicheando los secretos de su secta. Pedían permiso al profesor, irrumpían en el aula y, entonces, nos enchufaban un sermón mareante, una turra plagada de grandilocuencia, pompa y grasa. Mientras discurseaban posaban como un Lenin de saldo. Y siempre con la mueca del enfado permanente dibujada sobre la faz, que es la marca del profesional del resentimiento. Los revolucionarios ochenteros de nuestras facultades mucho sentido del humor no gastaban. Creo que ahora tampoco . Es curioso, pero se diría que la revolución roja y la ironía más básica se repelen. Por algo será. Uno de... Ver Más