Molina... nuestro Gabriel
Temprano, al amanecer, supe qué falleció, y sentí el dolor de una pedrada en la cabeza, un duro golpe que puso frente a mí su imagen imborrable, aquel mulato alto, flaco, elegante, con su mirada penetrante, afilada desde detrás de sus lentes, y aquella infaltable sonrisa, que matizaba el momento: casi siempre con un sesgo de ironía o picardía… porque él si sabía, traía la última, imaginaba lo que estábamos pensando o a punto de preguntarle.
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