Un Día 1 de Trump que promete revoltura
Las amenazas para el 20 de enero de 2025 acercan un inicio de mandato de la segunda temporada de Donald Trump en la Casa Blanca con celebraciones de su equipo y la fanaticada extrema que le sigue, pero con caras de preocupación, incertidumbre, amargura, angustia o miedo dentro de Estados Unidos o en sedes de gobierno foráneas.
Más de una vez ha repetido que en su «agenda del primer día» tiene apuntado como prioridad de inmediata ejecución el cierre de la frontera sur a la migración y más aún, la frase se hizo constante en prácticamente todos sus mítines de campaña y declaraciones: “El primer día lanzaré el mayor programa de deportación en la historia de Estados Unidos”. Expulsiones masivas de los indocumentados que mantienen en vilo a millones que llegaron tras «el sueño americano».
También ha dicho que acabará con los dos grandes conflictos bélicos —Israel y Ucrania—que se han ido complicando día a día en la administración Biden, al punto de transformarse en peligros regionales o globales. Pero no ha dicho el cómo…
Ahora, la más reciente de sus advertencias, publicada en su red Thuth Social, va contra «amigos» y «enemigos» y ocurre en un frente donde ya puso toda su experticia empresarial durante su primer mandato: los enfrentamientos o guerras económicas. Este lunes, el presidente electo habló de una orden ejecutiva de primer día, ratificando el advenimiento de la autocracia como forma de gobierno: impondrá nuevos aranceles a los productos de Canadá, México y China.
Los aranceles del 25 por ciento serán para todos los productos canadienses y mexicanos, los socios de Estados Unidos según el Tratado de Libre Comercio de América del Norte que data de 1994 y que el propio Trump durante su primera presidencia impulsó una renegociación bajo el título de Tratado México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), el cual entró el vigor el 1 de julio de 2018 y que de acuerdo con su articulado debe renovarse en 2026 por otros 16 años.
Sin embargo, todo parece indicar que Trump no está muy dispuesto a darle estabilidad a las políticas comerciales y de protección de inversiones, propósitos de ese tratado que pudieran ponerse entre signos de interrogación para el Washington bajo la égida del mandatario reciclado, cuando se supone que un tratado es para ganar en certidumbre de que las reglas acordadas se cumplirán y debe ser un motor paa el crecimiento y el desarrollo.
La presidenta Claudia Sheinbaum lo señaló claro, «A un arancel, vendrá otro en respuesta», con amenazas y aranceles EE. UU. no se atienden el fenómeno migratorio ni el consumo de drogas, «se requiere de cooperación y entendimiento recíproco a estos grandes desafíos».
Tan xenófoba, racista y prepotente como el propio Trump fue la respuesta sumisa del jefe de gobierno de Ontario, la provincia más industrial de Canadá cuando dijo que ellos protegían la frontera, con la apostilla injuriosa para la nación latinoamericana: «Compararnos con México es lo más insultante que nunca he escuchado por parte de nuestros amigos (estadounidenses)». Doug Ford ha propuesto que México sea expulsado del T-MEC.
En cuanto a China la declaración de Trump dispone de un agrego del 10 por ciento a todos los aranceles que ya le había impuesto durante su primera temporada en la mansión ejecutiva, los que podrían elevarse hasta el 60 por ciento.
Una mirada miope porque se transformara en inflación para el ciudadano estadounidense, cuando el «made in China», sello que prevalece en miles de productos que inundan el mercado estadounidense suba de precio y no son pocos los provenientes de sus vecinos norteño y sureño, pues haciendo memoria aquel enfrentamiento comercial impuso cargas al acero y al aluminio.
Para explicar los gravámenes sacó a relucir, en este noviembre previo a su asunción, los mismos argumentos de su anterior mandato: «Miles de personas están llegando a México y Canadá, trayendo crimen y drogas a niveles nunca antes vistos», escribió ahora, especificando que los aranceles para sus vecinos más cercanos se mantendrán «hasta que las drogas, en particular el fentanilo, y todos los inmigrantes ilegales detengan esta invasión de nuestro país» porque ellos «tienen el derecho y el poder absolutos para resolver fácilmente este problema que lleva latente desde hace mucho tiempo».
Con China, a la que acusa de producir el opioide sintético, aunque el gigante asiático lo prohibió en 2010, revivirá la guerra comercial mediante la cual intentó frenar su indetenible desarrollo cercando su acceso a la alta tecnología estadounidense y a las inversiones extranjeras que al decir de Trump implicaban a la seguridad, además de acusar a Beijing de prácticas comerciales desleales. Aunque si alguien juega sucio en este asunto es precisamente la visión trumpiana con la aplicación de sanciones a diestra y siniestra con tal de prevalecer a cualquier precio sobre el resto del mundo.
Porque ese es el trasfondo, el temor cierto de perder la posición de principal economía del mundo, que cada vez más aceleradamente se manifiesta, ante el empuje chino, pese a las andanadas del que le gusta ser llamado «el hombre de los aranceles».
La embajada china en EE. UU. respondió de inmediato, según publicó RT: «China cree que la cooperación económica y comercial entre China y Estados Unidos es de naturaleza mutuamente beneficiosa», y se agregó en el comunicado diplomático: «Nadie ganará una guerra comercial o una guerra arancelaria». La información de la agencia noticiosa rusa recordó que a comienzos de este mes de noviembre, el presidente Xi Jinping le dijo a Biden algo que es evidente estaba destinado a quien ocupará en enero la Casa Blanca, que las relaciones entre China y Estados Unidos podrían enfrentar un revés si alguno de ellos «persigue una competencia feroz y busca lastimarse mutuamente».
Trump está dispuesto a correr ese riesgo y en su anuncio del lunes amenazó a los tres países, siempre con el pretexto del fentanilo: «¡es hora de que paguen un precio muy alto!». Pero… ¿quién pagará realmente ese precio?